SIGLO XXI - DESCUBRIMIENTO DE OCCIDENTE

El descubrimiento de Occidente. Los primeros embajadores de China en Europa (1866-1894)
Feng Chen

Nos hemos acostumbrado a que los libros de historia aporten una visión eurocéntrica de nuestro pasado. Como resultado de esta práctica, la inmensa mayoría de la sociedad occidental cree que la única civilización digna de estudio es la suya y el resto del mundo tan solo territorio a conquistar (o conquistado). Nos olvidamos que en China, en la India, a lo largo del continente americano o en Japón florecieron civilizaciones milenarias, cuya historia y cultura es igual de apasionante y rica que la nuestra y que, en no pocas ocasiones, estuvieron mucho más avanzadas que la europea.

La Revolución industrial y los avances técnicos del siglo XIX provocaron, sin embargo, que la balanza se decantase a favor del poderío militar y económico occidental y obligaron a aquellas sociedades, generalmente autárquicas y muy conservadoras, a adaptarse, por la vía de los hechos, a esta nueva realidad y a modificar sus esquemas de valores y creencias. Quizás el caso más paradigmático fue la Restauración Meiji del Imperio nipón, que en pocos años llevó a cabo un extraordinario proceso de modernización y occidentalización de todas sus estructuras, intentando, al mismo tiempo, conservar sus señas de identidad.

El Imperio chino también sufrió las consecuencias del contacto con las potencias europeas. La dinastía Qing, procedente de las llanuras de Manchuria, llevaba gobernando el país desde 1644 cuando conquistó Pekín, la capital del Imperio. Aunque los contactos con los occidentales fueron constantes, se intensificaron a partir del siglo XIX y tuvieron su punto álgido con las dos Guerras del Opio (1839-1842 y 1856-1860). La derrota frente a Reino Unido y Francia hizo ver a las autoridades chinas que el equilibrio de poderes se había alterado y que el retraimiento que llevaban practicando desde hacía siglos ya no era posible. Esta nueva realidad convulsionó a la sociedad, especialmente a las clases elevadas, y desató un debate sobre el camino a seguir. Una nueva derrota, esta vez frente a los japoneses en 1894, provocaría poco después la proclamación de la República China.

Una de las consecuencias del trato con los europeos fue la aparición de las embajadas y el establecimiento de relaciones diplomáticas. Hasta entonces el Imperio chino apenas había contado con estos instrumentos, que consideraba un símbolo de debilidad. Los únicos representantes que enviaba a otros Estados, siempre vasallos, tenían como misión reclamar los tributos adeudados. La presión de las potencias occidentales, no obstante, obligó a abrir las primeras embajadas en suelo extranjero (la primera de ellas, cómo no, en Londres en 1877). La ausencia de una carrera diplomática y la visión sumamente negativa que la sociedad china tenía de estas funciones hizo que las primeras delegaciones en Europa afrontasen numerosos problemas y agravios. Su cometido no era tanto negociar acuerdos o afianzar las relaciones con sus homólogos —apenas disponían de poderes—, como el de observar y estudiar las sociedades a las que eran destinados, experiencias que recogían en extensos informes. La profesora Feng Chen analiza en su obra El descubrimiento de Occidente. Los primeros embajadores de China en Europa (1866-1894)* esos informes y nos muestra un fascinante choque cultural entre Occidente y Oriente.

EMPERADOR CHINA RECIBIENDO EMBAJADORESAsí explica la autora el planteamiento de su obra: “¿Qué es lo que sorprende de la civilización europea a estos diplomáticos chinos? ¿Cómo perciben lo que en Europa se considera cultura? ¿En qué relación colocan a esta civilización y cultura con respecto a la experiencia cultural e histórica de China, a su propia formación intelectual tradicional, a su mentalidad? ¿Dónde sitúan la cultura europea y la china en el plano global? Los representantes del Imperio del Medio descubren la vida material de los pueblos de otra civilización, otras tradiciones sociales, morales y culturales, otras sociedades, que se encuentran camino de la industrialización, la capitalización y la democratización completas”. Todas esas inquietudes quedan recogidas en los informes que remiten los embajadores, cuyos textos abandonan el tedioso lenguaje de los cables diplomáticos y se convierten en verdaderos tratados sociológicos, antropológicos e, incluso, etnográficos. Del mismo modo que los europeos hacían cuando arribaban a tierras desconocidas y, sorprendidos, relataban las tradiciones y costumbres de las tribus con las que entraban en contacto, los embajadores chinos, principalmente intelectuales, diseccionaron en sus escritos la política, la cultura y la sociedad europeas.

La breve obra de la profesora Feng Chen es un magnífico trabajo de síntesis que nos permite observar, por contraste, dos civilizaciones muy dispares: la china y la europea del siglo XIX. Los informes de los embajadores sirven para conocer tanto la cultura europea analizada por los propios diplomáticos, como la china, pues las comparaciones, positivas y negativas, son constantes en el libro. Feng Chen incluye, por su parte, comentarios que contextualizan las opiniones vertidas en los informes. Sirva como ejemplo su reflexión sobre la indumentaria y las formas de vestir: “Sin embargo, de sus descripciones se deduce claramente el carácter social de la indumentaria y del comportamiento relacionado con la moda, tanto en China como en Europa. La moda europea es un fenómeno incomprensible de acuerdo con los conceptos y las experiencias chinas. Zhang lo contempla en relación con la industrialización, la rapidez de las comunicaciones, lo efímero de la exhibición social, el mundo comercializado de la mercancía, cuya lógica se lleva hasta el extremo. La inmovilidad de la sociedad china se manifiesta, por el contrario, en la inmutabilidad del vestido”.

En el primer capítulo de la obra, antes de entrar en el examen detallado de los informes, Feng Chen ofrece una sucinta explicación de quiénes fueron aquellos primeros embajadores y en qué condiciones afrontaron su periplo europeo. Lo que para nosotros es hoy un cometido digno y distinguido, para los funcionarios elegidos era una pesada carga que les reportó más penurias que alegrías. Muchos de ellos tuvieron que soportar a su vuelta el rechazo generalizado de la sociedad e incluso de sus familias. Como explica la autora, “ser enviado al extranjero equivalía para un funcionario culto a un exilio y al final de su carrera”. Tan solo a medida que se iban estableciendo embajadas chinas en el extranjero la diplomacia se fue profesionalizando y los ataques cesaron (o al menos se atenuaron). La mayoría de los enviados eran funcionarios, de mayor o menor graduación, obligados a luchar contra la oposición interna de sus propios colegas y a adaptarse a un ceremonial, el diplomático, completamente ajeno a su formación y costumbres.

BATALLA DEL MAR AMARILLOEl núcleo principal del libro lo constituye el estudio de los informes. Los embajadores se esfuerzan por exponer de la forma más completa todo cuanto presencian en sus estancias europeas, haciendo mayor hincapié en lo que resulta novedoso para sus contemporáneos chinos. Feng Chen distingue tres características de los informes: primero, han de esforzarse por explicar conceptos completamente ajenos a la cultura china, que carece incluso de nombres para designarlos; segundo, cada autor impregna sus escritos, a veces inconscientemente, de sus propias creencias e intereses políticos; y, por último, suelen ser frecuentes las afirmaciones que tratan de demostrar que las técnicas y el conocimiento europeo provenían de la China antigua. El resultado se plasma en unos textos relativamente homogéneos, que sin embargo permiten descubrir la personalidad del autor.

Son muy heterogéneas las cuestiones abordadas en las relaciones de los embajadores chinos. Destacan, por ejemplo, la vida urbana europea (con el ferrocarril, los medios de transportes públicos, las zonas verdes y parques o los avances técnicos); el arte culinario y la moda (hacen referencia a los banquetes, a los modales en la mesa, los rituales en torno al café y al té o la vestimenta); la vida social en las ciudades (analizan los bailes, diversos espectáculos y los museos y exposiciones); la posición de la mujer y la figura del matrimonio. Por supuesto, analizan también la política europea prestando mayor atención a la función del soberano, al sistema parlamentario y, en menor medida, a las corrientes socialistas que proliferaban en aquellos años.

Todos estos rasgos de la vida europea (que nosotros pasaríamos por alto, pues los tenemos muy asimilados) eran, para los funcionarios chinos, curiosidades a veces incomprensibles pero constitutivas del entramado de una sociedad que, por razones para ellos desconocidas, se había convertido en la gran potencia del planeta. Europa se les revelaba como un misterio y una oportunidad y detrás de sus informes se vislumbra la pérdida de poder de su Imperio. Como explica Feng Chen: “Ninguno de los diplomáticos chinos duda ya que el ‘lejano Occidente’ es una cultura desarrollada, más desarrollada materialmente que China. Ninguno de ellos utiliza la palabra ‘bárbaros’ para referirse a los europeos contemporáneos. El problema que tienen todos ellos es la posición de China. Lo resuelven de maneras diversas, ofrecen distintas variantes para salvar esa posición históricamente, en ese momento y para el futuro”.

Pocas obras han conseguido mostrar tan bien el contraste entre dos sociedades complejas y diferentes. Este choque cultural nos permite abandonar el enfoque habitual de los libros de historia y ver el siglo XIX desde los ojos de un “niño” que descubre un mundo radicalmente distinto de aquel en que se había “criado”. A la par, permite al lector conocer cómo era y cómo estaba organizado uno de los Imperios más longevos de la época y una civilización que hundía sus raíces en la memoria de los tiempos.

Feng Chen, nacida en Pekín en 1960, estudió en el departamento de Lenguas y Literatura Occidentales de la Universidad de su ciudad natal, consiguió una beca del Estado francés para estudiar Literatura e Historia francesas y, en 1993, se doctoró en Historia en la EHESS de París. Ha desarrollado proyectos de investigación en el Instituto Histórico de la Universidad de Mannheim y en la Université Paris VIII.

*Publicado por Siglo XXI Editores, octubre 2015.