El dedo de Dios. La mano del hombre. El poder visual de las imágenes en el arte cristiano
Pedro González-Trevijano

En la Real Academia de la Historia hay un retrato de José de Vargas Ponce pintado por Francisco de Goya. El cuadro fue encargado directamente por la Academia para la serie de sus directores y el propio Vargas pidió que fuese Goya quien lo realizase. Nada tendría de especial esta representación, si no fuese porque las manos del marino no están dibujadas. Tal como queda recogido en el recibo que aún se conserva, el coste de pintarlas hubiese incrementado el precio del retrato. Y es que las manos son un elemento especial en toda obra, cuyo dibujo requiere tiempo y dedicación del autor. Al margen de la dificultad técnica que conlleva representarlas, las manos transmiten el sentir del retratado casi del mismo modo que lo hacen la expresión facial o una mirada. De ahí que su posición o la definición de sus rasgos sean tan importantes en toda composición.

El arte sacro nace de forma prácticamente simultánea a la aparición de la religión. Toda creencia requiere de una simbología que facilite la transmisión de su credo y haga más comprensible el mensaje, a veces abstracto, de la fe. Prueba de esa “simbiosis” es la casi total ausencia de dogmas que hayan prescindido de las representaciones artísticas: incluso el judaísmo o el islam, con fuertes connotaciones iconoclastas, han utilizado el arte con una finalidad piadosa. Los motivos de esta estrecha relación son muy variados: atraerse la voluntad de la divinidad, mostrarle respeto y veneración, usar las imágenes como instrumentos de catequesis o de evangelización, erigir grandes construcciones que atestigüen el poder del estamento religioso… De ahí que las distintas iglesias, las castas sacerdotales o los propios poderes públicos no hayan dudado en impulsar y financiar el arte religioso. A la postre, este arte se ha convertido en el gran dinamizador de la cultura a lo largo de la Historia.

Pedro González-Trevijano, catedrático de Derecho Constitucional y actualmente magistrado del Tribunal Constitucional, se adentra con su obra El dedo de Dios. La mano del hombre. El poder visual de las imágenes en el arte cristiano* en un universo fascinante: el papel de las manos en las representaciones artísticas religiosas. Se trata de un tema tan singular como, hasta ahora, infrecuente en la atención de los estudiosos. Dada la colosal producción literaria de las últimas décadas, podría dar la sensación de que poco queda a los especialistas por estudiar. Lo cierto es, sin embargo, que siempre hay nuevos temas que analizar.

Así explica el autor el propósito de su obra: “El reto de estas páginas será, ya que entre dedos divinos y humanos anda el asunto, desgranar el papel y el significado del dedo de Dios en la tradición católica y en la historia del arte con la maestría acreditada, por ejemplo, por Frans Hals, al pintar una impresionante mano y sus dedos (Joven sosteniendo una calavera, c. 1626-1628, National Gallery, Londres), y la consiguiente satisfacción, como en el puño cerrado y triunfante al aire de la mano de Gerrit van Hon-horst (Músico divertido con un violín debajo del brazo izquierdo,1624, colección particular). Un complejísimo desafío, es verdad, más propio quizás de los tiempos clásicos, pero al que de entrada nos negamos a renunciar. Este es el título, precisamente, de la obra de Johann Heinrich Füssli (La desesperación del artista ante la grandeza de los fragmentos antiguos, 1778-1780), donde sobresale una mano apoyada sobre un pie, de perfiles escultóricos, con el dedo índice bien visible. ¡Otra vez los consabidos dedos, aunque sean humanos!”.

El libro de González-Trevijano es un interesante compendio a caballo entre la historia del arte, de la religión y de la política (con claro predominio de las dos primeras). Más allá de la peculiar temática de estudio, el trabajo incide en los cambios que se han producido en el arte religioso y cómo varía el destino de las representaciones artísticas. Personificar a Dios o a Jesucristo implica trasladar un mensaje al público, que supera con creces el mero retrato. La semblanza que se hace en esas representaciones no es sino el reflejo mismo de la concepción que el artista (y por extensión la sociedad de la época) tienen de la imagen de Dios. Además, la fuerte carga simbólica que encierran estos cuadros implica que cada detalle haya de ser analizado con sumo cuidado. El estudio ahonda en las raíces del arte (en especial del arte gótico, renacentista y barroco) pero también de la religión cristiana en su época más convulsa.

La estructura del libro no sigue unas pautas cronológicas y cada capítulo incide en los distintos usos que se han atribuido a las manos de Dios. De este modo, podemos hallar epígrafes dedicados al dedo del amor a la naturaleza, al dedo docente, al dedo del castigo, al dedo de la gracia o al dedo de la muerte. Otros abordan la función de las manos en la creación del hombre, en el nacimiento de Cristo, en la Eucaristía o en las representaciones del Pantocrátor propias del arte bizantino. A pesar de su heterogeneidad, existe cierta similitud en la presentación de cada capítulo, pues González-Trevijano escoge unos pocos cuadros (aquellos que mejor ilustren sus explicaciones) entre los numerosos pintados a lo largo de la historia y los examina centrando su descripción en el papel que juegan los dedos y las manos en el conjunto de la composición y en el significado de la obra. Entre esas pinturas figuran las de grandes maestros (El Greco, Leonardo da Vinci, Miguel Ángel, Caravaggio o Fra Angélico) al lado de las de otros menos conocidos. Quien lea este libro sin duda prestará, en lo sucesivo, más atención a unos detalles de esas obras de arte que antes le habían pasado desapercibidos.

Concluimos con la reflexión del autor: “Regresemos, otra vez, a los tiempos dorados de la representación de los dedos de Dios. Los años de la mejor pintura gótica y renacentista, especialmente en Italia, Flandes y Alemania. Volvamos, de nuevo, al objeto de estas páginas: el tratamiento figurativo del dedo de Dios en el arte cristiano. El dedo de Dios se erige, ya hemos adelantado, en el actor principal de reparto del presente libro. Un dedo divino dotado en ocasiones de una extraordinaria relevancia, más allá de la factura integral y completa de las escenas y motivos religiosos de cada obra. Nos importa sobre todo, y es en lo que nos detendremos especialmente, la ejecución de las manos y los dedos divinos, mucho más que el examen global de cada dibujo o pintura. Aunque el papel asignado a los dedos esté subordinado lógicamente a la idea principial o finalidad general de cada obra artística. No puede ser de otra forma”.

Pedro González-Trevijano (Madrid, 1958) es catedrático de Derecho constitucional. Ha sido rector de la Universidad Rey Juan Carlos, vocal de la Junta Electoral Central y subdirector del Centro de Estudios Políticos y Constitucionales. En la actualidad es magistrado del Tribunal Constitucional y académico de número de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación. Entre sus obras cabe destacar La costumbre en Derecho constitucional, La mirada del poder, Entre güelfos y gibelinos. Crónica de un tiempo convulsionado, Dragones de la política, Magnicidios de la historia, El purgatorio de las ideas y La Constitución pintada.

*Publicado por Galaxia Gutenberg, junio 2019.