Rara vez encontramos en la historia grandes rupturas que alteren el mundo de manera radical. Los cambios profundos suelen darse en lo que la Escuela de los Anales llamó el “tiempo de la coyuntura” (un período intermedio entre la “longue durée” y la historia “événementielle” o de los acontecimientos). Sin embargo, existen dos sucesos que en un período de tiempo bastante acotado transformaron de forma sustancial la historia: la revolución neolítica y la revolución industrial. La revolución neolítica supuso el tránsito de una sociedad de cazadores y de recolectores a una sociedad sedentaria, lo que permitió la aparición de las primeras grandes civilizaciones. La revolución industrial, por su parte, conllevó, entre otras consecuencias, que en apenas un siglo la sociedad alcanzase cotas de desarrolló hasta entonces nunca vistas y diese paso a la época contemporánea.
Centrémonos en la revolución industrial ¿por qué se produjo en el siglo XVIII en Inglaterra? ¿Qué papel jugaron las instituciones políticas, legales o económicas en este proceso? ¿Por qué precisamente en Inglaterra y no en otra parte del mundo moderno? ¿Qué consecuencias tuvo para la sociedad? ¿Qué importancia tuvo el crecimiento demográfico en su expansión? Todas estas preguntas ya han sido tratadas por un gran número de expertos y existen miles de trabajos que buscan darles respuesta. Como suele suceder, las interpretaciones son muy dispares y cada especialista cuenta con una opinión distinta.
El profesor Gregory Clark en su obra Adiós a la sopa de pan, hola al sushi. Breve historia económica mundial* (cuyo título original es A Farewell to Alms: A Brief Economic History of the World) aporta una novedosa explicación de los motivos que permitieron que se diese la revolución industrial: “¿Por qué una Revolución Industrial en Inglaterra? ¿Por qué no en China, India o Japón? La respuesta que se propone aquí es que las ventajas de Inglaterra no eran ni el carbón ni las colonias, ni tampoco la reforma protestante, ni la Ilustración, sino los accidentes que constituyen la estabilidad institucional y democrática: en concreto, la extraordinaria estabilidad de Inglaterra al menos desde 1200, el lento crecimiento de la población inglesa entre 1300 y 1760, y la extraordinaria fecundidad de los ricos y los que conseguían triunfar económicamente. La incorporación de los valores burgueses a la cultura, y quizás también a la genética, fueron las razones por las que avanzó más en Inglaterra”.
Dentro de las distintas ramas que componen la disciplina histórica, la historia económica ocupa una posición peculiar. Nadie puede negar su importancia a la hora de comprender nuestro pasado pues la economía ha sido (es) uno de los pilares centrales del funcionamiento de las sociedades e incluso, atendiendo a algunas corrientes historiográficas, el motor de la evolución humana. Sin embargo, la atención que los historiadores han prestado a la economía en sus estudios quizás no refleje suficientemente su relevancia y suelen ser los economistas quienes han elaborado la mayoría de los trabajos dedicados a la historia económica. La obra de Gregory Clark no es una excepción (él mismo es profesor de economía en la Universidad de California) y en ella prima el componente “técnico” frente al histórico. El libro, no obstante, no requiere del lector unos conocimientos avanzados en matemáticas o estadística pues las pocas fórmulas y gráficas que aparecen son fácilmente comprensibles por cualquier lego en ciencias.
La tesis de Clark, antes resumida, otorga un papel predominante a la cultura como mecanismo para superar la trampa maltusiana (respetaremos la grafía de este término que figura en la traducción de la obra). La revolución industrial tiene su origen, por tanto, en la difusión en la sociedad inglesa del siglo XVIII de valores como el ahorro, la prudencia o el trabajo duro, frente a los principios que tradicionalmente habían convertido a la sociedad en comunidades impulsivas, violentas y amantes del ocio. Esta original interpretación se aleja de otras tesis (ya clásicas y muy extendidas) que esgrimían como causas de aquel fenómeno el surgimiento de instituciones modernas, el crecimiento demográfico (consecuencia y no causa, para Clark) o las ventajas comerciales o de disponibilidad de recursos de Inglaterra frente al resto del mundo. Según Gregory Clark todos esos argumentos no son válidos en la medida en que desde el año 1200 “sociedades como Inglaterra ya cumplían con todos los requisitos previos para el crecimiento económico que destacan hoy en día el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional” y sin embargo hubo que esperar más de quinientos años para que se produjera la revolución industrial.
Sin necesidad de desvelar todos los argumentos de las tesis expuestas en Adiós a la sopa de pan, hola al sushi (¿qué interés tendría entonces leer el libro?), nos limitaremos a explicar los pasos que sigue el autor hasta formularlas y destacar las consecuencias sociales y económicas que trajo consigo la revolución industrial y que aún hoy rigen nuestra sociedad. La primera parte de la obra (“La trampa maltusiana: la vida económica hasta 1800”) “plantea un modelo simple de la lógica económica de todas las sociedades anteriores a 1800 y muestra cómo encaja el modelo con datos históricos”. En estos capítulos Gregory Clark aborda los planteamientos de la economía maltusiana (con especial atención al principio de “equilibrio maltusiano”) y su aplicación en las sociedades previas a la Inglaterra del siglo XVIII, analizando sus niveles de vida, sus tasas de fertilidad, su esperanza de vida o su progreso tecnológico.
La segunda parte del libro está dedicada por completo a la revolución industrial y a explicar “cómo el crecimiento económico fue el resultado de inversiones pequeñas, pero muy productivas, para ampliar el stock de conocimiento útil en las sociedades”. Los cinco capítulos que la componen analizan los motivos que llevaron a Inglaterra a ser el epicentro de la revolución y las condiciones que se dieron para que ésta tuviese lugar. Encontramos numerosas referencias a teoría neo-darwinistas, a la importancia de la movilidad social o al decisivo papel jugado por las clases adineradas como focos de expansión del conocimiento. Obviamente, es aquí donde Gregory Clark desarrolla detenidamente sus planteamientos.
La última parte de la obra (“La Gran Divergencia”) se adentra en las consecuencias de la revolución industrial y en los desajustes que aparecieron décadas después del espectacular crecimiento económico inglés. Son capítulos en los que se trata de dar respuesta a la siguiente pregunta “¿Cómo acabamos con un mundo en el que una minoría de países tiene riquezas inusitadas, mientras que un grupo amplio y significativo de países han visto reducirse sus ingresos desde la Revolución Industrial?”. Tras describir el crecimiento moderno a partir de 1800, Gregory Clark recorre las distintas causas que han motivado esta brecha, cada día más profunda, entre unas naciones y otras, centrándose en la eficiencia de la mano de obra como elemento a tener muy en cuenta.
Aunque la lectura del libro en su integridad es muy recomendable tanto para expertos como para simple curiosos que quieran descubrir las claves de nuestra historia, y por ello la aconsejamos vivamente, el primer capítulo introductorio (“Historia económica mundial en diecisiete páginas”) sintetiza perfectamente el pensamiento de Gregory Clark y nos ofrece una explicación muy breve e interesante de la historia de la humanidad desde una óptica económica.
Gregory Clark es profesor del Departamento de Economía de la Universidad de California. Entre sus libros más recientes se cuenta The Son Also Rises: Surnames and the History of Social Mobility (2014).
*Editado por Publicacions de la Universitat de Valencia, octubre 2014.