Si hay un personaje que marcó la primera mitad del siglo XVI, fue sin duda Carlos V. Desde los emperadores romanos, ningún hombre había tenido bajo su control una superficie tan extensa del continente europeo. Si, además, añadimos el Nuevo Mundo recién descubierto, la magnitud de sus posesiones resulta extraordinaria. Hay que tener en cuenta que las comunicaciones en 1500 en nada se asemejaban a las actuales: la tarea de sostener un imperio tan disperso y heterogéneo era titánica. Por si fuera poco, durante su reinado hubo de hacer frente a dos cismas en la Cristiandad (el anglicano y el protestante), a incontables guerras, en particular contra dos potencias poderosas (Francia y el Imperio Otomano), a varios levantamientos internos (en España, los comuneros y las germanías) o al constante acoso de los piratas berberiscos, por citar algunas señaladas contingencias. En la mayoría de las ocasiones salió victorioso, pero, en los últimos años de su reinado, la llama que hasta entonces le había guiado empezó a apagarse y algunos de sus logros se vinieron abajo.
Carlos V era el título que le correspondía al ser nombrado emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico, aunque en España fue conocido como Carlos I. Nieto de los Reyes Católicos, hijo de Juana la Loca y Felipe el Hermoso, fue el primer rey de la Casa de Austria, nombre con el que se conoce entre nosotros a la dinastía Habsburgo. Gracias a la labor que habían realizado sus abuelos maternos (junto con algo de fortuna y la ayuda de sus banqueros), se convirtió en el primer monarca que aunó los distintos reinos hispanos por derecho propio. La Península devino uno de los principales baluartes de su reinado. En aquella época, Castilla vivía su edad de oro y se erigió como uno de los centros culturales, económicos y políticos más importantes de Europa. Sin el apoyo militar de España, las grandes victorias que el Emperador logró (Mühlberg, Pavía, Túnez o el rechazo del asedio otomano de Viena, por citar algunos sonados ejemplos), no se habrían producido.
La figura de Carlos V ha sido profusamente estudiada por autores nacionales e internacionales. El número de biografías es considerable y, si al lector le interesa el personaje, es probable que tenga en su biblioteca algún título de los hasta ahora publicados. A ellos se añade la obra del académico Luis Suárez, Carlos V. El emperador que reinó en España y América*, editada en 2015 y reeditada por Ariel en 2020. Pensado para el gran público, se ha convertido en uno de los libros más accesibles para descubrir la vida y la obra de Carlos V.
Con estas palabras describe el autor el propósito de su trabajo: “En este libro vamos a intentar una especie de reflexión sobre el significado de estos cuarenta años que cubren la primera mitad de ese vital siglo XVI en que Europa se conformó en estructuras que han perdurado, al menos en su mayor parte, hasta 1947. En las difíciles circunstancias que en nuestros días vive Europa, dicha reflexión parece oportuna. No se trata de realizar una nueva investigación documental, como aquellas que grandes historiadores de los siglos XIX y XX realizarán, sino de hacer una lectura detenida hasta llegar a descubrir en los sucesos aspectos que hoy deberían tenerse en cuenta”.
El trabajo de Luis Suárez se ajusta a los esquemas de las biografías al uso, sin dejarse embelesar por el magnetismo del protagonista (algo que, por desgracia, es frecuente en este género). Mantiene en todo momento una actitud neutral y no toma partido por nada que no sea la realidad histórica. Huye de la grandilocuencia y de la pomposidad y, a través de un relato recio y directo, nos va desentrañando los hitos de la vida de Carlos V. Como es lógico, el Emperador acapara toda la atención y sobre él gira el relato. Raros son los excursos y cuando estos aparecen (principalmente en los primeros capítulos) se utilizan para contextualizar un suceso concreto.
Hablar de Carlos V es hablar inevitablemente de la Europa del Renacimiento. Luis Suárez no rehúye esta relación y ahonda en la íntima conexión del monarca con los grandes sucesos y con las grandes figuras de su tiempo. Erasmo de Róterdam, Tiziano, Lutero, Julio II, Adriano de Utrecht, Bartolomé de Las Casas…, entre otros muchos, transitan por las páginas de la obra, pues todos tuvieron contacto, más o menos directo, con Carlos. A medida que avanza el relato, vemos cómo se va construyendo la Europa de la Edad Moderna, que permanecerá, en sus grandes rasgos, inalterable hasta la Revolución Francesa e incluso un poco más allá. En apenas unas décadas, el continente sufrió una profunda transformación, de la que nuestro protagonista fue actor destacadísimo: sus decisiones, acertadas o equivocadas, se revelaron cruciales. La Europa que hoy conocemos hunde sus raíces en este reinado.
Sin necesidad de detallar ahora los pormenores de la vida de Carlos V y el análisis que de ella lleva a cabo Luis Suárez, nos llama la atención un aspecto, quizás menos conocido, al que el autor da gran relevancia y reitera en distintos pasajes de su trabajo. Nos referimos al matrimonio de Carlos con Isabel de Portugal y al sincero afecto que ambos se profesaban. Isabel ejerció una gran influencia en su marido y, por ende, en los asuntos de Estado. Con estas palabras lo explica el historiador: “Carlos e Isabel formaron lo que podríamos calificar como unidad personal. No es que ella pretendiera vestir armadura y empuñar la espada como Juana de Arco. Era esposa y madre, y cuando formulaba sus opiniones y consejos sobre asuntos políticos lo hacía como esposa y madre a quien correspondía enseñar sentimientos e intuición. Esto aparece claramente cuando, después de la muerte de la emperatriz, se propuso a Carlos un nuevo matrimonio que asegurase la paz con Francia; respondió que para él solo había una esposa y, fallecida esta, no volvería a casarse”.
La presencia de los asuntos españoles ocupa un lugar destacado en la biografía (lo contrario hubiese sido una falta de profesionalidad), pero la obra no se circunscribe a ellos. Son un elemento más de los distintos retos que hubo de afrontar Carlos V a lo largo de su vida. Ahora bien, para Luis Suárez podía hablarse ya de un imperio español, tras el descubrimiento de América, conformado bajo la mirada de Carlos. Así lo explica: “Desde 1535 un nuevo imperio, hispánico, comienza a existir. De él forman parte los dos reinos de Nueva España y Nueva Castilla. Hernán Cortés regresa a España, y los Pizarro, envueltos además en querellas intestinas, acabarán viéndose privados de su poder. La suma autoridad en esos nuevos Estados americanos la asumen virreyes, es decir, delegados directos del monarca, nombre que se empleaba ya en Valencia, Navarra, Nápoles y otros lugares. No me parece errónea la expresión tantas veces empleadas de “imperio hispánico””.
Luis Suárez es miembro de la Academia de la Historia y Premio Nacional de Historia. Catedrático en la Universidad de Valladolid y en la Universidad Autónoma de Madrid, de la que es profesor emérito, entre sus numerosas obras destacan las relativas a los Reyes Católicos, la expulsión de los judíos, los Trastámara, Franco o la historia de Europa.
*Publicado por la editorial Ariel, febrero 2020.