La historia de Europa ha estado —difícilmente podía no ser de otro modo— ligada al Mediterráneo, en cuyas orillas se forjó el Imperio romano (que por algo lo denominó “Mare Nostrum”). Tanta fue su importancia que el reputado historiador belga Henri Pirenne, en su obra póstuma Mahoma y Carlomagno, atribuyó la decadencia de Roma no a las incursiones bárbaras, como tradicionalmente se había venido manteniendo, sino al cierre de comunicaciones y de líneas comerciales provocado por la extensión árabe en el norte de África durante el siglo VII. Siglos más tarde, el renacer europeo se fraguó también en las costas italianas, cuando el comercio volvió a adquirir dimensión internacional. Hasta la llegada de Colón al continente americano, el Mediterráneo fue el centro de interés (y fricción) del Imperio Otomano, Francia, Venecia, el Papado, España y otras tantas potencias menores. Sólo a partir del siglo XVII perdería relevancia, en beneficio del Atlántico y de un sistema más global e interconectado.
Hay incontables trabajos sobre el Mediterráneo, de los que quizás el más famoso sea El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, del historiador francés Fernand Braudel, opus magnum de la historiografía contemporánea. Pero, no obstante esa voluminosa bibliografía, aún hay regiones que son un completo misterio para el público español. Por cercanía territorial nos ha interesado normalmente lo más próximo y hemos obviado otras tierras más alejadas cuya importancia “geoestratégica” en el pasado fue trascendental. Entre esos territorios poco explorados por nuestros historiadores se hallan los Balcanes, una de las regiones más complejas y heterogéneas de la historia europea. La obra del premio Nobel Ivo Andric, Un puente sobre el Drina, ya mostraba un escenario de continuas conquistas y reconquistas, en la que la religión, la política y la cultura, bien sean cristianas, ortodoxas o musulmana, se han mezclado desde tiempos inmemoriales, a veces pacíficamente y otras a sangre y fuego.
Si el siglo XVI supuso el apogeo de la lucha entre el Imperio otomano y la cristiandad, en los posteriores continuó ese enfrentamiento, pero ya sin la intensidad alcanzada anteriormente. En aquellos años asistimos a las batallas de Lepanto y Mohács, al asedio de Viena o a la constitución de la Liga Santa para enfrentarse a la Sublime Puerta. Fue una época turbulenta en la que la intriga, la traición y la piratería eran prácticas muy extendidas. El historiador inglés Noel Malcolm se sumerge en este periodo con su fascinante obra Agentes del Imperio. Caballeros, corsarios, jesuitas y espías en el Mediterráneo del siglo XVI*. Para examinar varios de los acontecimientos más destacados del momento, además de explicar cómo era la relación entre el Sacro Imperio, Venecia, el Papado y el Imperio Otomano, Malcolm se apoya en las biografías de unos curiosos personajes, procedentes de varias familias albanesas, que desempeñaron un papel activo en los sucesos de la época.
En estos términos enuncia el autor el objetivo de su obra: “Así fue forjándose poco a poco la idea de este libro. Yo tenía dos objetivos principales: describir las experiencias, aventuras y logros de una serie de personas de extraordinario interés; y al mismo tiempo utilizar su biografía colectiva como marco de referencia para construir una exposición más amplia y más temática de las relaciones e interacciones entre este y oeste durante este periodo. Los temas son muchos y variados, e incluyen no sólo las cuestiones diplomáticas y estratégicas a gran escala que conformaron dichas relaciones internacionales, sino también asuntos como el comercio de granos, la piratería y el corso, el intercambio y rescate de prisioneros, la guerra de galeras, el espionaje en Estambul y el papel del dragomán. Cuando quiera que me alejo de la narración biográfica para examinar una de estas cuestiones no estoy haciendo una digresión: forma parte de la sustancia del libro”.
El lector podría pensar que la historia de dos familias albanesas del XVI le es completamente ajena y carente de interés. Se equivocaría. Las familias Bruni y Bruti sirven como pretexto para profundizar en el entramado social y político de la segunda mitad de aquel siglo. Entre sus miembros hubo arzobispos, militares, espías, comerciantes o diplomáticos; algunos pasaron un tanto desapercibidos (o apenas tenemos constancia documental sobre sus quehaceres), otros, en cambio, tuvieron un papel muy relevante en el complejo tablero que era la política europea mediterránea. Estudiarlos es estudiar toda una época. Citando nuevamente a Noel Malcolm: “La otra, y mayor, diferencia entre este libro y algunos de los ejemplos más conocidos de microhistoria es que muchas de las personas que describo aquí estuvieron fuertemente implicadas también en la «macrohistoria». Recuperar el mundo mental y social de un campesino o un molinero es siempre una empresa fascinante, pero ese mundo será por fuerza limitado, sin contactos con los asuntos internacionales, los liderazgos militares o los grandes acontecimientos religiosos. Tomadas en conjunto, las gentes cuyas vidas he reconstruido aquí se vieron envueltas en todo ello”.
Frente a los estereotipos y leyendas, lacras que debe combatir cualquier historiador serio, la realidad suele ser más complicada que la mera simplificación de buenos y malos. La obra de Malcolm enfatiza este punto. En un mundo donde dos poderosas fuerzas, el cristianismo y el Imperio otomano, se enfrentan, cada participante, tanto a nivel individual como colectivo, atiende en primer lugar a sus propios intereses y solo una vez satisfechos serán bienvenidos los demás que coincidan con ellos. El libro recorre los vericuetos de la política internacional en una región sometida a una pluralidad de intereses, que todo lo tornaban en un gris confuso. Unos y otros utilizaron las mismas herramientas y los mismos hombres para defender su causa.
Cada capítulo se circunscribe, por tanto, a la vida de un individuo, ya sea de la familia Bruti o Bruni (aunque hay algún epígrafe de engarce, centrado en cuestiones más generales). La mayoría de los protagonistas que transitan por sus páginas son desconocidos o prácticamente desconocidos —muchas de las fuentes que emplea Malcolm apenas habían sido utilizadas anteriormente—. A pesar de la dificultad de reconstruir la biografía de personajes secundarios, Malcolm consigue apoyarse en los exiguos datos de que dispone para evocar un amplio mundo social y cultural a través de sus vivencias. De este modo, asistimos al Concilio de Trento, a las campañas militares entre las potencias cristianas y los ejércitos otomanos, a las negociaciones multilaterales turco-españolas que dieron lugar a una tregua entre las dos grandes potencias del momento, a la organización diplomática en el oeste europeo o a la administración de la región de Moldavia.
Las relaciones internacionales son, quizás, la rama política más realista. Frente a los ideales o proclamas entusiastas de principios, que se suelen hacer en el orden interno, el trato con el supuesto adversario exterior rara vez se interrumpe y suele ser constante. Franceses o venecianos, declarados defensores de la fe cristiana, no dudaron en negociar con el principal enemigo del catolicismo, el Imperio Otomano. Del mismo, los emperadores turcos no tenían reparos en alistar entre sus colaboradores a infieles cristianos. La obra del historiador británico refleja la fluidez, incluso en tiempos de guerra, de los contactos entre las cancillerías de las grandes potencias. Muchos de los protagonistas del libro hicieron de intermediarios en un enrevesado juego diplomático, donde la información se compraba y vendía al mejor postor. Extremo que se reproducía también en el comercio o en la liberación de esclavos. Como señala Malcolm, su libro no se concibe como una historia general de Europa, pero sí intenta ofrecer una exposición sobre las relaciones —las cooperativas y las conflictivas, las diplomáticas y las militares— entre el Imperio otomano y una serie de potencias cristianas.
Concluimos con la reflexión que realiza el historiador británico en los últimos párrafos de la introducción de su libro “Mi esperanza es que ilumine para estos lectores un periodo decisivo de la historia; les induzca a cuestionar algunas de las cosas que quizá hubieran dado por sentadas sobre la relación entre la cristiandad y el mundo otomano; y les ofrezca un atisbo de la muy olvidada hebra albanesa que se entreteje con la historia de la Europa del siglo XVI. Si consigo alguno de estos objetivos, sentiré que ha merecido la pena escribir este libro”.
Noel Malcolm, Senior Research Fellow de All Souls College, Oxford, y Fellow de la British Academy, es autor de dos historias de Bosnia (1994) y Kosovo (1998). Ha tenido a su cargo la edición general de Thomas Hobbes para Clarendon, así como las aclamadas ediciones de la correspondencia de Hobbes (1994) y de Leviatán (2012). Ha sido editor internacional de Spectator. Le fue otorgado el título de Sir en 2014.
*Publicado por la editorial Galaxia Gutenberg, octubre 2016.