De las cenizas de la Guerra de los Treinta Años surgió un nuevo orden político en Europa. La firma de la Paz de Westfalia en 1648 alteró el equilibrio de poderes del continente. La autoridad de la Monarquía Hispánica se diluyó y nuevos actores ocuparon el lugar que había dejado una exhausta España. Francia, dirigida por el monarca Luis XIV, ocupó el papel central, convertida en el símbolo del absolutismo que empezaba a desarrollarse, mientras que las Provincias Unidas y el Imperio trataban de ajustarse a esta nueva realidad. La segunda mitad del siglo XVII estuvo marcada por una falsa sensación de estabilidad, tras décadas de guerra y destrucción. Sensación falsa, decimos, porque los cambios que se estaban produciendo en muchos de los territorios europeos conducirían a una profunda revolución en los años siguientes. Inglaterra, España o Rusia, por ejemplo, entrarán en el siglo XVIII de forma radicalmente distinta a como acabaron la centuria anterior.
Siempre es difícil narrar la historia de grandes extensiones de terreno con dispares culturas políticas. Los tiempos difieren y los efectos de los acontecimientos ocurridos en un país tardan en llegar al resto. Otras veces, un mismo suceso afecta de forma distinta a los Estados implicados. Quizás por estas razones los libros de historia general no suelen ocuparse de momentos concretos y buscan, más bien, captar las ideas y características principales de los períodos que describen. La Europa de la segunda mitad del siglo XVII era un mosaico de naciones, pueblos y tradiciones que, aun con similitudes y diferencias, estaban relativamente conectados. El historiador británico John Stoye explora en su obra El despliegue de Europa. 1648-1688* la esencia de aquellos años y las particularidades de un continente en constante cambio. La obra no solo trata de las cuestiones políticas más relevantes, sino que profundiza en las ciencias, en la cultura y en la economía de las grandes (y no tan grandes) potencias del momento.
Como explica el autor en el prefacio a la primera edición (publicada en 1969), “se trata aquí de un estudio evidentemente breve, que abarca un campo enorme y un gran número de temas, pero yo he tratado de no imponer una rígida estructura al material. Mi deseo es, más bien, el de poner de manifiesto el carácter de Europa, tal como se revela, gradualmente, durante un período de cuarenta años. Era aquel un panorama en el que millones de hombres tenían que buscar un medio de vida, con otros muchísimos hombres deseosos de hacer bien su trabajo. Me he quedado con una permanente impresión de grandeza, de diversidad y de riqueza, dispuesta en una organización profundamente injusta. Es fácil, pero importante, decir que el mundo no es sencillo ni pequeño”.
La Europa que presenta Stoye es una Europa convulsa, cuyos Estados buscan encontrar su lugar ante los cambios acaecidos tras la Guerra de los Treinta Años. En el período que abarca el libro aparecen figuras tan conocidas como Mazarino, Luis XIV, Colbert, Johan de Witt, Turenne, Alejo I o Pedro I de Rusia, Oliver Cromwell, Carlos X de Suecia, Federico Guillermo (elector de Brandemburgo), Fouquet o Carlos II de Inglaterra, entre otras menos conocidas para el público español. Muchos de los nombres de este breve listado son franceses, dado que el país galo alcanzó una posición cuasi-hegemónica en este período (no es de extrañar, por tanto, que la portada del libro la ocupe Luis XIV), sustituyendo a España como gran potencia europea.
Stoye no soslaya esta situación y dedica un gran número de epígrafes a estudiar la economía, la política y la sociedad gala, aunque no solo aborda la fuerza de Francia en aquellos años. El historiador británico también explora terrenos no tan conocidos para el lector medio español. Mientras en la Península nos reponíamos de los desastres de la guerra, en Europa del Este los rusos se enfrentaban a una alianza entre polacos y lituanos, dando pie a una caótica contienda que asoló Ucrania y en la que también participó Suecia. Los otomanos asediaban por segunda vez Viena y nuevamente eran derrotados, marcando el fin de la hegemonía turca en el sudeste del continente cuyos territorios irán reconquistando poco a poco austriacos, húngaros, polacos y rusos (con estos últimos se enfrentará el Imperio otomano en una guerra abierta). Venecia hacía un último intento por recuperar su antigua supremacía en el Mediterráneo oriental y Suecia ampliaba su Imperio arrebatando territorios a Dinamarca y Noruega.
Junto a los acontecimientos políticos y bélicos más importantes, también se analizan en el libro la economía y la sociedad europea del momento. El siglo XVII estuvo marcado por una profunda crisis económica que afectó a la mayoría de los países, pero su segunda mitad fue el escenario de una tímida recuperación. Stoye repasa las principales características de la política económica y el sistema fiscal de las regiones europeas (una vez más, Francia recibe mayor atención debido a las actuaciones de dos ministros ilustres, Colbert y Fouquet). Tampoco se olvida de la cultura y de la espiritualidad de la época y estudia, por ejemplo, la expansión del jansenismo, el pensamiento de Descartes, la genialidad de Bernini, la relación entre Newton y la Contrarreforma o la misión china de los jesuitas.
El libro de Stoye finaliza en 1688, un año en el que tuvieron lugar destacados e importantes sucesos. Europa empezaba a salir de la crisis económica, demográfica y social que venía arrastrando durante todo el siglo XVII. En ese contexto político destaca la Revolución Gloriosa, que derrocó al último rey Estuardo en Inglaterra, lo que supuso la ruptura del equilibrio de poderes en el continente europeo. Mientras, desde Versalles, Luis XIV personificaba el Estado francés, Pedro el Grande comenzaba su reinado, con el que transformaría Rusia, Carlos II, rey de España, extendía su poder por América del Sur y México (aunque su precaria salud llevaría, a su muerte, al resto de potencias a repartirse algunos de los territorios de la Monarquía Hispánica) y los húngaros arrebatan al Imperio otomano Transilvania. En ese mismo año, Isaac Newton transformó la ciencia moderna y John Locke terminó una obra fundamental para el pensamiento político occidental.
Así concluye su obra el historiador anglosajón: “En 1685 nadie dudaba de la clara ascendencia del gobierno de Luis XIV en Occidente. Sus recientes victorias eran causa y consecuencia de ella y el equilibrio de poder se había inclinado, evidentemente, en favor suyo. Pero la complejidad de las condiciones políticas era de tal género, que la restauración de un equilibrio más equitativo, temida por los franceses y deseada por sus adversarios, dependía de cuatro cuestiones. Cada una de ellas era un asunto regional. Y cada una de ellas tenía amplias y lejanas implicaciones. La primera consistía en la nueva dominación francesa, asegurada en 1678 y mejorada en 1684, sobre la zona comprendida entre la antigua Francia y el Rin: ¿podía considerarse permanente? La segunda era la guerra turca: ¿cuánto duraría? La tercera consistía en la nueva monarquía católica, pero sin un heredero católico, en Inglaterra, Escocia e Irlanda: ¿cuánto viviría Jacobo II, y destruiría la tradición anglicana antes de morir? La cuarta era una intensa lucha de poder en la Alemania septentrional: ¿compensarían los daneses sus recientes pérdidas mediante un avance en Alemania, y cómo actuaría su impaciencia sobre Brandemburgo, sobre Suecia y sobre los príncipes de Brunswick?”
John Stoye (1917-2016) fue fellow y tutor de Historia Moderna en el Magdalen College, Oxford, desde 1948 a 1984, y emeritus fellow en ese mismo college a partir de 1984. Entre sus publicaciones destacan English Travellers Abroad y The Siege of Vienna.
*Publicado por Siglo XXI editores, septiembre 2018. Traducción de Marcial Suárez.