Pocas regiones se han visto tan azotadas por los estragos de la guerra como los Balcanes. Durante siglos fueron el campo de batalla de las dos principales religiones del mundo. Las razzias de unos y otros fueron una constante en estas tierras durante la sempiterna contienda entre cristianos y musulmanes. Como toda zona fronteriza, la heterogeneidad y la pluralidad de pueblos, creencias y etnias que la habitan resulta extraordinaria. Basta leer el libro del premio Nobel Ivo Andric, Un puente sobre el río Drina, para comprobar la riqueza cultural de una región que ha sabido aprehender lo mejor (pero también lo peor) de cada una de las civilizaciones que lograron imponerle su autoridad. Hasta el siglo XIX, este mosaico humano logró mantener un precario equilibrio, con la tenaza que ejercían el Imperio Otomano y los Habsburgo a modo de balanza. Sin embargo, la aparición de los nacionalismos, la decadencia de los imperios y la toma de conciencia (y poder) de las minorías, favorecidas por el sistema representativo de los respectivos Parlamentos, dinamitó la estabilidad de la región. No es casualidad que la Primera Guerra Mundial comenzara aquí, en los Balcanes.
Antes de que el joven Gavrilo Princip asesinara al archiduque Fernando en Sarajevo, los Balcanes ya se habían convertido en un polvorín, cuya mecha había sido prendida hasta en dos ocasiones. Entre 1912 y 1913 se sucedieron dos guerras (conocidas precisamente como Guerras de los Balcanes) en las que participaron las grandes potencias de la región: el Imperio Otomano, Montenegro, Rumania, Serbia, Bulgaria y Grecia. Si la diplomacia europea era un complicadísimo juego de medias verdades e intrigas, la de los Balcanes no se quedaba atrás. Todos se aliaban con todos y todos conspiraban contra todos. En el primer conflicto, el Imperio Otomano se llevó la peor parte, mientras que, en el segundo, Bulgaria sufrió las consecuencias de haber alcanzado demasiado poder. En los Tratados de Paz, siguiendo la práctica de la época, se cedían y arrebataban territorios sin tener en cuenta las poblaciones ni la historia (aunque esta se usase como título de legitimación para reclamarlos).
Este era el convulso escenario en que se hallaban los Balcanes cuando estalló la Gran Guerra. El inicio de las hostilidades obligó a las naciones balcánicas —muy presionadas por las grandes potencias— a inclinarse por una de estas opciones: apoyar a la Entente, a los Imperios Centrales o mantenerse neutral (alguna optó, sucesivamente, por varias de ellas durante el transcurso de las hostilidades). Equivocarse de bando podía significar la ruina del país.
Con motivo del centenario del inicio de la Primera Guerra Mundial se ha publicado una multitud de libros que analizan el conflicto. Pocos son, sin embargo, los que abordan las repercusiones que tuvo en Europa oriental, tratada en ocasiones como un frente secundario, sin apenas influencia en el contexto global de la contienda, y lo consideran un asunto menor. Las consecuencias que la guerra tuvo en la región, no obstante, requerirían un análisis más pormenorizado, pues todavía hoy se dejan sentir los coletazos del reparto que se produjo al finalizar aquella. Por suerte, Marcial Pons Ediciones de Historia, de la mano de los profesores Pedro Bádenas de la Peña y Pablo Martín Asuero, ha rescatado del olvido un curioso trabajo, publicado en Francia hará un siglo, del periodista y escritor Carlos Ibáñez de Ibero (1882-1966) que explora, desde un singular enfoque, la situación de los Balcanes al inicio de la Gran Guerra. El libro lleva por título De Atenas a Constantinopla. La situación en Oriente (otoño-invierno de 1914-1915)*.
Carlos Ibáñez de Ibero viajó de Atenas a Constantinopla, pasando por Bulgaria, en 1915. El resultado de su periplo es este libro que reúne las impresiones y vivencias de su autor y recoge las entrevistas que realizó a los altos dignatarios del gobierno griego y de la Sublime Puerta. Como señala Pablo Martín Asuero al inicio de la obra, “De Atenas a Constantinopla es un libro que, aunque formalmente corresponde a la literatura de viajes, posee un fuerte contenido de crónica política centrada en Grecia, los Balcanes y Turquía en el otoño de 1915 […] cuyo hilo conductor son las reveladoras entrevistas con personalidades como el rey Constantino, Veniselos o Enver Pachá y un conjunto de importantes personalidades de la vida política económica de Grecia y Turquía”. Junto al relato de Ibáñez de Ibero, la obra incluye un estudio preliminar sobre la figura del autor y sobre la situación de los Balcanes y del Imperio Otomano durante estos años. En él se explica, país por país, cómo afrontaron el inicio del conflicto.
¿Quién era este Carlos Ibáñez de Ibero que, con apenas treinta y tres años, se movía libremente entre los altos dignatarios de los países europeos? Hagamos un breve repaso a su biografía. Provenía de una familia de militares y de altos funcionarios, en la que su padre (fundador y director del Instituto Geográfico Nacional) se vio obligado, a raíz de algún que otro escándalo, a retirarse de la vida pública e instalarse en la ciudad francesa de Niza, donde Carlos nacería en 1882. Tras fallecer el padre, la familia se trasladó a Ginebra. Carlos cursó sus estudios de ingeniería en París, compatibilizándolos con el doctorado en filosofía y letras por la Universidad de la Sorbona. Al inicio de la Segunda Guerra Mundial se asentó, ya definitivamente, en Madrid. Su trayectoria profesional estuvo siempre ligada a la ingeniería (su gran proyecto fue un túnel que uniese Gibraltar y Marruecos), aunque tuvo tiempo para sus aficiones: escribió numerosas obras históricas, se interesó por la pedagogía (publicó varios trabajos sobre la enseñanza), colaboró con diversos periódicos (en Francia, con L’Écho de Paris y Le Figaro) y fue un miembro muy activo del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y del Instituto de Estudios Africanos. Falleció a los 84 años de edad.
La informada curiosidad de Ibáñez de Ibero hace que sus entrevistas y observaciones sean muy agudas. Sabe qué preguntar y a quién preguntar. Ahora bien, prescinde de la objetividad propia de un libro de Historia (tampoco era ese su cometido). Toma, desde el primer momento, partido por la Entente, de modo que todos sus juicios de valor van encaminados a criticar a Alemania y a sus aliados. Por ejemplo, si el monarca griego defiende la neutralidad helena en la contienda, Carlos Ibáñez le acusa de germanófilo y de perjudicar a los intereses de su país. Lo mismo sucede cuando relata las peripecias de su itinerario: aunque ahonda, en estos pasajes, en lo que ve y en lo que le pasa, no deja de señalar el error de no aliarse con Francia e Inglaterra, de lo que dan muestra estas palabras: “De mi viaje por Oriente me he venido con la confianza, más firme que nunca, en la victoria de la Cuádruple Entente”.
Al margen de la subjetividad del autor, propia del momento, la obra ofrece testimonios muy esclarecedores sobre los sucesos que estaban ocurriendo en Grecia, Bulgaria y el Imperio Otomano. A través de ella descubrimos la forma de ser de los dirigentes de esos países, sus problemas y cavilaciones a la hora de tomar decisiones. Es esclarecedor comprobar cómo casi ninguno veía la guerra como algo noble, sino, más bien, como un incordio necesario para defender las aspiraciones de la nación. Todos eran conscientes que la contienda se regía por motivos únicamente utilitaristas y esperaban que terminase pronto; sabían que, fracasada la ofensiva inicial alemana, no habría un claro vencedor. Por supuesto, ninguno se expresaba en estos términos tan contundentes, pues eran hábiles diplomáticos, pero quien sepa leer entre líneas se dará cuenta de lo que traslucen sus palabras. Las entrevistas, advertimos, no están transcritas literalmente, ya que Ibáñez de Ibero las transformaba en relatos más narrativos.
Cuando, en este centenario, todos acudimos a los últimos libros de historia para informarnos sobre la Gran Guerra, viene bien leer el testimonio de una persona que vivió muy de cerca aquellos años. Cierto es que prima la parcialidad del autor, pero no por ello dejamos de percibir el ambiente de decadencia y fin de ciclo que impregnaba a la sociedad europea de principios del siglo XX. Un nuevo mundo se estaba forjando a medida que morían millones de soldados en las trincheras. La guerra trajo consigo, una vez más, una redefinición de las fronteras de los Balcanes y varios países consiguieron, tras siglos de intentos, su independencia, mientras que otros vieron incrementadas o disminuidas sus posiciones. Sus dirigentes, a quienes Ibáñez de Ibero entrevistó, fueron testigos de los cambios que se producían a ritmo acelerado a su alrededor. Desgraciadamente, la mayoría de ellos, anclados en el pasado, no supo estar a la altura.
Pedro Bádenas de la Peña, profesor de Investigación del CSIC en el Instituto de Lenguas y Culturas del Mediterráneo y Oriente Próximo, es experto en la interacción cultural y lingüística en los Balcanes y su influjo en las identidades étnicas de la región. Pablo Martín Asuero, orientalista, especialista en la Cuestión de Oriente, es autor de numerosos trabajos sobre España y el mundo otomano y sobre los sefardíes de Turquía. Ha sido director del Instituto Cervantes en Damasco y en la actualidad lo es en Estambul.
*Publicado por Marcial Pons Ediciones de Historia, abril 2016.