ESCOLAR Y MAYO - ARTE ETRUSCO Y ROMANO

Arte etrusco y romano. Del Tíber al Imperio universal
Miguel Ángel Elvira Barba

La presencia de Roma en nuestras vidas va mucho más allá de las ruinas que hoy podemos contemplar por toda Europa. Nuestra cultura, nuestro pensamiento, nuestras leyes, nuestra concepción de la política… buena parte de nuestra forma de ser contiene reminiscencias de la Roma Antigua. La civilización occidental se construyó sobre sus cimientos, aunque con el paso de los siglos se adhirieran nuevos niveles. Es lógica, pues, la abundancia de estudios, monografías y trabajos publicados sobre aquella civilización. La suerte de contar con unas copiosas fuentes escritas (hablamos de sucesos que acaecieron hace dos mil años) ha favorecido la proliferación de textos académicos, divulgativos y novelados. En los últimos años se ha acentuado esta tendencia, a la vez que se incrementaba el interés del gran público, de lo que son muestra las recientes series de televisión y películas. Roma sigue hoy más viva que nunca.

Resulta paradójico que, frente al interés que ha despertado la historia política de Roma, su arte haya pasado más bien desapercibido. Salvo por las impresionantes construcciones que se han preservado (en España tenemos extraordinarios ejemplos del buen hacer arquitectónico romano), el resto de disciplinas artísticas no ha generado tanta atención en el mundo especializado ni entre el gran público. Es más, el mérito del arte romano se suele atribuir a los griegos, a quienes, según una opinión generalizada y no siempre fundada, habrían copiado indiscriminadamente nuestros protagonistas italianos. Los romanos no habrían sido, según este punto de vista, grandes creadores artísticos, aunque sí prolíficos artesanos, mientras que las musas residirían más bien en la Hélade.

Roma, antes de convertirse en el majestuoso Imperio que conocemos, hubo de afrontar un sinfín de obstáculos en un entorno sumamente hostil. La urbe fundada por Rómulo y Remo no era de las más importantes en sus orígenes, privilegio que correspondía al pueblo etrusco, que llegarían a ser una destacada potencia naval en el Mediterráneo occidental. La influencia etrusca se extendía por el norte y el centro de la península italiana y de su arte se han conservado pinturas, esculturas y ajuar funerario de gran calidad. En realidad, conocemos más sus manifestaciones artísticas que su organización política y social, de la que apenas contamos con fuentes. El arte etrusco se considera la base del arte romano primitivo, sobre el que ejercició un considerable ascendente. La victoria de Roma en las sucesivas guerras contra los pueblos colindantes le permitió “anexionarse” las ciudades etruscas a la vez que absorber sus técnicas artísticas y los conocimientos helénicos que Etruria había adquirido en sus contactos comerciales.

El profesor Miguel Ángel Elvira Barba trata de sintetizar en una monumental obra la historia del arte de ambas civilizaciones. Su trabajo Arte etrusco y romano. Del Tíber al Imperio universal* es un excepcional compendio de lo que se sabe sobre esta materia, a partir de una base metodológica que su autor expone así: “Adentrémonos por tanto en una visión histórica del arte romano, y hagámoslo con las herramientas que tengamos a nuestro alcance: nuestro objetivo es reconstruir la actividad artística de varios siglos: los que cubrieron la segunda y última fase de un gran ciclo cultural: el del Clasicismo. Para ello, nos serán de suma utilidad los restos conservados, pero no todos: el arte es arte, creación y perfección técnica según los propios romanos, de modo que la artesanía debe ser, si no excluida, por lo menos relegada a espacios concretos. Lo mismo cabe decir de las obras de mala calidad y de las construcciones meramente utilitarias o muy sencillas: nadie, al elaborar la historia del arte en cualquier periodo, se entretiene en describir pobres exvotos, calles o pequeñas casas, y Roma no puede ser una excepción: el criterio de calidad artística y de innovación es insoslayable”.

ARTE ETRUSCO - TUMBA DE LOS LEOPARDOS

El libro atesora todo aquello que un experto y un lego en la materia han de conocer sobre el arte romano. Su estructura permite tanto leerlo de corrido (aunque sus setecientas páginas invitan a tomárselo con moderación) como consultar cuestiones específicas, gracias a su división cronológica y disciplinar. La adición de un gran número de imágenes, algo que se ha de agradecer a la editorial, permite seguir las explicaciones del autor sin tener que recurrir a construcciones mentales no siempre sencillas. El componente histórico juega un papel destacado y al inicio de cada capítulo se hace una breve contextualización de los personajes o de los sucesos más importantes del período descrito. La política y el arte rara vez están disociados y, en especial durante el Imperio, la construcción o diseño de un edificio o escultura tenía implicaciones más allá de lo meramente artístico.

El punto de partida de la obra se sitúa en la Edad de Bronce y avanza al son de las fuentes disponibles. Tras analizar las culturas Apenínica, Villanoviana y Lacial (fechadas en torno a los siglos IX a VI a.C.) y explorar los orígenes de los pueblos etrusco y romano, así como las influencias orientales en la región, se aborda el conocido como período arcaíco, momento en que despunta el arte etrusco. Como señala Elvira Barba, “Entramos en la fase culminante del arte etrusco. Durante un siglo y medio contemplaremos una sociedad tan rica en bienes como en iniciativas, y unos artistas tan capaces de aprender como de innovar. No se harán esperar sus frutos: en arquitectura, veremos unos hipogeos que aún nos seducen por su carácter evocador y un orden —el toscano— que pudo competir durante siglos con los creados en la Hélade. En escultura, admiraremos la mejor plástica en terracota que vieron las civilizaciones antiguas, y en pintura, un asombroso conjunto de animadas escenas. Preparémonos a conocer a unas gentes que supieron como nadie imprimir vitalidad en sus creaciones y conjuntar —gran paradoja— la muerte con la alegría de la fiesta”.

A medida que se produce el declive de Etruria, emerge Roma, primero bajo la monarquía de los Tarquinios y luego, desterrada la monarquía, bajo la República. En los correspondientes capítulos descubrimos cómo, a medida que Roma se expande por el Mediterráneo, intenta imprimir una personalidad propia a su naciente cultura. La arquitectura, los retratos honoríficos y votivos o las imagines maiorum son elementos más característicos de la plástica romana, que recibió un importante espaldarazo con la llegada a Grecia de las legiones romanas. La obra de Miguel Ángel Elvira muestra la influencia helénica, mientras explora las artes decorativas (el mosaico empieza a ocupar un lugar preminente), los retratos o la moneda romana. También dedica un capítulo a la arquitectura tardorrepublicana, tanto civil como religiosa y privada.

ARTE ETRUSCO - COLISEO ROMANO

La implantación del Imperio supuso un cambio radical en las artes romanas. Para el autor, “En el campo de las artes, esta nueva situación supone el inmediato desarrollo, e incluso la imposición, de un arte oficial al servicio del Príncipe. Tan importante es este sesgo, y de efectos tan duraderos, que nos obliga a adoptar un esquema expositivo capaz de reflejarlo. A partir de ahora, comenzaremos el estudio de cada etapa analizando precisamente ese arte oficial”. A partir de este momento la política y el arte se entremezclan, convertidos ya los emperadores en los principales (que no únicos) promotores y mecenas de las artes. Desde Augusto hasta la caída del Imperio, la mayoría de los capítulos siguen el mismo esquema, es decir, atienden a las peculiaridades de cada período y a los gustos de cada emperador. En ellos se analizan todas las ramas de la cultura romana, desde la arquitectura hasta la orfebrería. Sólo el décimo capítulo varía respecto a los anteriores y los posteriores, pues el autor hace un excursus por las artes marginales y provinciales del Alto Imperio, una vez que Roma deja de ser el único foco cultural y surgen nuevos centros por todo el Imperio.

La caída del Imperio romano y la llegada de las tribus bárbaras no supuso el fin de la cultura romana, que había entrado en declive tiempo atrás. Por muy “bárbaros” que fuesen los nuevos señores del continente, su intención no era destruir a su poderoso vecino. El arte romano se mantuvo tanto en sus construcciones (que han sobrevivido milenios) como en las mentes de muchos ciudadanos que, sometidos a un nuevo régimen político, durante generaciones mantuvieron el recuerdo de la gloria romana. Poco a poco ese recuerdo se fue disipando y tan solo quedaron las ruinas. El trabajo de Miguel Ángel Elvira nos ayuda a recordar un legado que hoy nos parece tan distante y, a la vez, tan cercano.

Miguel Ángel Elvira Barba (Madrid, 1950) ha desarrollado su carrera docente e investigadora en la Universidad Complutense, de la que es catedrático de Historia del Arte. Ha sido conservador jefe de escultura en el Museo del Prado (1997-1999) y, desde el año 2000 al 2004, director del Museo Arqueológico Nacional. Ha trabajado sobre distintos campos, como la iconografía mitológica (Arte y Mito, 2008), el arte clásico (Manual de arte griego, 2013) y el coleccionismo de obras antiguas (Las esculturas de Cristina de Suecia, 2011). Organizador de varias exposiciones, es miembro correspondiente de la Real Academia de la Historia, de la Real Academia de Bellas Artes de Sevilla y del Instituto Arqueológico Alemán de Berlín.

*Publicado por Escolar y Mayo, febrero 2017.