GRANDE - CATEDRA - AVISOS PASQUINES Y RUMORES

Avisos, pasquines y rumores. Los comienzos de la opinión pública en la España del siglo XVII
Michele Olivari

Hoy es imposible, salvo si uno se esfuerza (mucho) en evitarlo, no enterarse de las noticias de relativa importancia que hayan ocurrido a lo largo del día. El acceso a la información es prácticamente inmediato, circunstancia que se acentúa si se trata de una noticia de ámbito regional o nacional, en cuyo caso siempre habrá algún reportero rápidamente desplazado al lugar del suceso. Además, las fuentes de información se han multiplicado exponencialmente gracias a internet y a las redes sociales, de modo que cualquiera con un móvil y una buena conexión puede dar testimonio de los acontecimientos que suceden ante sus ojos. Quizás el gran problema de nuestra sociedad sea precisamente ese, que estamos demasiado informados. Para discernir entre una verdadera noticia y el simple ruido de fondo son necesarios tiempo, capacidad de análisis y espíritu crítico, requisitos que desgraciadamente no muchos poseen. La consecuencia del incesante bombardeo informativo al que se nos somete es que, al final, nos limitamos a leer el titular de la noticia y a obviar su contenido.

La conformación de la opinión pública también se ve afectada por este sistema caótico de acceso a la información. Si la lectura de los periódicos (en papel o digitales) se limita a ojear sus titulares, es obvio que nuestra opinión quedará reducida a eslóganes o a frases sin mayor trascendencia. Si a ello le sumamos que las nuevas ágoras digitales del siglo XXI (por ejemplo Twitter) acotan el espacio disponible para expresarse, el resultado inevitable será la simplicidad del mensaje y de la discusión. Nuestra forma de acercarnos al mundo ha terminado por convertirse en un cacareo constante de miles de voces que hablan, de todo y de nada, al mismo tiempo.

RETRATO FELIPE IIILa tecnología ha facilitado la divulgación de las noticias, pero no el interés por estar informados, que es consustancial al ser humano. Es probable que la gran mayoría de la actual sociedad española considere la aparición de la opinión pública como un fenómeno reciente, vinculado a la democracia y a la libertad, y piense que antes estaba supeditada a la voluntad del soberano. Sin embargo, esta apreciación es errónea. Los rumores, las habladurías, las confidencias e incluso las leyendas han fluido a lo largo de los siglos, junto a los anuncios oficiales, los bandos o los edictos, para crear en cada época una opinión pública, más o menos informada. Es cierto que antes los medios no eran los actuales, pero también existían mecanismos para hacer llegar las noticias más destacadas a todo el territorio peninsular.

La obra de Michele Olivari Avisos, pasquines y rumores. Los comienzos de la opinión pública en la España del siglo XVII*, analiza sobre todo el reinado de Felipe III a través del estudio de los sujetos, instrumentos y medios de difusión que conformaron la incipiente opinión pública de aquellos años. Como explica el autor, “En las páginas siguientes, me he atenido lo más posible a esta indicación multiplicando las citas y los análisis de testimonios que remontan a principios del siglo XVII: páginas de literatos famosos o no, de escribanos de aldea, intervenciones de juristas y teólogos, afirmaciones de personas simples delatadas a la Inquisición… Espero que del ensamblaje de estos fragmentos sea posible obtener un cuadro suficientemente articulado de las ideas, lenguajes e instrumentos que definieron la fisonomía de la opinión pública española protomoderna”.

La obra carece de un protagonista concreto más allá de la propia opinión pública. Ahora bien, Michele Olivari evita (voluntaria y conscientemente) dar una definición precisa de este concepto y, por tanto, debemos acudir a las “pistas” esparcidas por el libro para hacernos una idea cabal de lo que entiende el autor por opinión pública. Una de ellas sería este párrafo que transcribimos: “Cuando en tiempos de Felipe III, la costumbre social de ‘opinar’ pudo interactuar con un clima político más abierto, con instrumentos de información nuevos o renovados y con formas específicas de participación generalizada en los problemas de la monarquía, como el arbitrismo, empezó a asumir los caracteres de una ‘opinión’ capaza de ejercer papeles más definidos”. Olivari matiza, a continuación, que prefiere “dejar a los hechos y a los textos –espero– la tarea de atestiguarla”.

IMAGEN LIBRO QUEVEDOEl gran mérito de Michele Olivari consiste en haber sabido encajar las numerosas y heterogéneas piezas que componían los medios de expresión pública de aquella sociedad y ensamblar un relato coherente y articulado, revelador del nacimiento de la opinión pública bajo el reinado de Felipe III. Hemos de destacar la excelente labor de investigación y de documentación llevada a cabo por el autor, tanto más si se considera que estamos hablando de principios del siglo XVII. Si ya es de suyo difícil acceder a la documentación oficial, imagínense lo complicada que puede resultar la búsqueda de documentos populares o clandestinos, rara vez recogidos por las instituciones de aquella época. Michele Olivari, no obstante, logra sobreponerse a las dificultades y en su trabajo abundan, junto a las “fuentes oficiales”, continuas referencias a pasquines o a la rumorología del momento.

Avisos, pasquines y rumores se ocupa principalmente del reinado de Felipe III, en especial mientras fue valido el duque de Lerma, aunque Michele Olivari advierte en los primeros capítulos de su obra que ya bajo el gobierno de Felipe II se habían producido ciertos fenómenos o sucesos que permitían anticipar la existencia de una “opinión pública”. Entre esos acontecimientos el autor destaca la difusión que tuvo en todo el reino la victoria de Lepanto, o la campaña propagandística surgida a raíz de la encarcelación y posterior huida del secretario del rey, Antonio Pérez. La llegada al trono de Felipe III, sin embargo, posibilitó que el férreo control que su padre había ejercido sobre el reino se relajase y hubiese mayor libertad de expresión. Afirma, a este respecto, el autor que “Un elemento impulsor de esta evolución fue, asimismo, el impacto de algunas decisiones que significaron otras tantas rupturas respecto al período anterior, catalizando el interés de la sociedad política en términos de aprobación o reprobación de innovaciones que, de un modo u otro, se percibían como radicales”.

La segunda parte del libro (“Fundamentos y sujetos de la opinión pública”) analiza los tres elementos que podemos considerar como ejes de la opinión pública: sujetos, medios y ámbito de difusión. El autor dedica a cada uno de ellos sendos capítulos, en el primero de los cuales examina las condiciones que posibilitaron la aparición de la opinión pública y los perfiles de las personas que contribuyeron a su propagación. Bajo la rúbrica “Escuelas, literatos, censores, lectores, difusión de la noticia, polifonía política: los prerrequisitos de la opinión pública” descubrimos cómo el aumento relativo de la escolaridad y la alfabetización de la sociedad española, junto con el incremento del interés por la lectura, facilitó que letrados, intelectuales o simples aficionados “[…] se viesen inducidos por la propia discusión a tomar la pluma y a convertirse en interlocutores activos”. La difusión de los escritos de unos y otros resultó favorecida por la relajación de los controles de la Inquisición (desbordada por el número de obras que tenía que supervisar) y por la propia disposición de la sociedad a estar más informada.

DUQUE DE LERMAA la génesis de la opinión a principios del siglo XVII contribuyó de modo decisivo una gama de instrumentos de comunicación de consistencia relevante, con tipologías diferenciadas”. Así comienza el capítulo dedicado a estudiar los medios a través de los cuales se propagaba el sentir de la sociedad española. “La gama de instrumentos de comunicación” era considerablemente amplia y heterogénea: Michele Olivari estudia los sermones, las obras de teatro, los bandos públicos, los pasquines y las sátiras, las “relaciones de sucesos”, los “avisos” o la poesía al servicio de la información local (lo que Menéndez Pelayo denominó “gacetas torpemente asonantadas”).

Muchos de estos instrumentos eran ya habituales en los siglos anteriores, pero bajo el reinado de Felipe III proliferaron extraordinariamente y consiguieron llegar a un público más amplio. Entre los nuevos medios de opinión destacan los “avisos” (escritos en los que el público “[…] podía encontrar informaciones periódicas concretas sobre todos estos aspectos de la vida social”) o el teatro, que sin ser una novedad, durante aquellos años emprendió un importante proceso de renovación reflejado en tres aspectos: éxito en todos los sectores de la sociedad; nexo entre intelectuales y espectadores menos alfabetizados (gracias a su sello más popularista) y riqueza de contenido ideológico.

El último capítulo de la segunda parte del libro (“Una vida pública polifónica”) aborda “[…] la necesaria integración de la historia de la corte y de la cúspide del poder con la historia de la vida pública y de la sociedad, entendidas en un sentido más amplio, que eran los terrenos de cultivo privilegiados de la propia opinión; el impacto de los cambios en la estrategia internacional –una de las novedades más significativas del período– sobre los equilibrios, los debates y los acontecimientos internos de la monarquía”.

ENCOMIENDA BIEN GUARDADA LOPE DE VEGAUna vez diseccionados los elementos de la opinión pública, la obra investiga cómo se canalizaron las expresiones populares ante los sucesos más relevantes del reinado de Felipe III, entre los que se encuentran la paz con la hereje Inglaterra, el escándalo producido por la detención de los ministros Franqueza y Ramírez del Prado, la expulsión de los moriscos o el deterioro del poder del duque de Lerma. Michele Olivari no se detiene en explicar cómo ocurrieron cada uno de estos acontecimientos (los da por sabidos, de modo que el lector deberá acudir a otras fuentes para informarse), pues su interés se centra en la repercusión que tuvieron en la sociedad española y cómo ésta canalizó su opinión sobre ellos. Pasados los primeros años de esperanza en el nuevo monarca tras el dramático final de reinado de su padre, las críticas afloran y cunde el desánimo entre la población, siendo el duque de Lerma el principal objeto de burla y censura.

Las palabras de Michele Olivari recogidas en las últimas páginas de la obra sintetizan fielmente sus conclusiones: “La falta de imposición de filtros preventivos a los arbitrios, a los memoriales o a los escritos jurídicos dedicados a cuestiones del momento había facilitado la proliferación de las contribuciones activas en la vida política y aumentado su estructuración y su polifonía. Esto sucedía mientras los avisos, las relaciones de hecho y la correspondencia de la corte, que normalmente tampoco era objeto de una especial vigilancia, permitían una circulación de noticias notablemente sistemática. De este conjunto de instrumentos y posibilidades surgió el interés generalizado y partícipe de los asuntos de la monarquía, cuyas múltiples manifestaciones, en mi opinión, dibujan el perfil de la opinión pública de principios del siglo XVII”.

*Publicado por Ediciones Cátedra, octubre 2014.