Calderón esencial
Pedro Calderón de la Barca

El aficionado a la historia en el siglo XXI suele acercarse al pasado a través de la abundante producción historiográfica que tiene a su disposición. Se cuentan por miles las obras editadas cada año sobre esta materia. Raro es encontrar un período o algún acontecimiento importante que no haya sido abordado por un trabajo, ya sea especializado o divulgativo (otra cuestión sería determinar su calidad, pero ese debate no viene ahora al caso). La historia política sigue manteniendo el liderazgo en este sector, pero cada vez se publican más libros sobre la historia social, militar, cultural o económica. Sin olvidar, por supuesto, las biografías, género en alza muy del gusto del gran público y que va ganando más terreno. Gracias a esta labor editorial, tenemos una imagen relativamente nítida de cómo era la vida de nuestros antepasados y qué sucesos relevantes tuvieron lugar casi desde que el hombre es hombre.

Ahora bien, el historiador lleva a cabo una labor de interpretación de las fuentes que analiza (si cumple correctamente con su trabajo), por lo que resulta inevitable que su experta mirada esté condicionada, además de por sus propios prejuicios, por lo que en ellas encuentra. No es posible acercarse al pasado de una forma aséptica, aunque el autor debe esforzarse en lograr la mayor objetividad. De ahí que, de vez en cuando, sea tan interesante acudir a autores contemporáneos de los hechos que nos atraen para, a través de sus escritos, comprender qué significaron para ellos. Aunque esos autores no tienen, lógicamente, la perspectiva que otorga el paso del tiempo para entender qué estaba ocurriendo en aquel momento, resulta esclarecedor ver cómo pensaban, sentían y valoraban todo lo que les acontecía.

Entre los autores coetáneos a los hechos descritos, quizás sean los literatos quienes mejor han sabido captar el espíritu de su época y del pueblo del que forman parte. Las obras de teatro, las novelas, la poesía… reflejan de una forma transparente la mentalidad, no solo de su autor, sino de del conjunto de la sociedad. En ellas aparecen recogidos los temores, las esperanzas, los anhelos, las costumbres o la moral de su tiempo. El Quijote, Madame Bovary o Guerra y Paz nos pueden ser más útiles para conocer la vida de esos períodos que sesudas investigaciones historiográficas de miles de páginas. La literatura es otra forma de acercarse al pasado. Obviamente, hay que tener en cuenta que es ficción y la realidad no se ajusta siempre al texto de la obra, pero sí capta la esencia de lo que ocurre.

En España, tenemos la suerte de contar con algunos de los mejores escritores que ha dado la humanidad. Pocas veces en la historia coincidieron tantos “maestros” como en nuestro Siglo de Oro. Seguro que el lector es capaz de nombrar a más de una decena de autores relevantes. Pedro Calderón de la Barca probablemente ocupará un lugar prominente en ese listado. Fue, junto a Lope de Vega, el dramaturgo más importante de nuestra historia y sus obras se encuentran entre las más aclamadas de la literatura universal. Pocos han sabido reflejar con mayor acierto y exactitud el Barroco y la España del XVII.

La Biblioteca Castro recupera, en una extraordinaria edición, ocho de sus mejores obras para acercarnos a un Calderón esencial*. En concreto, en el libro están recogidas La cisma de Inglaterra, El príncipe constante, La dama duende, Casa con dos puertas mala es de guardar, La vida es sueño, El médico de su honra, El mágico prodigioso y El alcalde de Zalamea. Como es habitual en las publicaciones de la Biblioteca Castro, a la buena edición le acompaña un estudio preliminar, indispensable para entender el contexto del libro. En esta ocasión, ese estudio está a cargo de Ignacio Amestoy.

La introducción se divide en dos bloques. En el primero, se realiza una sucinta descripción biográfica de Calderón de la Barca, explicando sus orígenes, los estudios que llevó a cabo en Madrid, su ascenso en la Corte hasta hacerse un nombre como dramaturgo y su retirada de los corrales para ordenarse sacerdote. Al margen de estos apuntes biográficos, cabe reseñar la atención que el profesor Amestoy presta a la relación entra la Compañía de Jesús y el dramaturgo madrileño (“Así que tendremos en los últimos años de Calderón muy palpitante el espíritu jesuítico en nuestra escena, y en el teatro en general, por todo lo dicho aquí, y también por la defensa ignaciana de las imágenes.”).

Una vez explicado el contexto personal del protagonista, la segunda parte del estudio introductorio analiza por separado y de forma más extensa las ocho obras que componen el libro. En los correlativos epígrafes se explican, entre otras cuestiones, la fecha y el momento en que Calderón escribe y presenta su trabajo; el motivo histórico que lo provoca (era una práctica habitual en la época trasladar la acción al pasado, siendo poco frecuentes los trabajos del autor emplazados en el presente; el argumento o, al menos, las pautas generales que conforman la obra, con especial hincapié en aquellos elementos que confieren un “aura” especial a esa representación; la repercusión que tuvo para Calderón y cómo se acogió en el momento de su puesta en escena.

No nos corresponde ahora analizar la calidad literaria de cada una de las obras que componen esta selección. No es nuestro campo y preferimos que sea el lector quien descubra con la lectura de las comedias y las tragedias calderoniana el espíritu de la España del siglo XVII, una época turbulenta en la que la religión, la honra y la lealtad convivían con la codicia, la pereza y la intransigencia, conformando un cuadro fascinante de una sociedad en cambio y cuyas verdades empezaban a tambalearse.

*Publicado por la Biblioteca Castro, febrero 2023.