GOTA A GOTA - GRAN DEBATE

El Gran Debate. Edmund Burke, Thomas Paine y el nacimiento de la derecha y de la izquierda
Yuval Levin

A nadie se le escapa que, de unos años a esta parte, nuestro país viene afrontando un proceso de evolución política digno de aparecer en los manuales de historia de uso común para las generaciones venideras. El monolítico bipartidismo español está sufriendo un gradual proceso de acoso y derribo que todavía no sabemos si será o no definitivo. Y sin embargo, resulta curioso observar cómo la batalla por el poder solo está copada por un aroma puramente mediático. Lo nuevo y visceral ha fagotizado cualquier inclinación al reposo intelectual en la arena política. La única comparación que se me ocurre, por muy mala que sea, es, como si un rioja del 68 no tuviese nada que hacer contra el calimocho.

La ideología es la gran ausente del mundo político. O más que la ideología, su búsqueda, el interés por preguntar qué hay detrás de los programas de los partidos políticos de turno. El libro de Yuval Levin, El Gran Debate. Edmund Burke, Thomas Paine y el nacimiento de la derecha y de la izquierda*, viene a cubrir parcialmente esa carencia. No es una panacea que pueda curar nuestra enfermedad crónica, pero al menos consigue calmar el ánimo intempestivo de aquellos a quienes nos gusta entender el porqué de las cosas.

Antes de entrar en el análisis de El Gran Debate quisiera, a modo de teaser, añadir otro motivo más, también previo, que justifique su grata lectura. En el mundo de la historia, o de la humanidad en general, no hay figura pública que no se haya beneficiado de la presencia de un claro enemigo. No sé qué tendrá la contienda, pero la existencia de un púgil rival siempre consigue hacer aflorar las mejores (o peores) artes de cada uno. Y en el plano intelectual pasa lo mismo. Las rivalidades históricas siempre han hecho brotar manantiales de jugosas ideas. Si en la Grecia clásica el genio de Pericles tuvo que medirse con no pequeños rivales, Julio César hubo de hacerlo igualmente con Cicerón en los albores de la Roma Imperial. En la Europa escolástica Abelardo tuvo que habérselas con el azote de San Bernardo y santo Tomás contra los acomodados profesores de la Sorbona. En la Francia de Luis XIV Fenelon seguramente impedía que Colbert pudiese dormir apaciblemente entre los almohadones de Versalles. Y así hasta la llegada de los protagonistas del libro, en los comienzos de las grandes revoluciones modernas.

JURAMENTO DEL JUEGO DE LA PELOTAEdmund Burke y Thomas Paine son claro ejemplo de cómo las ideas profundas, enfrentadas unas a otras, son capaces de capturar la imaginación incluso varios siglos después de haber sido elaboradas. Prueba de ello es la profusa literatura que, con el pasar de los años, se ha ido fraguando alrededor de ambos personajes, ya sea como binomio inseparable o individualmente. Y es justamente esta vis atractiva la que hace que la lectura de El Gran Debate tenga hoy una importancia más que justificada. Cuando izquierda y derecha aparecen como conceptos cada vez más difusos, ahora que todos los partidos sacan sus candidatos de moldes prefabricados por los mass media bajo el miedo a no meter la pata, es cuando libros como este reclaman ser leídos.

En lo que a estilo se refiere resulta gratamente refrescante encontrar lecturas de contenido profundo que no encierran el aroma panfletario del catedrático de turno. Quizá a ello contribuya que su autor haya conjugado la ocupación de operativo político profesional con la de estudioso de los fundamentos de la profesión desempeñada. También es digna de mención la más que correcta traducción, que en ningún momento entorpece la lectura y consigue conservar la frescura de estilo propia de los politólogos americanos.

Descendiendo ya al detalle, el libro aparece estructurado en siete capítulos, precedidos de la requerida introducción y culminados por una envolvente conclusión, que sorprendentemente no desmejora las 334 páginas precedentes.

El primero de los capítulos pretende dibujar, si acaso a modo de scherzo, una viva imagen de los protagonistas. Aprendemos entonces los vaivenes vitales del aristocrático —más por postura vital que por cuna— Burke desde su Irlanda natal hasta las mieles del poder en los pasillos de Whitehall. Será durante esos episodios infantiles cuando se fragüe el temple reposado y el gusto por la tradición y las costumbres, pilares ambos que acompañaran al monárquico Burke hasta su muerte en 1797; año lúgubre, por cierto, pues fue entonces cuando los ingleses crearon el impuesto sobre la renta y los franceses el servicio militar obligatorio, ahí es nada.

A Paine, sin embargo, el destino le tenía guardado un camino más selvático. Entre las idas y venidas de la Gran Bretaña del XVII a las ya eclosionadas colonias americanas se refuerza el carácter impetuoso y titánico de uno de los grandes autodidactas de la historia. Abrazando el espíritu revolucionario de los asaltantes de la Bastilla, Paine deslumbra como uno de los grandes adalides de la Revolución Francesa. Precursor de nuestra izquierda política, nada es para él tan cierto y verdadero como los tres grandes palabros de los amigos de Danton y Robespierre: liberté, egalité, fraternité.

GRAN DEBATE - APERTURA ESTADOS GENERALESEn el segundo capítulo, el autor nos tiene reservada la exposición del trasfondo que subyace a la visión de estos contrincantes. Más concretamente, su visión sobre la naturaleza y la historia, lo que al fin y al cabo significa sobre la concepción del mismo hombre. La contraposición ente el zoos politikon aristotélico y el individuo pre social de corte crusoeniano muestra su influencia en el devenir de las ideologías futuras.

Hilvanando el concepto de hombre y su relación con sus semejantes, aparecen en el tercer capítulo los conceptos de justicia y de orden, que tanto dieron que hablar en su día y que todavía hoy –quizá más que nunca- son objeto de encarnizado debate. La necesidad de mantener las estructuras sociales, la búsqueda absoluta de la justicia y la igualdad material acumulan nuevas reservas de argumentos en apenas treinta y cinco páginas. De ahí pasamos al siempre espinoso tema de la elección y la obligación, el derecho y el deber, en definitiva el alma de la libertad democrática. Este capítulo es especialmente recomendable a los defensores del eterno votar, aquellos que afirman que cada generación ha de hacer tabula rasa de la anterior y construirse una civilización, como si los miles de años que le preceden fueran tan solo mera anécdota.

Razón y Prescripción es el título el cuarto capítulo. Tal vez sea este donde se desarrollan los conceptos más novedosos e interesantes, al menos en el bando burkiniano. Ambos conceptos sirven como preparación para la revolución y las reformas, armas que esgrimen tanto uno como otro en defensa de su deber ser social. La revolución de Paine y las reformas de Burke constituyen el vehículo a través del cual las derechas y las izquierdas, decimonónicas y del siglo XX, han encauzado su programa político.

Como plato final tenemos el capítulo quinto, dedicado a las generaciones pasadas, presentes y futuras. Si el motivo argumental del libro es ofrecer una visión sobre la génesis de las ideologías modernas, parece adecuado concluir el ensayo haciendo referencia a lo que un día fue, lo que era en vida de los dos filósofos y lo que sería después de su muerte.

Yuval Levin es Hertog Fellow en el Ethics and Public Policy Center y fundador y editor de National Affairs. Es editor y colaborador del Weekly Standard y del National Review.

*Publicado por la editorial Gota a Gota, octubre 2015.