Los mitos trascienden a la realidad y las leyendas conforman el imaginario de un pueblo, a la par que construyen su identidad. De estas últimas, algunas tienen cierta fundamentación histórica, otras son meras fábulas inventadas. Su propósito no es, en ningún caso, recoger con exactitud y verosimilitud un episodio del pasado, sino trasladar el espíritu de un pueblo a través de un relato.
No existe civilización o tribu que no tenga sus propios mitos y sus personajes de leyenda, que destacaron en el campo de batalla o realizaron gestas increíbles. Curiosamente, no suelen ser héroes impolutos, sino que su vida está tejida de claroscuros. Hércules, Ulises, el Roldán de Roncesvalles, Arturo o Robin Hood son ejemplos de estas figuras cuyas vidas oscilan entre lo legendario y lo real y que hoy todos conocemos. Nadie con un poco de sensatez otorgaría verosimilitud a los Caballeros de la Mesa Redonda que, sin embargo, nos ayudan a comprender la mentalidad y los ideales de la época que retratan.
España, a diferencia de nuestros vecinos, cuenta con no pocas leyendas, pero escasos mitos. No somos dados a ensalzar nuestro pasado y mucho menos a erigir héroes, ni tenemos mitos fundacionales a los que son tan dados otros pueblos. Quizás lo más cercano a uno de ellos sea la gesta de Pelayo y su victoria sobre los invasores musulmanes, que supuso el inicio de la Reconquista. Carecemos, por otra parte, de figuras ejemplares que gocen de gran arraigo en el imaginario popular y de general reconocimiento. Guzmán el Bueno, Blas de Lezo, Catalina de Aragón o Mariana Pineda, por citar a quienes han tenido algo más de eco, no puede decirse que estén consagrados en el panteón de nuestros inmortales.
La excepción notable, con proyección incluso a nivel internacional, es Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid. Convertido en el arquetipo de caballero cristiano medieval, su legado ha llegado prácticamente intacto a nuestros días. Su caballo, Babieca; su espada, Tizona; o su mujer, Jimena, forman parte de un mito que ganaba batallas hasta después de muerto. Ahora bien, ¿qué hay de histórico en este personaje?
A esta pregunta busca responder el historiador David Porrinas González en El Cid. Historia y mito de un señor de la guerra*, biografía sobre una figura abordada en numerosas ocasiones (desde obras clásicas, como la tragedia de Corneille en el siglo XVII, hasta superproducciones cinematográficas en el siglo XX) sin el debido rigor histórico. La obra de Porrinas reúne casi todo lo escrito sobre él y le da un nuevo enfoque, apartando los elementos legendarios para centrarse en el hombre y en el contexto histórico en el que se desenvolvió. El propósito del autor es disipar el aura mitológica que envuelve a Rodrigo Díaz de Vivar y descubrir los matices de un personaje cuya biografía no requiere de “añadidos” para resultar fascinante.
Como explica el catedrático Francisco García Fitz en el prólogo del libro, “David Porrinas se ha propuesto aportar su propio esfuerzo a los de quienes le han precedido en este auténtico reto: aquí el lector no encontrará al héroe del Cantar, ni a un personaje de ficción, ni a un símbolo nacional. Se topará, por el contrario, con un ser de carne y hueso, con un producto social de su propio tiempo y coyuntura. Pero, al mismo tiempo, el lector tendrá la oportunidad de conocer, en cada momento, las incertidumbres y límites que rodean al trabajo del historiador y, con ello, las del conocimiento histórico que es capaz de generar […] El resultado no defrauda, al menos para quien esté interesado en la historia: hasta donde se puede reconstruir, se ofrece la biografía y el perfil social de un hombre y del grupo de guerreros que lo acompañaban en las fronteras de un mundo en expansión, el occidental, pero en el marco específico y fascinante del siglo XI ibérico, un panorama en ebullición en el que intervienen núcleos políticos del norte en plena fase de crecimiento, un al-Ándalus fragmentado y enfrentado en reinos de taifas y un imperio bereber dispuesto a detener a los primeros y a unificar a los segundos”.
David Porrinas está especializado en historia militar medieval y su investigación sobre el Cid se desplaza a este terreno. No lleva a cabo un pormenorizado estudio psicológico del personaje (aunque busca comprender las motivaciones que le indujeron a tomar una u otra decisión) y se centra en el aspecto bélico de su biografía. Siendo como fue un señor de la guerra, según hoy lo denominaríamos, no es de extrañar que el foco de estudio se ponga en esta faceta, pues la vida de Rodrigo Díaz de Vivar estuvo inexorablemente unida al campo de batalla. A lo largo de los sucesivos epígrafes descubrimos a un genio militar que supo utilizar distintas estrategias (entre ellas, la guerra psicológica) para imponerse a sus adversarios. Prueba de su maestría fueron las escasas derrotas que cosechó en su vida y las numerosas victorias, tanto en campañas a cielo abierto como en asedios o escaramuzas, en las que logró derrotar indistintamente a cristianos y a musulmanes.
El Cid que dibuja el trabajo de Porrinas está desprovisto de connotaciones épicas. Su leyenda se forjó en el campo de batalla y en su habilidad para lidiar con los distintos poderes de la Península, aliándose o enfrentándose a unos y a otros según requiriesen las circunstancias. Si algo define a nuestro protagonista es su pragmatismo. A diferencia del mito que ha perdurado, el Cid que emerge de ese relato no fue el azote del mundo musulmán, pues no dudó en aliarse con varios reyes de taifas e incorporar soldados andalusíes a sus fuerzas. Eso sí, su cristianismo nunca se cuestionó y trató, siempre que pudo, de beneficiar a su señor, el monarca castellano Alfonso VI, con quien tuvo una tortuosa relación a lo largo de su vida. Por cierto, según el autor, el juramento de Santa Gadea nunca tuvo lugar.
Junto al estudio del personaje, David Porrinas realiza un análisis exhaustivo de la compleja situación política de la Península Ibérica en el siglo XI. Tras la caída del Califato y la fragmentación de territorio de Al-Ándalus en pequeños (y débiles) reinos de taifas, los monarcas cristianos se lanzaron a ampliar sus posesiones. El hito más significativo de este período fue la conquista de Toledo en 1085, por el monarca castellano, Alfonso VI. El empuje castellano obligó a los monarcas andalusíes a pedir ayuda a los almorávides, que se habían asentado en el norte de África. La llegada del ejército almorávide frenó la expansión cristiana y volvió a unificar, por un breve lapso de tiempo, casi todo Al-Ándalus. El Cid fue un protagonista destacado en este cambiante escenario. La conquista de Valencia le permitió, además, convertirse en un pequeño soberano, al que todos miraban con recelo.
Es muy ilustrativo el último capítulo del libro, dedicado a explorar la construcción del mito. El autor recorre los casi mil años que van desde la muerte del Cid hasta el presente y desgrana cómo fue erigiéndose la leyenda que hoy conocemos. Analiza desde el famoso Cantar del Mío Cid hasta la serie que Amazon está produciendo sobre su figura. Como cada época elaboró una imagen de Rodrigo Díaz de Vivar atendiendo a sus intereses, la memoria de nuestro protagonista ha ido transformándose, reinventándose, con el paso del tiempo.
Concluimos con estas palabras del autor: “Mas ¿a qué se debe tanto interés secular y actual en el guerrero de Vivar? Tal vez sea, en parte, por la propia trayectoria vital del hombre de carne y hueso, al líder militar y caballero despojado de vestimentas legendarias, al señor de la guerra de la segunda mitad del siglo XI. Pues fue el propio Rodrigo Díaz, conocido en vida como Campeador, no sabemos si también como Sidi, quien sentó las bases para transformarse en leyenda y mito. En este libro hemos pretendido penetrar en esa existencia histórica y analizar el recorrido vital de un combatiente y señor de la guerra que, en varios sentidos, se nos muestra como alguien excepcional que aglutina una serie de interesantes cualidades y características que lo llevaron a alcanzar el éxito en su tiempo y en los venideros”.
David Porrinas González, licenciado y doctor en Historia por la UEX con la tesis Guerra y caballería en la plena Edad Media. Condicionantes y actitudes bélicas, Castilla y León, siglos XI-XIII, es investigador y profesor en la Universidad de Extremadura. Ha publicado trabajos relacionados con la guerra y la caballería medieval. Es miembro del proyecto Violencia religiosa en la Edad Media peninsular: guerra, discurso apologético y relato historiográfico, siglos X-XV, dirigido por C. de Ayala Martínez y S. Palacios Ontalva (UAM).
*Publicado por Desperta Ferro, noviembre 2019.