Don Carlos. Príncipe de las Españas
Fernando Bruquetas y Manuel Lobo

Pocos reinados se han visto tan sometidos al constante y sistemático acoso de la propaganda como el de Felipe II. En torno al monarca español se construyó gran parte de la leyenda negra de nuestro país. Fue tal fuerza y el despliegue de medios utilizado que aún hoy sigue estando muy extendida. La Inquisición, el fanatismo religioso, la brutalidad de los tercios en las campañas del norte de Europa, las intrigas en la Corte, la conquista del continente americano… cualquier acontecimiento, especialmente si era negativo, servía para que los enemigos de la Monarquía Hispánica atacasen su reputación en el mundo. Como las guerras no solo se ganan por la fuerza de las armas, el vencedor, al menos moral, suele ser quien controla el discurso de la contienda. De ahí que, en aras de menoscabar la autoridad militar y social de Felipe II y de sus hombres, los libelos y panfletos críticos con la actitud del monarca fuesen habituales en el siglo XVI.

Tampoco beneficiaron mucho al soberano español algunos escándalos que se produjeron en su entorno. El más sonado quizás fue el de su secretario Antonio Pérez, cuyo trágico y espectacular desenlace casi provoca la rebelión aragonesa. No fue el único. En el mismo plano de gravedad, sobre todo por la repercusión internacional que tuvieron, han de situarse los sucesos que rodearon el encarcelamiento y muerte del primogénito del monarca, el príncipe Carlos. Probablemente sea uno de los episodios más oscuros y menos conocidos del reinado del Rey Prudente. La manifiesta incapacidad, física y mental, del futuro heredero de la Monarquía Hispánica obligó a Felipe II a adoptar medidas extremas que, difundidas alevosamente, fueron utilizadas por sus adversarios para ensuciar la imagen del soberano español y acentuar su carácter cruel y maniqueo. La realidad, menos artificiosa, apenas es conocida, pues siempre gusta más oír una teoría conspiratoria que una aburrida explicación histórica.

Los historiadores Fernando Bruquetas y Manuel Lobo abordan en su obra, Don Carlos. Príncipe de las Españas*, la figura del heredero al trono y lo hacen con las herramientas propias de un buen historiador: abundante documentación, rigor en el tratamiento de las fuentes y objetividad. El resultado, como suele ocurrir cuando el trabajo se hace correctamente, es un excelente libro que va más allá del simple texto biográfico. Los autores confiesan en la introducción de la obra que “Nuestra pretensión es recuperar la memoria sobre un personaje que aún se debate entre las brumas del tiempo y sobre el que continúan persistiendo numerosas lagunas, a pesar de que ha sido objeto de ensayos reiterados ocasionalmente. Por eso ahora procede desvelar los aspectos desconocidos de su figura y sacar a la luz algunas de las actuaciones que pasaron desapercibidas en su momento y que son valiosas para completar su biografía”.

La política matrimonial seguida por los Habsburgo fue el principal instrumento para controlar gran parte de Europa, pero a la larga supuso su perdición (al menos en España). Un repaso al árbol genealógico familiar permite descubrir numerosos enlaces consanguíneos entre primos, sobrinos y tíos, e incluso alguno más escandaloso. El resultado, previsible, fue una descendencia débil y enfermiza, con numerosos problemas físicos y mentales. Los padres del príncipe Carlos fueron un joven Felipe II (se casó con dieciséis años) y su primera esposa, la infanta María Manuela de Portugal, quienes a su vez eran primos hermanos por doble vía. No  sabremos nunca si el estado del infante Don Carlos fue la consecuencia de una genética endogámica o si se agravó por las fiebres que padeció durante su infancia, pero es seguro que la política matrimonial de la dinastía no le favoreció mucho. Probablemente, hoy se hubiesen tratado de forma distinta las enfermedades que padecía.

Las esperanzas depositadas en el heredero pronto se fueron ensombreciendo, pues su salud no auguraba un buen futuro. Habrá que esperar hasta la adolescencia para que los más allegados descubran su verdadero carácter. Fernando Bruquetas y Manuel Lobo estudian en los capítulos iniciales del libro la infancia del príncipe, su educación, quiénes se hallaban en su entorno y su quebradiza salud (extremo que condicionó extraordinariamente las primeras etapas de su vida). Así describen esos años los autores: “La vida del príncipe transcurría entre convalecencia y mejoría, entre accesos de fiebre y estados de salud reconfortantes, por lo que, según el criterio médico, esos reiterados síntomas revelaban que ya se trataba de una enfermedad crónica que tenía escasos visos de sanar definitivamente”. No debemos olvidar la importancia del joven príncipe, heredero de uno de los mayores imperios de la Historia. Su salud y su estado mental eran cuestiones de Estado, por lo que siempre se intentó esconder su débil condición.

La mayoría de los trabajos que han abordado la vida del príncipe Carlos lo han hecho de forma complementaria a la de su padre. Carlos ha sido visto (y tratado) normalmente como un capítulo más en la dilatada vida del monarca español. Fernando Bruquetas y Manuel Lobo huyen, sin embargo, de este proceder y se centran exclusivamente en el infante. No sólo estudian su corta vida (falleció a los veintitrés años), sino que también analizan sus desordenados gustos y aficiones, sus amigos y amigas, su relación con el arte y con los artistas, sus gastos (a veces desorbitados, lo que le llevó a endeudarse en reiteradas ocasiones) y los cargos que ostentó. Un complejo marco que nos ayuda a comprender mejor quién fue este poliédrico personaje. Sirvan como ejemplo estas palabras con las que los autores sintetizan el carácter del heredero a la Monarquía Hispánica: “Tal como señalan la mayor parte de las fuentes, la imagen del príncipe de las Españas responde a la de un personaje atribulado y excéntrico, cuyo trastorno fue atribuido al descontrol y a no haber atajado a tiempo con educación, cordura y mesura los caprichos de un príncipe que siempre fue consciente del papel que representaba en aquella Corte de enredos y saturada de rumores. Don Carlos, desde joven, se saltó las normas por la complacencia de unos y la incapacidad de otros que permitieron una libertad de carácter que a la larga tuvo funestas consecuencias. Por otra parte, frente a un comportamiento altivo y arrogante se perfila también la figura de un príncipe generoso que no reparaba en gastos para cumplimentar tanto a las personas cercanas que más quería como a sus criados y servidores”.

La detención y posterior muerte del príncipe han condicionado su legado histórico. Al poco de conocerse la noticia, el bien engrasado aparato propagandístico se puso en funcionamiento y los rumores acerca de los “verdaderos” motivos de su desaparición se dispararon. Que si había sido asesinado por su padre, contra quien se habría rebelado; que si pensaba escapar a las Provincias Unidas y unirse a los rebeldes; que si había sido encerrado por los celos de Felipe II, al estar enamorada la reina Isabel de Valois de Carlos… estas y otras estrafalarias historias circularon libremente por todo el continente. Fernando Bruquetas y Manuel Lobo se alejan de esta pseudo-realidad y se aproximan a los hechos desde una perspectiva objetiva y bien documentada. Sus conclusiones: Felipe II, viendo el deterioro mental de su hijo y los escándalos que iba generando, se vio obligado a encerrarle en sus aposentos. La muerte sobrevino al príncipe Carlos tras uno de sus habituales episodios de glotonería extrema, seguidos de ayunos igual de extremos, acordes con su desordenado estilo de vida.

Va siendo hora de que, más cuatrocientos años después, algunos de los mitos de la Leyenda Negra española empiecen a disiparse. La vida del príncipe Carlos, envuelta en todo tipo de misterios y leyendas, es un buen ejemplo de cómo una investigación histórica rigurosa puede arrojar luz sobre un suceso respecto del que ha prevalecido el rumor frente a la realidad. Las escasas explicaciones que Felipe II dio sobre la muerte de su primogénito avivaron las suspicacias de sus rivales y propiciaron que algunos crearan un guion más sugestivo que verídico. La presente obra sirve para desmontar patrañas generalizadas y, además, mostrarnos cómo era el entorno y la organización de la corte de un joven príncipe en la Edad Moderna.

Fernando Bruquetas de Castro (Río de Oro, Sáhara, 1953) es catedrático de Historia Moderna e imparte docencia en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Manuel Lobo Cabrera (Las Palmas, 1950) es Catedrático de Historia Moderna de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y fue rector de esa misma Universidad.

*Publicado por Cátedra Ediciones, septiembre de 2016.