La caída del Imperio romano es uno de los períodos más fascinantes, turbulentos y poco conocidos de nuestra historia. Aunque la decadencia se había ido fraguando desde antes, a partir de finales del siglo IV y principios del V todo se aceleró. Sus causas han sido pormenorizadamente estudiadas por numerosos especialistas, cuyas conclusiones son bastante dispares. Lo que resulta incuestionable es, a partir de ese momento, la presencia de las tribus germanas o del este del continente europeo en el territorio del Imperio. Algunas de ellas llegaron a saquear la Ciudad Eterna, mientras las instituciones imperiales se desmoronaban. La presencia de estos pueblos bárbaros se fue afianzando, primero como caudillos militares al servicio del Emperador y luego haciéndose con el control de amplias extensiones de terreno. Aunque la deposición de Rómulo Augusto por Odoacro se suele datar en el año 476, presentándola como el fin del Imperio Romano de Occidente, lo cierto es que este se había desvanecido ya tiempo atrás y solo quedaba una sombra de su gloria pasada.
En este proceso emergen figuras como Teodosio, Honorio, Arcadio, Estilicón, Heracliano, Gala Placidia, Ataulfo, Gerontius, Constantino III, Jovino… o tantos otros. Todos tuvieron un papel destacado, ya sea como emperadores o jefe militares, en el hundimiento del Imperio. En aquellos años, las intrigas, las rebeliones, los asesinatos o las traiciones estaban al orden del día. Raro era que un emperador o un caudillo bárbaro muriese por causas naturales. En este clima de gran inestabilidad, no es de extrañar que la autoridad y la legitimación de las instituciones se esfumase y el vacío fuese ocupado por la violencia. La fuerza de las tribus germanas les permitió erigirse como las únicas capaces de atajar las amenazas que se cernían sobre el Imperio. Una de esas tribus, los visigodos, estuvo liderada por Alarico, quien ha pasado a la historia, entre otros motivos, por saquear Roma en el año 410.
El historiador Javier Arce dedica su obra Alarico (365/370 – 410 A.D.). La integración frustrada* a este caudillo visigodo. Así lo explica el autor: “Como en otras ocasiones, creo que debo comenzar diciendo o explicando lo que no es este libro. Ciertamente no es una biografía de Alarico, que vivió entre los años 365/370-410 d.C., es decir, en la segunda mitad del siglo IV y comienzos del V. La documentación que poseemos sobre él en la Antigüedad no lo permite, porque es muy fragmentaria e incompleta. Aun así, es posible seguir aspectos o episodios de su biografía a través de las fuentes antiguas. Por lo tanto, he decidido centrarme en una serie de temas que considero fundamentales y que, en muchos casos, están sometidos a un amplio debate en la historiografía, conservando en lo posible un hilo cronológico básico”.
Nuestro limitado conocimiento de la caída del Imperio romano se debe, primordialmente, a la escasez de fuentes que nos han llegado. Los textos que han sobrevivido, además, no son lo rigurosos que debieran ser o son extemporáneos y poco fiables. De ahí que las investigaciones hayan de elaborarse sobre una base endeble y subsistan unas lagunas que difícilmente pueden rellenarse con algo más que suposiciones o hipótesis. Sobre Alarico, las principales fuentes de las que disponemos son los escritos de Olympiodoro de Tebas, Eunapio de Sardes, Zósimo y el poeta Claudiano, cuyos relatos han perdurado de forma fragmentaria, a través de resúmenes de otros autores posteriores. La consecuencia es la disparidad de opiniones entre los especialistas, quienes rara vez alcanzan un consenso sobre la vida de nuestro protagonista.
A partir de esas fuentes escritas, así como de las arqueológicas, construye Javier Arce su trabajo, reflejando el vivo debate bibliográfico que suscita aquella época (por supuesto, el autor presenta sus propias teorías). La imposibilidad de reconstruir los detalles de la vida de Alarico con una precisión aceptable le lleva a centrarse en los aspectos más relevantes de su trayectoria, entre los que destacan quiénes siguieron al rey visigodo durante su periplo por Europa; si se le puede considerar como un rex en el sentido actual; sus tácticas militares y los asedios (y saqueos) de las urbes romanas (centrándose, como es lógico, en el de Roma); sus expediciones por Grecia, Italia y los Balcanes; su relación con los grandes personajes del momento (Estilicón y Honorio, entre otros); e incluso su funeral, objeto de una leyenda al ser enterrado con sus riquezas.
Esbozar un perfil psicológico de nuestro protagonista es muy complicado, pero, a través de sus actos y de los pocos testimonios con los que contamos, el autor construye el retrato de uno de los personajes más interesantes del siglo V. Se pregunta qué pretendía realmente Alarico. Su designio ¿era conseguir tierras para establecerse en algún territorio con el acuerdo del emperador o solo obtener un cargo elevado en la jerarquía del ejército romano, que le proporcionara paga para él y para sus hombres? Estas interrogantes sobrevuelan toda la obra y se hallan presentes en la mayoría de los capítulos. Javier Arce busca desterrar la imagen de un Alarico bárbaro, que se limita a saquear y destruir todo a su paso, e intenta buscar un matiz más complejo en sus razzias por el continente.
Para el autor, “Alarico representa el modelo de la integración, o intento de integración, de los pueblos exteriores al Imperio Romano. Alarico fue alguien «que no concebía otra cultura que la romana, otro mundo civil que el romano». Pero, al mismo tiempo, representa el fracaso de esta política, al experimentar continuamente el rechazo de las autoridades romanas, de manera significativa del emperador Honorio, a sus pretensiones como consecuencia de una corriente antigermánica que permeaba una parte de la sociedad romana. La imagen que ha pasado a la historia, y que recoge la inmensa mayoría de los historiadores modernos, de Alarico como un bárbaro destructor de la civilización clásica, como un implacable autor de masacres y asesinatos, es falsa y está basada en una interpretación tendenciosa de la documentación antigua que no ha sido sometida a un análisis riguroso. Incluso algunos autores cristianos antiguos (Orosio) son más equilibrados en sus juicios sobre él”.
En apenas ciento cincuenta páginas, Javier Arce nos adentra en un período convulso, pero fascinante, cuya importancia para la historia de España es considerable. No debemos olvidar que, tras sus tropelías por la península italiana, los visigodos se instalaron en Aquitania y desde allí, tras ser derrotados por los francos, se acomodaron en la Península Ibérica durante dos siglos. Alarico fue el primero de sus líderes y uno de los personajes más conocidos de los estertores del Imperio romano.
Javier Arce (Zaragoza, 1945), ha sido profesor de Investigación del CSIC (Madrid) y director de la Escuela Española de Historia y Arqueología de este Centro en Roma, así como profesor de Arqueología Romana en la Universidad de Lille 3, Francia. Coordinador (con I. Wood y E. Chrysos) del programa científico de la European Science Foundation The Transformation of the Roman World, es autor de Esperando a los árabes. Los visigodos en Hispania (507-711) (2011), Memoria de los antepasados (2000), La Frontera (anno Domini 363) (1995), Funus Imperatorum. Los funerales de los Emperadores romanos (1988), El último siglo de la España romana (284-409) (1980), entre otros trabajoss.
*Publicado por Marcial Pons Ediciones de Historia, septiembre 2018.