Alfonso VII de León y Castilla (1126-1157)
Sonia Vital Fernández

La imagen que se suele tener de la monarquía está muy influenciada por la visión absolutista del rey, que se construye en la Edad Moderna: un poder omnímodo, cuya voluntad era ley. Desde esa perspectiva, entre los arquetipos de monarcas figurarían, probablemente, Felipe II o Luis XIV. Sin embargo, la realidad difiere de la percepción popular, en lo que se refiere a los siglos precedentes. Durante la Edad Media, en concreto, solo unos pocos reyes gozaron de un poder tan amplio, pues lo habitual era que la Corona participase en un complejo juego de equilibrios en el que debía, por un lado, vigilar y contentar a la nobleza y a las grandes fortunas, y, por otro, consolidar su poder. Si no atendía a estos principios y se excedía en sus prerrogativas regias (o, a la inversa, si mostraba demasiada debilidad), las consecuencias podían ser funestas: desde levantamientos armados o intrigas palaciegas, hasta poner en riesgo su propia vida.

La legitimidad del monarca ha sido uno de los grandes debates políticos de la historia de Europa, del que España no se ha quedado al margen. Nuestro caso presenta algunas particularidades, pero, en lo esencial, coincide con el del resto de nuestros vecinos. En la Península, el proceso de consolidación se inicia en la Edad Media y concluye bien entrada la Edad Moderna, con altibajos hasta su “triunfo” final. El camino recorrido tiene rasgos fascinantes y la historia de las dinastías españolas supera con creces la ficción. Durante el Medievo, raro es encontrar un reinado que transcurra tranquilo y sin sobresaltos. Esta ausencia de calma no procede tanto de las luchas contra el invasor musulmán, como de las traiciones, guerras y rebeliones internas que familiares o nobles protagonizaron a lo largo de varios siglos.

La política peninsular se vuelve mucho más compleja durante el tránsito del primer al segundo milenio. La descomposición del Califato permite a los reinos cristianos arrebatar bastante terreno a Al-Ándalus, lo que fortalece, sobre todo, al poder real, paladín de la Reconquista, que, simultáneamente, incrementa sus dominios y llena sus arcas. Los enlaces matrimoniales y las herencias se convierten en cuestiones de estado y condicionan la suerte de las dinastías peninsulares.

Entre los reyes castellanos destaca Alfonso VII, proclamado Imperator totius Hispaniae, cuyo largo reinado estuvo marcado por las luchas intestinas y la invasión almohade. En Alfonso VII de León y Castilla (1126-1157). Las relaciones de poder en el centro de la acción política y social del “Imperator Hispaniae”, la historiadora Sonia Vital Fernández analiza los entresijos de su reinado. El título puede confundir al lector, pues podría inducirle a pensar que se trata de una biografía al uso. Hay que fijarse en el subtítulo para hacerse una idea más cabal del objeto de estudio, que en el prólogo sintetiza así José M.ª Mínguez, catedrático de Historia Medieval: “la doctora Vital puede ofrecer al lector, particularmente al investigador, un seguimiento detallado del trasiego constante de funciones de gobierno entre las diversas familias aristocráticas en los distintos territorios del reino, haciendo emerger a la superficie, es decir, al conocimiento, las derivadas políticas y sociales de cada una de las decisiones del rey en cada caso concreto. Unas veces recompensando la fidelidad, penalizando los actos de rebelión en otras, casi siempre negociando; porque, en el fondo de estas decisiones, lo que está siempre en juego es el dominio y la soberanía del rey sobre la totalidad del reino. Es este detenido análisis de cada una de las intervenciones regias la única forma de exhumar ante el lector el esqueleto y la vertebración de las formas y dinámicas que esconden las transformaciones de una categoría tan socorrida como a veces ignorada: la estructura de poder”.

El trabajo de Sonia Vital no está destinado al gran público, ni siquiera a quien sienta curiosidad por los avatares de la Edad Media española. Alfonso VII es, sin duda, el protagonista de la obra, pero la investigación no gira en torno a los hechos más destacados de su reinado, sino en torno a las relaciones de poder que se produjeron en la primera mitad del siglo XII. De ahí que la exposición de sus tesis y de sus conclusiones se ajuste, más bien, a la característica de los trabajos especializados. El volumen de información y de datos que facilita puede apabullar a quien no se halle acostumbrado a este tipo de trabajos. No es que la obra carezca, por esto, de interés, todo lo contrario: constituye un relato completo y muy logrado sobre un tema poco tratado y, a la vez, denso y complejo. Permite, además, adentrarse en el reinado de un monarca poco estudiado y aún menos conocido.

La mitad del libro está dedicada a explorar la relación entre el rey y la nobleza. Se examinan en sus páginas las numerosas rebeliones habidas bajo el reinado de Alfonso VII, así como los beneficios que obtenían quienes permanecían leales a la Corona, en un escenario en el que los cambios de bando fueron una constante. Al mismo tiempo (y esta parte es la más técnica) se analiza el papel de la aristocracia en la organización administrativa y el gobierno del reino, a través del estudio del cursus honorum de algunos cargos (como los merinos o tenentes, entre otros) y de las áreas de influencia de las familias más importantes. La nobleza, fortalecida durante el reinado de Urraca I, madre de Alfonso VII, buscaba mantener su autonomía frente al rey, quien, a su vez, luchaba por imponer su autoridad.

La otra mitad de la obra se ocupa de diversas cuestiones que marcaron el reinado de Alfonso VII. Aborda la coronación imperial y su significado en el régimen feudal que imperaba en la Península, así como el basculamiento del centro principal de decisión desde León a Castilla. También se estudia la relación con el vecino portugués, que se escindirá definitivamente bajo el reinado el gobierno de Alfonso VII cuando aquel adquirió su condición de reino. La autora no olvida la faceta bélica del hijo de Urraca y analiza la guerra en la frontera del Tajo y la campaña de Almería, que culminó con la conquista de la ciudad en 1147, aunque se perdiese diez años más tarde. Concluye el libro con una reflexión sobre la partición de Castilla y León acordada por Alfonso en su testamento.

Como apunta Sonia Vital en la conclusión de su trabajo, “[…] el nuevo empuje político y social que se manifestaba ahora en Castilla y que disputaba protagonismo político y militar a León le habría llevado a Alfonso VII a dejar a su primogénito el gobierno de este reino tras la división del imperio. Por tanto, no puede entenderse la división del imperio como un grave error político, sino que, más allá de concepciones nacionalistas actuales, hay que ver en esta decisión política del Emperador un acierto que responde a la realidad y a las necesidades del momento. No cabe duda de que Alfonso VII había comprendido y asimilado el dinamismo expansivo castellano y el protagonismo que Castilla continuaría desarrollando en el futuro mediante una política permanente de avance”.

Sonia Vital Fernández, licenciada en Historia por la Universidad de Barcelona, es doctora en Historia por la Universidad de Salamanca. Sus principales líneas de trabajo se centran en las relaciones de poder en el ámbito hispánico durante el siglo XII. Participa en el proyecto de investigación Perspectivas renovadas de Historia Medieval (Universidad Nacional del Sur, Bahía Blanca, Argentina), en el que pretende sacar a la luz el papel político de las infantas de León y Castilla en los siglos centrales de la Edad Media.

*Publicado por Trea Ediciones, diciembre 2019.