¿Hasta qué punto una enfermedad condiciona nuestras decisiones? ¿Somos conscientes de los efectos que la medicación ejerce sobre nuestro estado de ánimo? En una sociedad que vive excesivamente medicada y en la que cualquier dolencia, ya sea física o mental, es combatida con un sinfín de pastillas, estas preguntas son cada vez más relevantes y su importancia se acentúa cuando se refieren a cargos públicos ¿Deberíamos conocer en todo momento el parte médico de los políticos? ¿Debería el presidente del Gobierno permanecer en el cargo cuando sufra algún tipo de enfermedad grave? ¿Deben existir protocolos para sustituir a un ministro o al presidente en caso de incapacidad? Y si este último está aquejado de una enfermedad mental ¿cómo actuaríamos? ¿Tal condición es incapacitante o debe ser tratada como una dolencia más? Muchas veces olvidamos que los políticos también son hombres y, como tales, están sujetos a las mismas dolencias y circunstancias que el resto.
David Owen, ministro de Sanidad y de Exteriores en el gobierno británico durante los años 70, analiza en su obra En el poder y la enfermedad. Enfermedades de jefes de Estado y de Gobierno en los últimos cien años* la siempre complicada relación entre los políticos y su estado físico y mental. Como explica el propio autor, “La interrelación entre políticos y médicos, entre política y medicina, me ha fascinado durante toda la vida como adulto. Sin duda, mis antecedentes como médico y como político han alimentado mi interés y han determinado mi punto de vista. Me han interesado en particular las consecuencias de la enfermedad en jefes de Estado y de Gobierno a lo largo de la Historia. Estas dolencias suscitan muchas cuestiones relevantes: su influencia sobre la toma de decisiones, los peligros que conlleva en mantener en secreto la dolencia; la dificultad para destituir a los dirigentes enfermos, tanto en las democracias como en las dictaduras, y, no menos que todo esto, la responsabilidad que las afecciones de los altos dirigentes hacen recaer sobre sus médicos”.
La obra de David Owen es un trabajo peculiar en todos los sentidos. Primero, por la temática que aborda: no solemos acercarnos a los hombres más importantes del pasado siglo a través de sus flaquezas, algo que les hace más humanos y cercanos que la fría versión oficial. Segundo, porque siempre es llamativo leer a un político que toma la pluma. Owen, médico de profesión, ocupó puestos destacados en el partido laborista y fue fundador del Partido Socialdemócrata inglés, circunstancias ambas perfectamente reflejadas en la obra. Sus análisis médicos reflejan que sabe de lo que habla y su paso por la política le ayuda a explicar el funcionamiento de la toma de decisiones a alto nivel. Por último, es un libro de historia pero con unas obvias implicaciones en el presente; Owen busca, a través de los ejemplos del pasado, transformar la política actual, establecer unos parámetros que mejoren la calidad democrática de nuestras sociedades y sugerir mecanismos para manejar las enfermedades de los políticos.
Si hubiésemos de destacar dos tachas del libro, la primera sería el exceso de referencias personales del autor, defecto inherente a muchos de los trabajos escritos por políticos. Es cierto que Owen conoció de primera mano a numerosas figuras tratadas en la obra y fue testigo privilegiado de los hitos más importantes del último cuarto del siglo XX, pero a quien escribe esta reseña tanto uso del yo acaba por chirriarle. La segunda, es que quizás se enfatizan en la obra las dolencias de los personajes estudiados, llegando en ocasiones a parecer que los episodios depresivos eran una condición indispensable del poder. Por supuesto, ambas críticas no menoscaban el interés del libro, que plantea cuestiones de gran actualidad con un enfoque sin duda original.
Más que a las dolencias físicas, Owen presta especial atención al componente psicológico y a las enfermedades mentales, explorando el efecto que tuvieron en el carácter y estado anímico de los protagonistas. Subraya el elevado número de cuadros depresivos que sufrieron importantes políticos (antes o durante el desempeño de sus cargos) como Theodore Roosevelt, Nikita Khrushchev, Winston Churchill, Richard Nixon, Lyndon Johnson, o Benito Mussolini, por citar sólo algunos. A estas dolencias David Owen añade la “hybris”, enfermedad que, sin estar clínicamente demostrada, sirve para explicar algunas de las controvertidas actuaciones adoptadas por políticos como Tony Blair o George W. Bush. Así la define el autor: “Al observar a los dirigentes políticos, lo que me interesa es la hybris como descripción de un tipo de pérdida de capacidad. Este modelo resulta muy familiar en las carreras de los líderes políticos cuyo éxito les hace sentirse excesivamente seguros de sí mismos y despreciar los consejos que van en contra de lo que creen, o en ocasiones toda clase de consejos, y que empiezan a actuar de un modo que parece desafiar la realidad misma”.
Para quien esté acostumbrado a tratar exclusivamente con los hechos, algunos de los datos que aporta David Owen resultarán sorprendentes pues ahondan en la esfera íntima de los dirigentes políticos. En la primera parte de la obra se hace un repaso general de las enfermedades padecidas por las principales figuras del siglo XX, con predominio de los líderes anglosajones aunque también hay alguna referencia a políticos franceses, alemanes o soviéticos. Los casos tratados son muy variados y van desde el ictus del presidente estadounidense Woodrow Wilson hasta las secuelas de Ronald Reagan tras su atentado o la muerte por cáncer de médula ósea que acabó con la vida del presidente francés Georges Pompidou.
La segunda parte del libro aborda cuatro casos concretos: la enfermedad del primer ministro británico Anthony Eden, y cómo condicionó la crisis de Suez en 1956; la salud del presidente estadounidense John F. Kennedy durante la fallida invasión de la Bahía de Cochinos y la crisis de los misiles (hay algunos testimonios escalofriantes del uso de opiáceos); el tercero y el cuarto, respectivamente, la enfermedad secreta del Sha de Persia y el cáncer de próstata del presidente francés Mitterrand. David Owen, además de explicar las dolencias que padecieron, aborda en todos ellos cómo se gestionó la enfermedad de cara al público, con el predominio del secretismo y la mentira, incluso de los propios facultativos que atendieron a los políticos. Estudia asimismo el efecto que las enfermedades causaron en la capacidad de decisión de estos dirigentes, más preocupante en el caso de Anthony Eden y Kennedy pues la medicación influyó considerablemente en la lucidez de sus decisiones.
La obra concluye con un apartado de carácter menos histórico y más actual. Owen explora los mecanismos y actitudes que deberían adoptar tanto los políticos como la sociedad respecto a las enfermedades de nuestros mandatarios. Aboga por una mayor transparencia en los informes médicos y una mayor libertad de los facultativos para diagnosticar y evitar coacciones que faciliten el secretismo que ha regido durante años. A su juicio, el electorado debe conocer las dolencias de los candidatos y votar teniendo toda la información en sus manos. Propone, en fin, limitar los mandatos para evitar la aparición de la temida hybris, más propensa a darse en aquellos líderes que se perpetúan en el cargo.
David Owen (Plymouth, 1938) ha sido rector de la Universidad de Liverpool y es miembro independiente de la Cámara de los Lores. Fue ministro de Sanidad de 1974 a 1976 y de Asuntos Exteriores del gobierno laborista de James Callaghan entre 1977 y 1979. En 1981 fue cofundador del Partido Socialdemócrata, que dirigió de 1983 a 1990. Antes de entrar en política ejerció la medicina neurológica. Es autor de once libros, entre ellos The Hybris Syndrome: Bush, Blair and the Intoxication of Power, In Sickness and in Health: The Politics of Medicine, Face the Future y A Future That Will Work.
*Publicado por la editorial Siruela, noviembre de 2015.