En julio de 1793, en las colinas aledañas al puerto francés de Tolón, un joven comandante de artillería corso de tan solo 23 años logró expulsar a una flota combinada anglo-española y hacerse con la ciudad, tras sitiarla. Aquí se suele situar el punto de partida de la leyenda de Napoleón Bonaparte, quizás el militar más afamado de la historia contemporánea. Las acciones del joven corso no pasaron desapercibidas y pronto su nombre empezó a circular por las calles del París revolucionario. La caída de Robespierre tras la Reacción y la implantación del Directorio dieron el impulso decisivo a la carrera de Napoleón, que recibió el encargo de liderar el ejército francés en Italia. Pocas veces se han dado ejemplos de un ascenso tan meteórico en el escalafón militar. Resulta aún más extraordinario que el mérito fuese el principal factor que incidió en su carrera, pues ni era rico, ni procedía de una familia de alcurnia.
La vida de Napoleón ha sido profusamente estudiada. Poco más puede aportar el mundo académico a este respecto. También son muy numerosos los trabajos sobre el contexto revolucionario en el que se instaló el Imperio napoleónico. Los once años que van desde el Consulado hasta la derrota de Waterloo han sido objeto de cientos de libros, películas, documentales y tesis. La figura de Napoleón es única y puede compararse, para bien o para mal, con las de Alejandro Magno o César, con quienes comparte la gloria gracias a las hazañas logradas al frente de sus ejércitos. En apenas una década consiguió vencer a todas las potencias europeas, por separado o unidas en coaliciones. Su capacidad estratégica y táctica fue extraordinaria y será recordado por sus aplastantes victorias y por las repercusiones de sus (escasas) derrotas. Marengo, Ulm, Austerlitz, Jena, Eylau, Wagram o Borodino, entre otras tantas, son el legado que el general corso ha dejado al mundo.
De entre esas batallas, una de las primeras (y más importantes) que catapultó a la inmortalidad a Napoleón fue Austerlitz, también conocida como la batalla de los Tres Emperadores, en la que aniquiló a un ejército austro-ruso en 1805. La victoria supuso el fin de la Tercera Coalición, la disolución del milenario Sacro Imperio Romano Germánico y la consolidación del Imperio napoleónico. El historiador ruso Oleg Sokolov en su obra Austerlitz. Napoleón, Europa y Rusia* se adentra en las entrañas del combate y en los sucesos (políticos y militares) que llevaron a la guerra a las tres grandes potencias continentales de aquel momento.
Como explica el autor, “este libro habla, ante todo, de grandes batallas, de marchas agotadoras, de brillantes cargas de caballería, de valor y de heroísmo. Sin embargo, no me parecía razonable escribir el presente estudio sin incluir un panorama político de conjunto. «La guerra no es sino la continuación de la política por otros medios», dijo el gran teórico militar Clausewitz; toda la historia de las guerras demuestra lo acertado de esta afirmación. Para tener una visión exacta de la historia de las operaciones de una determinada campaña, incluso si se aborda desde un punto de vista tan solo militar, es indispensable conocer las causas de dicho conflicto, sus fines y los proyectos políticos de las partes presentes. Hay, sin embargo, guerras en las que la tensión de la lucha es tan fuerte que, durante las operaciones militares, la política queda por un tiempo relegada a un segundo plano, y solo queda lugar para la violencia. También, en sentido inverso, hay conflictos en lo que la política no solo influye en los cálculos estratégicos de los gobiernos de los Estados beligerantes, sino que invade literalmente toda la carne y la sangre de la guerra e incluso interfiere por momentos en el decurso de las operaciones militares desde un segundo plano. En este último caso, resulta imposible hablar de la guerra limitándose a describir una sucesión de maniobras de esta o aquella división. La guerra de 1805 forma parte, en efecto, de este tipo de conflictos. Sería, pues, del todo absurdo hablar de ella sin explicar, aunque sea de forma breve, su aspecto político”.
Como señala Sokolov, su trabajo va más allá de la mera relación de lo acontecido en las inmediaciones del pequeño pueblo de Austerlitz a finales de 1805. En realidad, la batalla solo ocupa un quinto de las seiscientas páginas que conforman el libro. El grueso de la investigación del historiador ruso ahonda en el fascinante contexto político y diplomático en el que se produjo la “legendaria” batalla y en las cambiantes relaciones y juegos de intereses de las potencias europeas tras la Revolución francesa. Era un mundo en ebullición cuyas reglas de juego había cambiado radicalmente la Revolución Francesa, una complejísima partida de ajedrez en la que los distintos actores, viejos y nuevos, no dudaban en mentir, tergiversar e intrigar para lograr sus objetivos.
Aunque Sokolov analiza tanto el comportamiento de los grandes Estados como la personalidad de sus líderes, dedica varios capítulos especialmente a dos protagonistas: Napoleón Bonaparte y el zar Alejandro I. Sobre sus espaldas recayeron buena parte de las decisiones que acabaron con una Europa envuelta en llamas. Dado que la figura del emperador francés ya ha sido tratada en anteriores ocasiones, la de su homólogo ruso cobra mayor interés, al ser menos conocido para el gran público. El autor no duda en presentar al joven zar como el principal instigador de la guerra, insinuando incluso su activa participación en el asesinato de su padre, que le permitió hacerse con el trono de Rusia. También apunta a las negativas injerencias de Alejandro en el desarrollo de las operaciones militares. La lucha entre estos dos insignes personajes fue una de las claves de los primeros años del siglo XIX.
Si la parte dedicada al contexto político ocupa una considerable extensión de la obra, no debemos olvidar que nos hallamos ante un libro de historia militar. Así, cuando se desatan las hostilidades, el componente bélico monopoliza prácticamente el relato. Sokolov analiza con una minuciosidad apabullante los desplazamientos de los tres ejércitos en liza. Austerlitz fue el colofón de una serie de enfrentamientos previos, entre los que se cuentan pequeñas escaramuzas y verdaderas batallas (como la de Ulm, que permitió a los franceses hacerse con Viena). El historiador ruso analiza las decisiones estratégicas y tácticas de los distintos protagonistas de la obra, subrayando que, si Napoleón se ha llevado las loas por sus espectaculares victorias, sus éxitos no hubiesen sido tales sin la pléyade de excelentes oficiales y el ejército disciplinado y entregado con los que contaba. Sokolov apunta en esta dirección e intenta no caer en los convencionalismos que rodean a la batalla, al ofrecernos una visión esclarecedora sobre cómo se desarrolló el combate, concluido con la aplastante victoria francesa.
Oleg Sokolov es uno de los máximos especialistas rusos en las guerras napoleónicas, sobre las que ha publicado diversos libros y artículos, entre ellos L’Armée de Napoléon o Le Combat de deux Empires: La Russie d’Alexandre Ier contre la France de Napoléon,1805-1812. Profesor de civilización francesa en la Sankt-Peterburgski Universitet y en la de Paris-Sorbonne, es presidente de la Asociación Rusa de Historia Militar. Caballero de la Legión de Honor por sus investigaciones sobre la historia de las relaciones franco-rusas, desde 2018 pertenece al consejo científico del Institut des sciences sociales, économiques et politiques.
*Publicado por Desperta Ferro, marzo 2019. Traducción de Antonio J. M. Avia Aranda