Bajo la sombra del Vesubio. Vida de Plinio
Daisy Dunn

Ya hemos destacado en otras ocasiones la excepcional habilidad de los historiadores anglosajones para escribir biografías, especialmente de personajes del mundo antiguo. Entre otras muchas, las que Anthony Birley dedicó a Adriano (en 1992) y a Marco Antonio (en 2000) son ejemplares y nos permiten seguir la vida de esos dos emperadores con toda minuciosidad. Otros escritores no anglosajones han elegido esa misma senda, como atestigua el francés Pierre Grimal con su trabajo sobre Séneca (1991), por ejemplo.

En Bajo la sombra del Vesubio. Vida de Plinio, * Daisy Dunn opta por una biografía literaria de Plinio el Joven (a quien denomina Plinio, sin más) que, sin embargo, no puede obviar referencias constantes a su tío, Plinio el Viejo, el conocido autor de los 37 libros de la Naturalis Historia. De hecho, el título del libro de Dunn alude a la erupción del Vesubio (79 d.c), en la que Plinio el Viejo encontró la muerte y de cuyos pormenores su sobrino nos dejó uno de los relatos más dramáticos, tras vivirla en primera persona.

En palabras de la autora, “como su propio sobrino dijera de él, [Plinio el Viejo] era uno de esos hombres que habían hecho cosas que merecían ser escritas y escrito cosas que merecían ser leídas. Su muerte no hizo sino cimentar su fama: mira al final, como decían los griegos”.

La fama que llegó a alcanzar Plinio el Viejo, ya en su época, pero también en los siglos posteriores, ha hecho palidecer la de su sobrino. De ahí que Daisy Dunn afirme que “teniendo en cuenta que Plinio dejó mucha más información de sí mismo en sus cartas de la que dejó su tío en su enciclopedia, resulta sorprendente que Plinio el Viejo siga siendo hoy el más célebre de los dos”.

Bien pudiera decirse que, en realidad, el trabajo de Dunn es una doble biografía. En sus primeros capítulos aborda la trayectoria vital de Plinio el Viejo, centrada en su trabajo para el Consejo imperial, sus funciones de procurator de las finanzas públicas (entre ellas, las de la provincia Tarraconense) y su nombramiento como almirante de la flota, pero también en su labor literaria: “no le quedó otro remedio que perseverar en sus estudios en las raras horas libres que le quedaban. Como él mismo le decía al nuevo emperador, le consagraba a él sus días y dedicaba sus noches a la enciclopedia”.

La parte central del libro se ciñe a su verdadero destinatario, Plinio el Joven, nacido en el año 62 d.C. bajo el imperio de Nerón. En lo que atañe, propiamente, a la faceta pública del personaje, Dunn subraya su amistad con Tácito, con Suetonio y con Marcial, así como sus relaciones con el emperador Trajano, con quien intercambió más de un centenar de cartas mientras lo representaba en la provincia de Bitinia, al norte de la actual Turquía. Su carrera política fue la usual de un romano de su condición, cuyo cursus honorum comprendía sucesivamente, además del cargo senatorial, las magistraturas menores, hasta alcanzar el consulado.

En su faceta administrativa Plinio el Joven asumió las funciones de curator alvei Tiberis et riparum et cloacarum urbis (supervisor del cauce del Tíber y de las orillas y cloacas de Roma). Su actividad profesional se centró, no obstante, en las intervenciones forenses ante el tribunal de los centumviros, como abogado, y en sus memorables discursos ante el Senado (“el largo discurso [en honor de Trajano] fue transcrito por completo y copiado con tal entusiasmo y rigor a través de los siglos que […] llegó a ser el primer discurso latino, tras las Filípicas de Cicerón, que perduraría en la Antigüedad”).

Junto a esas actividades públicas, la obra de Daisy Dunn vuelve una y otra vez a los aspectos más personales o familiares de Plinio el Joven (su matrimonio con Calpurnia, sin ulterior descendencia) del biografiado. Su nacimiento en Como hizo que esta ciudad y su lago se convirtieran en las raíces de su existencia. Junto a ella, las villae que disfrutaba en Laurento (en la región del Lazio) o en la Italia central (“por la época de su muerte poseía al menos quinientos esclavos repartidos entre sus distintas propiedades”) eran sus sitios preferidos. El relato de sus estancias en el campo, de sus aficiones literarias, de la correspondencia epistolar con sus amigos, gracias a la que nos es posible conocer los rasgos de su vida, son otros tantos de los temas tratados en el libro.

Las cartas de Plinio el Joven permiten a la autora dibujar un fresco en cuyo frente aparecen ambos Plinios, pero cuyo paisaje de fondo es la turbulenta Roma del siglo I d.C. bajo los mandatos de Nerón, Vespasiano, Tito, Domiciano, Nerva y Trajano. Plinio el Joven no fue un historiador (para eso estaban ya sus amigos Tácito y Suetonio), pero sí puede calificarse de cronista de su tiempo. Sus reflexiones, sus convicciones estoicas, su enfrentamiento con el naciente cristianismo, que persiguió en Bitinia conforme a la costumbre de la época, tildándolo de ateísmo, nos brindan datos y consideraciones sumamente interesantes sobre lo acaecido en la Roma que, por entonces, dominaba todo, política, militar y culturalmente.

A esa Roma había dedicado Plinio el Viejo, en la Naturalis Historia, el elogio más encendido que hasta entonces se había hecho: “elegida por la voluntad de los dioses para hacer más luminoso el cielo mismo, para unificar imperios disgregados, para dulcificar las costumbres, para unificar las lenguas bárbaras en una común, para dar humanidad al hombre y, en suma, para hacer una sola patria de todos los pueblos dispersos por el orbe”.

Concluimos con estas palabras de la autora, que resumen su visión de Plinio el Joven: “Pese a lo mucho que siempre se preocupó por su posición en Roma, lo que de verdad hacía a Plinio feliz era lo que hallaba fuera de la ciudad, en los campos y prados de sus fincas. Era un hombre que veía el mundo en sus detalles -ya se tratara de testamentos y herencias, del nivel de las aguas o de los cambios de las estaciones-. Aunque solo fuera de manera subconsciente, perpetuó la celebración de la naturaleza que hizo su tío al abrazar las formas más puras de la misma y preferir lo sencillo a lo sofisticado, su silencioso estudio a sus grandiosos pórticos, su escultura de bronce de un anciano arrugado a las obras maestras más celebradas, y sus remolachas y sus caracoles a las ostras y la nieve. Fue un hombre de carrera que logró escapar de ella descubriendo el mundo que había más allá”.

Daisy Dunn (Londres, 1987) es licenciada en Clásicas por la Universidad de Oxford y doctora en Clásicas e Historia del arte por el University College de Londres. Entre sus publicaciones destacan Of Gods and Men, Ladybird Expert Homer y Catullus’ Bedspread. Colabora en distintos medios de comunicación con artículos de crítica literaria y de temas clásicos.

*Publicado por Siruela, mayo 2021. Traducción de Victoria León.