El arte es pasión, es exceso, es rebeldía. El arte es estrambótico, excéntrico, extraordinario, incatalogable… ¿No nos creen? Piensen en alguno de sus artistas favoritos y luego busquen su biografía: probablemente reunirá alguno de los adjetivos que acabamos de utilizar, si no todos. Las grandes figuras de la cultura se han visto, en muchas ocasiones, arrastradas al borde del precipicio y no son pocos quienes, asomados al abismo, han terminado por caer (o arrojarse) en él. Nadie nace siendo un genio, salvo algunos cuya pericia destaca desde la niñez (piensen en Mozart), de modo que la mayoría de los nombres que todos conocemos tuvieron que trabajar muy duro y superar mil obstáculos. Muchos murieron sin disfrutar la gloria y otros, aun alcanzando la fama, no supieron sobrellevarla. El mundo del arte es caprichoso, hostil, ambicioso y poco agradecido. Sobrevivir en él requiere unas condiciones mentales cercanas a la locura y, por supuesto, una fe ciega en el propio trabajo.
En este poliédrico y enrevesado ambiente, los sentimientos se llevan al extremo y las amistades o las rivalidades de los artistas adoptan tintes épicos. A lo largo de la historia, los enfrentamientos entre genios ha sido una constante. Famosas son las rencillas de Miguel Ángel y Leonardo da Vinci, de Góngora y Quevedo o de Mozart y Salieri, por citar solo algunas de las más conocidas. El dicho “del amor al odio solo hay un paso” se cumple con una apabullante certeza en este mundo, donde, en demasiadas ocasiones, quienes se convierten en encarnizados adversarios antes habían sido fraternales amigos. Esa rivalidad consigue, siempre lo ha hecho, azuzar el ingenio y superar las propias limitaciones. Grandes obras han nacido de las complicadas relaciones entre artistas, que se han inspirado en el trabajo de su amigo/rival.
El crítico de arte Sebastian Smee, en su obra El arte de la rivalidad. Amistad, traición y ruptura en el arte contemporáneo*, sigue a ocho artistas (Francis Bacon, Lucian Freud, Pablo Picasso, Henri Matisse, Édouard Manet, Edgar Degas, Jackson Pollock y Willem de Kooning) y relata sus complejas amistades. normalmente vertebradas por la admiración, la envidia y la ambición. Como el propio autor señala en la introducción de su trabajo, “Este libro, por ello, trata del papel que desempeñaron la amistad y la rivalidad en la formación de estos ocho artistas que se encuentran, todos ellos, entre los más importantes de la modernidad. A lo largo de cuatro capítulos, se contarán las amistades de cuatro célebres artistas emplazadas en un paréntesis temporal definido —generalmente tres o cuatro años de tensión— y que se relacionan con un hecho concreto: un retrato, un intercambio de obras, una visita al estudio o una inauguración. En cada uno de los casos, dos personalidades —dos géneros distintos de carisma— se sintieron atraídas mutuamente de un modo magnético. Ambos artistas estaban a punto de llevar a cabo sus principales innovaciones creativas. Aún no tenían un estilo definido, ni predominaba en ellos una concepción acerca de la verdad o de la belleza. Todo se hallaba en potencia”.
Tras los cuadros más famosos expuestos en los grandes museos se esconde una intrahistoria sobre la que Smee construye su trabajo. Los ochos artistas retratados, en parejas como las del historiador griego Plutarco en sus Vidas Paralelas, destilan humanidad. El libro, que atrapa desde la primera página, recorre las tumultuosas relaciones entre las cuatro duplas de pintores. A Smee no le interesa tanto el arte en sí —aunque es muy recomendable leer el libro con algún dispositivo que permita identificar las obras citadas, que son bastantes— como el proceso creativo que lleva al autor a dibujar sus pinturas más conocidas. La vida personal de cada uno de ellos se convierte, de este modo, en el eje central de los distintos epígrafes, que dedican mayor atención a los años en los que la afinidad entre los artistas enfrentados fue más intensa. El resultado es extraordinario y ofrece un escaparte de los vicios y virtudes del ser humano, acentuado por la complicada personalidad de los protagonistas, varios de ellos depresivos, obsesivos o alcohólicos.
Pasar de la mediocridad a la genialidad requiere trabajo, tesón, ciertas habilidades innatas, suerte y una especie de aura que te guíe por los escorzos de un sinuoso trayecto vital. Todas esas cualidades las tienen los ocho artistas que Smee estudia, aunque no resulta sencillo extraer conclusiones válidas para las cuatro parejas. Cada una de ellas tienen sus propias peculiaridades y extravagancias. Por ejemplo, entre Bacon y Freud se percibe una cierta atracción amorosa nunca satisfecha; mientras que Degas y Manet reflejan la lucha del alumno por aventajar al maestro. En todo caso, se perciben patrones comunes, pero dejaremos que sea el lector quien los vaya descubriendo a medida que se adentra, de la mano del estilo vivaz y ameno de Smee, en la vida y en el pensar de cada uno de ellos. Pocos libros han conseguido retratar de forma tan cercana los impulsos y las inspiraciones de un pequeño, pero brillante, grupo de artistas.
Aunque sean ocho hombres los analizados, las mujeres también ocupan un lugar destacado en el libro y, en ocasiones, alcanzan casi el mismo nivel que los protagonistas. Entre ellas se encuentran artistas de primera fila como Berthe Morisot o Lee Krasner, junto a coleccionistas como Sarah Stein, Gertrude Stein o Peggy Guggenheim, y cómplices de espíritus libres como Caroline Blackwood o Marguerite Matisse.
Concluimos con esta reflexión de Smee, que sintetiza la esencia de su obra: “En la historia del arte, creo, se han dado casos de amistades íntimas que no se han contado en los libros. Este libro pretende dar cuenta de ellas. Se titula El arte de la rivalidad, pero la idea de esta que presenta no es el cliché masculino de los enemigos jurados: competidores acerbos que se guardan tercos rencores mientras resuelven a puñetazos quién es artística y terrenalmente superior. Es, en cambio, un libro sobre el hecho de ceder ante el otro, sobre la intimidad y la apertura a la influencia. También versa sobre la vulnerabilidad. Por qué estos estados de vulnerabilidad se concentran a comienzos de la carrera de un artista y cómo duran un periodo de tiempo limitado —y nunca van más allá de un determinado punto— es, en buena medida, el verdadero tema sobre el que trata este libro. Este tipo de relaciones son, esencialmente, inestables. Están cargadas de una psicodinámica resbaladiza y resultan difíciles de contar con cierto rigor historiográfico. Muy a menudo tampoco acaban bien. Si, en otras palabras, este es un libro que se ocupa de la seducción, también aborda, en cierta medida, las rupturas y las deslealtades”.
Sebastian Smee es crítico de arte del Boston Globe desde 2008. Obtuvo el Premio Pulitzer en 2011, tras años de quedar finalista. Empezó a trabajar en el Globe desde Sidney, donde había hecho crítica de arte para The Australian. Antes había vivido en el Reino Unido, donde colaboró en medios como The Daily Telegraph, The Guardian, The Art Newspaper, The Independent, Prospect y The Spectator. Ha sido coautor de cinco libros sobre Lucian Freud. Da clases de escritura en el Wellesley College.
*Publicado por la editorial Taurus, marzo 2017. Traducción de Federico Corriente.