En 2008, el sistema financiero mundial zozobró y la economía entró en una crisis de la que todavía nos estamos recuperando. Se acusó a los bancos de ser los principales causantes de la debacle que tuvo lugar, por su codicia y sus malas praxis. Muchas entidades financieras (algunas centenarias) se hundieron, mientras que otras tuvieron que ser rescatadas con fondos públicos para evitar su quiebra. Hoy se las sigue mirando con desconfianza, como si su trabajo no fuese digno y continuamente estuviesen intentando aprovecharse de sus clientes. Aunque sean uno de los principales cimientos de la economía moderna, se conoce poco y mal cuáles son las funciones que desempeñan. La imagen del banquero gris y avaro sigue presente en el imaginario popular, y no faltan medidos y políticos que buscan en ellos un enemigo oscuro y temible al que atribuir los males del país.
En los siglos XVI y XVII, la figura del banquero tampoco estaba bien valorada. Uno de los principales motivos de su descrédito derivaba de que la mayoría de los que operaban en la Península Ibérica eran extranjeros: genoveses, alemanes o portugueses acaparaban esta profesión entre nosotros. Los préstamos con interés y las operaciones financieras estaban mal vistas por la sociedad de aquella época, ya sea por mero desconocimiento o por asociarlas a la usura. A pesar de su “mala prensa”, los banqueros eran, sin embargo, actores fundamentales en el funcionamiento (y el sostenimiento) de la Hacienda y de la economía españolas. Sin su asistencia, probablemente el Imperio se hubiese desmoronado con bastante antelación. Ellos fueron quienes prestaron a la Corona los recursos necesarios para acometer las empresas que se proyectaban, especialmente las relacionadas con el esfuerzo bélico. Cuando los impuestos no llegaban a cubrir las necesidades de la Hacienda (lo que era bastante habitual), era preciso acudir al crédito privado para sufragarlas. Obviamente, los banqueros no “regalaban” su dinero y exigían contraprestaciones, bien en forma de interés o de concesiones.
Los hombres de negocio trataban con la Corona, pero rara vez formaban parte de las estructuras políticas o administrativas. Por esta razón la figura de Bartolomé Spínola resulta tan interesante. Su biografía aúna dos mundos en apariencia opuestos: la Administración Pública y la empresa privada. Fue uno de esos raros especímenes que supo conjugar las obligaciones de su oficio público con su habilidad en las finanzas privadas. Estuvo al servicio del monarca como “factor general” durante casi veinte años, lo que implicó abandonar su prometedora carrera de banquero cuando mejor le iban los negocios. Contaba, además, con una pequeña fortuna, que hubiese sido considerablemente mayor de no aceptar la propuesta del monarca.
El profesor Carlos Álvarez Nogal profundiza en este personaje en su excelente trabajo El banquero real. Bartolomé Spinola y Felipe IV*. Estas son sus palabras: “Al iniciar este trabajo pensamos que la mejor forma de explicar el mundo de las finanzas del siglo XVII era hacerlo fijándonos en uno de los principales banqueros del rey, porque esto nos permitiría abarcar tanto su trayectoria personal como el funcionamiento de la Real Hacienda. En esta decisión pesó mucho la biografía del conde-duque de Olivares del profesor Elliott. Ese trabajo nos ha permitido no solo conocer la personalidad del valido, sino entender un momento decisivo de la historia de España. Aunque conocemos los nombres de la gran mayoría de los banqueros de Felipe IV, parte de sus redes familiares y el importe de los contratos que firmaron con la Corona, incluso algunos detalles de sus vidas; seguimos sin saber muy bien cómo hacían negocios y a qué problemas se enfrentaron”.
A muchos lectores el apellido Spínola les será familiar. Curiosamente, el famoso general Ambrosio Spínola no guarda una relación de parentesco con nuestro Bartolomé. Ambos procedían de Génova y de la familia Spínola, pero ahí termina su conexión. La ciudad ligur era uno de los principales motores financieros de la Edad Moderna y sus “tentáculos” se extendían por las principales plazas comerciales del mundo conocido. Lógicamente, Madrid no fue una excepción. Nuestro protagonista llegó muy joven a la capital de la Monarquía Hispánica y hubo de abrirse camino en un escenario complejo y hostil, con ayuda de sus conexiones familiares y de su propia inteligencia y buen hacer. Logró forjarse un nombre y una reputación intachables que le abrieron las puertas de la Corte y llamó la atención del monarca que le nombró factor del rey (cargo de difícil encaje en la actualidad, pero que entonces ocupaba un lugar preeminente en la Hacienda española).
Bartolomé Spínola no es uno de los personajes más conocidos del Siglo de Oro español, más bien lo contrario: ha pasado bastante desapercibido, aunque desempeñase funciones de gran relevancia para la Monarquía Hispánica. Para rescatar del olvido a nuestro protagonista, el profesor Álvarez Nogal construye su biografía en torno a dos bloques bien definidos. El primero se centra en el período 1610 a 1626, años en los que Spínola ejerció como banquero en Madrid, y en sus páginas se explica cómo se articulaban las redes clientelares y comerciales de los hombres de negocio en la capital del reino. La confianza, la reputación o la inteligencia eran requisitos imprescindibles para prosperar, pero no bastaban las buenas conexiones: cada uno dependía de si mismo para crecer. Los riesgos de quiebra eran considerables, sobre todo en una situación tan volátil como la de la economía española de la primera mitad del siglo XVII.
El segundo bloque del libro, que abarca de 1627 a 1644, reconstruye el trabajo realizado por Bartolomé Spínola para la Corona tras su nombramiento como factor general, seguido de su ingreso en el Consejo de Hacienda y de Guerra. Estos epígrafes resultan sumamente interesantes porque, además de analizar la labor que acometió aquel, nos dan cuenta del funcionamiento financiero del Imperio español. La biografía personal sirve, en este caso, de pretexto para adentrarse en las interioridades de la Hacienda española del XVII. Álvarez Nogal describe con minucioso detalle cómo se articulaban los contrapesos de poder y la toma de decisiones en el ámbito económico. Al mismo tiempo, aborda, entre otras cuestiones, el estudio de las fuentes de financiación o de los problemas derivados de la acuñación de la moneda. Todo ello, a medida que descubrimos qué funciones tenía un factor general y qué actuaciones llevó a cabo Spínola en beneficio de la Corona.
El autor afirma que el trabajo realizado por Spínola permitió ahorrar cientos de miles de ducados a las arcas públicas, gracias a sus conocimientos en el mundo de las finanzas, al acceso a una red comercial muy bien organizada y repartida por Castilla y Europa y a su reputación entre sus homólogos, quienes le tenían en estima y confiaban en su palabra. El rey le recompensó con un título nobiliario, algo poco frecuente entre banqueros, y se convirtió en un ejemplo de cómo debía ser un hombre de negocios. De este modo, a la vez que conocemos al personaje, descubrimos las particularidades del mundo de las finanzas y de la economía en uno de los períodos más turbulentos de la historia.
Concluimos con este breve apunte que el autor realiza en las últimas páginas del libro: “Bartolomé Spínola fue un testigo de excepción del cambio de época que experimentó la historia de España durante el reinado de Felipe IV. La situación de la monarquía que el rey heredó en 1621 tenía muy poco que ver con la que le dejó a su hijo cuarenta y siete años después. La situación financiera, la economía de Castilla y la influencia de la monarquía en Europa sufrieron profundas transformaciones a lo largo de ese medio siglo. Bartolomé vivió todos esos cambios en primera persona desde su puesto de factor general del rey”.
Carlos Álvarez Nogal es doctor en Historia por la Universidad de Valladolid y catedrático de Historia Económica en la Universidad Carlos III de Madrid. Especialista en Historia Económica de la Edad Moderna, ha sido profesor visitante en Stanford University, Paris School of Economics y Caltech. Ha publicado cuatro monografías y artículos en revistas nacionales e internacionales como Economic History Review o Revista de Historia Económica.
*Publicado por la editorial Turner, septiembre 2022.