China aparece hoy como el principal adversario de Estados Unidos en la carrera por dominar el mundo. Si, tras la Guerra Fría, los americanos se habían convertido en la única superpotencia, a una distancia abismal con el resto de países, a partir del siglo XXI China ha ido acortando distancias. Su crecimiento sostenido le ha permitido alcanzar una posición que, si aún no le permite hablar de tú a tú con Estados Unidos (le queda poco para ello), ha de ser tenida muy en cuenta en las relaciones internacionales. Según los vaticinios de no pocos analistas, el país asiático terminará por superar a los americanos más pronto que tarde. Esa lucha de poder se refleja, por ejemplo, en la disputa por la isla de Taiwán, que China reclama para sí. Como si fuera una partida de ajedrez, ambas potencias mueven sus piezas por el tablero a la espera de dar jaque mate a su adversario.
Algún observador superficial podrá sorprenderse por la eclosión china y creer que se trata de algo novedoso. Sin embargo, cualquiera que tenga un poco de inquietud histórica sabrá que el Imperio chino es uno de los “estados” más longevos y poderosos que han regido la Tierra. No es ahora el momento para profundizar en la China imperial y en su historia centenaria: baste decir que su Imperio fue equiparable al romano o al español, con un nivel científico y técnico que durante mucho tiempo superó con creces el de sus homólogos europeos. No pocos inventos que revolucionaron la economía y la sociedad occidental tienen su origen en el territorio chino. Por no hablar de su avanzado desarrollo burocrático e institucional, que permitía controlar enormes extensiones de terreno y millones de súbditos. Nunca llegaremos a saber qué habría sucedido si los emperadores chinos hubiesen llevado a cabo una política expansionista y se hubiesen interesado por lo que ocurría en el resto del planeta. Probablemente la historia del hombre hubiese sido distinta.
Como antes apuntábamos, China había estado por delante de las potencias europeas durante siglos, situación que, sin embargo, cambió en el siglo XIX. A partir de entonces, los europeos van a lograr un desarrollo tecnológico sin parangón, mientras que los chinos se quedan estancados. Poco a poco, los países europeos se inmiscuirán más en el continente asiático, provocando un verdadero terremoto en la región. China no fue una excepción. Su tradicional aislamiento, como también le ocurrirá a Japón, se vio condicionado por los intereses comerciales de las empresas y los gobiernos occidentales. La tensión irá aumentando paulatinamente hasta que se declare la guerra, una contienda bélica en la que Inglaterra derrotará sin paliativos a una China que habrá de reconocer su debilidad e inferioridad. Deberán pasar casi dos siglos para que vuelva a recuperar ese orgullo y poder, arrebatados por los europeos y por las disputas intestinas.
Esa guerra, que tuvo lugar entre los años 1839 y 1842 y que es conocida como la (primera) Guerra del Opio, la analiza el profesor Stephen R. Platt en su obra El crepúsculo imperial. La Guerra del Opio y el fin de la última Edad de Oro China*. Su trabajo examina el punto de inflexión que este conflicto tuvo en la historia contemporánea de China, así como su repercusión en las relaciones entre Asia y Europa. Como explica el autor, “este libro muestra el origen de la guerra del Opio, es decir, cómo empezó el declive de la gran China del siglo XVIII y cómo Gran Bretaña se envalentonó lo suficiente para aprovecharse de esa decadencia. La cuestión central de la guerra, desde mi punto de vista, no es cómo Gran Bretaña se alzó con la victoria, cuestión sobre la que nunca ha habido grandes dudas: en términos militares la guerra del Opio enfrentó a la potencia naval más avanzada del mundo contra un imperio con una costa extensa y vulnerable que no había necesitado una armada en más de cien años y que, por lo tanto, carecía de ella. La cuestión central es, más bien, de índole moral: cómo pudo Gran Bretaña llegar a librar semejante guerra a pesar de las feroces críticas, tanto en su país como en el extranjero”.
Para adentrarse en la guerra del Opio que enfrentó a China con Inglaterra, el autor opta por un enfoque anglosajón en su relato: combina la reflexión historiográfica, basada en la investigación y en las fuentes, con una narración más ligera y “novelesca”, en la que emplea distintas figuras y protagonistas (deteniéndose en sus experiencias vitales y en sus acciones) para estructurar la obra. Centrarse en individuos concretos le permite, y permite al lector, una mayor identificación con los acontecimientos descritos, dotándolos de un tono más vivo que el frío y objetivo ensayo histórico al uso. Las figuras en liza pertenecen tanto al bando chino como al inglés. Algunas desempeñaron funciones determinantes en el conflicto, otras fueron testigos directos de lo sucedido, pero tuvieron un papel secundario o tangencial. La suma de estos relatos independientes permite elaborar una imagen global de lo que sucedió en aquel momento.
El propósito de la obra, como apuntaba el profesor Platt, no es detallar las batallas, escaramuzas y estrategias de la guerra, conflicto violento pero rápido en el que no hubo grandes enfrentamientos dignos de estudio. Lo que se busca es constatar el derrumbamiento del temido y respetado Imperio chino a manos extranjeras, comprender cómo pudo producirse y los hechos que condujeron a tan trágico desenlace para China. Un imperio centenario cayó noqueado en el primer asalto, tras recibir solo unos pocos golpes. Lo peor fue que no logró recuperarse hasta bastante tiempo después y durante ese intervalo se sumió en una espiral de anarquía, pobreza y humillación. Los ingleses únicamente tuvieron que presionar un poco para hacer valer sus intereses e imponer unas condiciones beneficiosas en extremo para ellos. Lo hicieron con una opinión pública en contra y con la desconfianza de sus vecinos, pero la aplastante victoria acalló las voces más críticas.
Como suele suceder, el contrabando de opio resultó la excusa que dio paso a las hostilidades. El libro pone de relieve que las causas del conflicto fueron más profundas. Concurrieron elementos de lo más diverso, aderezados, además, con las imprevisibles consecuencias de las decisiones adoptadas por una serie de personajes que, consciente o inconscientemente, condujeron a ambos contendientes al campo de batalla. La obra ahonda en todos estos elementos y muestra, una vez más, la curiosa y caprichosa forma de actuar que tiene la historia.
Concluimos con esta reflexión del autor: “Contemplada con la suficiente perspectiva, China es cualquier cosa menos un advenedizo. Conforme su poder económico y militar crece mucho más allá de lo que parecía posible en el siglo XX, se va pareciendo mucho menos a la nación débil y acosada que sufrió la guerra del Opio que al imperio confiado y preponderante que la precedió. Si tomamos esta guerra no como un principio sino como un final, y en su lugar volvemos la vista a la época precedente, antes de esa ostensible línea divisoria con la era moderna, encontramos una China poderosa, próspera, dominante y, sobre todo, envidiada. El recuerdo de esa época pérdida se cierne cada vez más sobre la China actual, como un recordatorio de su lugar potencial —algunos dirían que legítimo— en el mundo, una visión nostálgica de lo que podría volver a ser”.
Stephen R. Platt es profesor de Historia de China en la Universidad de Massachusetts Amherst. Su última obra, Autumn in the Heavenly Kingdom: China, the West, and the Epic Story of the Taiping Civil War, fue Libro Destacado del Washington Post, Selección del Editor del New York Times Book Review y ganador del Premio de Historia Cundill.
*Publicado por Ático de los Libros, febrero 2024. Traducción de Joan Eloi Roca.