TUSQUETS - BERLIN 1936

Berlín, 1936. Dieciséis días de agosto
Oliver Hilmes

Resulta sumamente complicado entender hoy los motivos que llevaron a la sociedad alemana a entregarse a Adolf Hitler y a sus extravagantes ideas. Nuestro principal obstáculo para comprender la mentalidad germana del primer tercio del pasado siglo no es solo el tiempo transcurrido, ya ochenta años, sino el conocimiento a posteriori de lo que tenía de escalofriante y desgarrador la mentalidad nacionalsocialista. Los horrores de los campos de concentración, la vigilancia y el control obsesivo de cada aspecto de la vida, la eliminación o de la degradación del otro (el untermensch) y los delirios de grandeza condicionan nuestro juicio. Ahora nos resulta mucho más fácil identificar conductas totalitarias (aunque el adjetivo “fascista” está empezando a vaciarse de contenido por su uso indiscriminado) que hace una centuria. En aquellos momentos, por el contrario, la sociedad carecía de precedentes y las democracias liberales se ahogaban en la crisis económica y en su incapacidad de articular gobiernos estables. Las ideologías totalitarias aprovecharon el caos imperante para presentarse como instrumentos de salvación nacional frente al colapso de la sociedad occidental. Lograron, de este modo, cautivar a ricos y pobres, a intelectuales y a simples trabajadores.

La Alemania derrotada tras la Gran Guerra era un país, literal y metafóricamente, en ruinas. Humillada y abatida, la nación germana quedó embelesada por un exaltado demagogo que supo construir, desde el odio y el abatimiento, un partido de masas con el que pretendía recuperar la gloria pasada. Hitler se convirtió en un demiurgo, en un salvador, o al menos así se le consideró. No fue un camino sencillo, pero en los años treinta ya había logrado consolidar su poder. Las medidas coercitivas adoptadas contras las minorías escandalizaron a unos pocos y pasaron desapercibidas para la gran mayoría (la sociedad de principios del siglo XX veía el racismo como algo normal). La propaganda y las organizaciones paramilitares acallaban, además, cualquier disidencia interna y vendían un relato de seguridad y prosperidad tras años de anarquía. El mensaje caló en la mentalidad alemana, que vivió años de progreso económico. La Alemania nazi resurgió de sus cenizas, aunque impulsada por una maquinaria del terror que solo hoy conocemos en toda su extensión.

El mundo, mientras tanto, contemplaba el renacimiento germano con desconfianza y estupor. Grandes pensadores, políticos y empresarios de todas las naciones, por mucho que después lo negasen, se sintieron atraídos por el poderío alemán. La nueva forma de hacer política, viril y pragmática, sedujo a parte de la sociedad occidental (en cierto modo, algo similar podría suceder hoy con Trump y los políticos populistas, tanto nos cuesta aprender de los errores del pasado).

BERLIN 1936 - ATLETAS RECIBIENDO MEDALLA

Uno de los sucesos que mejor refleja el universo impostado del nacionalsocialismo y su impacto en la mentalidad internacional fueron los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936, concebidos por Hitler y sus ayudantes como un medio para proyectar en todo planeta el resurgimiento alemán, su recuperado poderío y las bondades del nuevo régimen. El resultado fue apoteósico para el nacismo que vio cómo su prestigio se disparaba. Este acontecimiento, cuyas connotaciones fueron mucho más allá de lo meramente deportivo, sirve al historiador germano Oliver Hilmes como pretexto para diseccionar en su obra Berlín, 1936. Dieciséis días de agosto* el sistema político y social imperante en Alemania antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial.

El libro de Hilmes se divide en dieciséis pequeños capítulos, cada uno dedicado a un día de los Juegos Olímpicos, celebrados entre el 1 y el 16 de agosto de 1936. Ahora bien, las competiciones deportivas no son las protagonistas de la obra. Es más, quedan relegadas a un segundo plano, destacando tan solo algunas pruebas cuya singularidad o repercusión conciernen a la investigación del autor (por ejemplo, aquellas en las que participó Jesse Owens). Lo que de verdad interesa al historiador alemán es analizar el ambiente que se vivió en aquellos días en la capital alemana, así como describir los esfuerzos del régimen nazi para impresionar al mundo con un despliegue, hasta entonces inigualado, de avances técnicos y organizativos, con el que se intentaba ofrecer una apariencia de paz y armonía, Se trataba, además, de desacreditar los rumores de abusos y la mala imagen que empezaba a aparecer en los medios internacionales.

Los personajes, ya sean alemanes o extranjeros, que circulan por la obra son, por un lado, figuras famosas —Hitler, Goebbels o Göring ocupan varias páginas— y, por otro, completos desconocidos, personas corrientes que, por una u otra razón, sirven para ofrecer una imagen de conjunto del Berlín previo a la guerra. Hilmes confecciona un mosaico cuyas teselas están constituidas por las experiencias individuales de esos personajes. Cada uno, de forma independiente, quizás no nos digan gran cosa, pero unidos reflejan un mundo contradictorio, en ocasiones impostado y falso, donde prima la apariencia sobre la realidad. A medida que avanzamos en la lectura, comprobamos con desazón cómo la sombra de la opresión nacionalsocialista se cierne sobre la ciudad y cómo la autocensura se impone, imperceptiblemente, para no contravenir los designios del Führer.

BERLIN 1936 - HITLER BAJANDO ESCALONES DEL ESTADIO

Predomina la historia social y cultural frente a la política y apenas hay espacio en la obra para la alta diplomacia. El historiador alemán prefiere centrarse en los avatares de los dueños del famoso bar Quartier Latin, Leon Henri-Dajou y su novia Charlotte Schmidtke; o en el curioso incidente en el que la estadounidense Carla De Vries besó, en un arrebato, a Adolf Hitler mientras se celebraba una prueba de natación; o en los invitados del restaurante Horcher; o en las peripecias del pobre maestro albañil Erich Arendt, quien tras una noche de juerga se vio envuelto en un altercado y fue acusado de ataques con alevosía contra el Estado e insultos al Führer; o en la visita del novelista Thomas Wolfe a la capital prusiana. Muchos de estos pequeños relatos encierran un trasfondo político que supera con creces lo anecdótico y desvelan un panorama más complejo y poliédrico, el que desembocará en los horrores del exterminio de judíos y de quienes se opusieron al régimen nazi.

El trabajo de Oliver Hilmes no aporta ningún dato novedoso a la, ya de por sí cuantiosa, bibliografía sobre el Tercer Reich. No hay ninguna revelación espectacular ni se hacen afirmaciones categóricas sobre el régimen nacionalsocialista. Lo verdaderamente interesante de la presente obra consiste en ese escenario coral, turbio y asfixiante, que emerge de las vivencias de personas anónimas y que Hilmes sabe agrupar dándole un sentido unitario. Los sistemas totalitarios no solo triunfan por las medidas draconianas que aplican: logran alcanzar hasta el lugar más insignificante de nuestra existencia y, una vez allí, lo modelan a su antojo. Ese proceso queda descrito en este libro, que suscita nuestro interés y debería servirnos como recordatorio de que la amenaza totalitaria no se halla en las grandes alocuciones, sino en nuestro día a día, en la rutina; ahora que el populismo y el desencanto vuelven a resurgir, no está de más rememorar cómo logró hacerse con el control de un país sumido en una crisis económica e identitaria.

Concluimos con esta reflexión del historiador alemán: “Por muy cuantioso que sea el rédito económico, para los nacionalsocialistas es tan sólo un ventajoso efecto secundario. El gran éxito de este verano olímpico no puede calcularse en marcos ni en céntimos. La mayoría de los visitantes extranjeros están entusiasmados y abrumados ante lo que puede ofrecer el Berlín nacionalsocialista. Adolf Hitler y su Gobierno consiguieron presentarse como un miembro fiable y pacífico de la familia de naciones. En estos días de verano muchas personas recobran la confianza, creen que puede haber cambios y confían en las promesas de paz de Hitler. Y no sólo serán engañados por la fiesta deportiva. Únicamente algunos visitantes, como Thomas Wolfe, descubren la pantomima y son capaces de ver lo que sucede entre bastidores”.

Oliver Hilmes nació en Alemania en 1971 y es doctor en historia. Ha escrito la biografía de personajes como Alma Mahler, Cosima Wagner, Franz Liszt o Luis II de Baviera, libros que han obtenido un enorme éxito entre los lectores. Vive en Berlín y colabora regularmente en el diario Die Welt.

*Publicado por Tusquets Editores, febrero 2017.