1917. El Estado catalán y el soviet español
Roberto Villa García

Parecería, leyendo las crónicas y los comentarios periodísticos de hoy, como si cuanto acaece en el actual debate político español fuera algo inaudito, sin paragón en nuestra historia. La verdad es, por el contrario, que en nuestro pasado descubrimos cómo muchos de los problemas actuales ya se abordaron en su día, con mayor o menor éxito. Ciertamente algunos temas, hijos de su tiempo, son nuevos, pero la mayoría se insertan en los conflictos estructurales de nuestra nación, que reflotan cíclicamente y que han marcado nuestra historia. Los movimientos nacionalistas, la corrupción de la clase política, las desigualdades sociales, la organización del sistema electoral, la monarquía… son otros tantos objetos de controversia que nos vienen acompañando desde hace tiempo. Hay quienes tratan de atribuirse su planteamiento en beneficio propio, como si fuesen una iniciativa de su parte, sin advertir que siempre han estado ahí.

La España de principios del siglo XX es poco conocida. Tras el desastre del 98, la situación política se convulsionó, pero resistieron los mimbres de la Restauración. El sistema político ideado por Cánovas y apoyado por Sagasta sobrevivió unos años más, aunque ya muy debilitado y criticado. Los dos grandes partidos, el liberal y el conservador, siguieron alternándose en el poder, pero emergieron nuevos actores que lograron desestabilizar el régimen: republicanos, socialistas y movimientos obreros consiguieron acaparar cada vez más presencia en la vida pública, ya sea con manifestaciones, acciones violentas o, incluso, con su entrada en las Cortes. En este agitado escenario, la Corona trató de actuar como un árbitro neutral, pero también se vio arrastrada al mundo de intrigas y conspiraciones que envolvía la política del momento. Los gobiernos se sucedían a un ritmo vertiginoso y la fragilidad de las mayorías parlamentarias no otorgaba gran estabilidad al sistema.

La Gran Guerra introdujo un nuevo elemento de crispación política, al dividir a la sociedad entre quienes apoyaban a los Aliados y quienes se decantaban por los Imperios Centrales. La neutralidad de España a lo largo del conflicto no estuvo exenta de polémica y los sucesivos gobiernos recibieron fuertes presiones de ambos bandos para involucrarse. La fractura fue radical y afectó a políticos, intelectuales y militares por igual. Las consecuencias económicas del conflicto armado desestabilizaron las finanzas del país y avivaron (aún más) las protestas sindicales.

En este escenario sitúa Roberto Villa García su obra 1917. El Estado catalán y el soviet español*. El autor lleva a cabo una aproximación interesante y muy original a un período apenas conocido y casi siempre malinterpretado. Huye de los lugares comunes que han marcado el estudio de aquella época (corrupción, fraude electoral, decadencia…) para ofrecer una imagen mucho más matizada, en la que España se asemeja al resto de potencias europeas, con problemas similares y con una democratización incipiente, pero poco a poco consolidada.

En palabras del autor, “aquí se defiende que el año revolucionario por excelencia del siglo XX [1917] fue también el punto de ruptura más trascendental de la Historia de España en toda esa centuria, hasta el punto de condicionar nuestra vida política en sentido contrario a la democracia durante las seis décadas siguientes. 1917 actuó como un veloz corredor de tiempo que iba a alejar a generaciones de españoles de la política constitucional y la libertad civil. Inauguró un período de ensayos exclusivistas y autoritarios que, a excepción de los breves intersticios abiertos por los epígonos del liberalismo (1918-1923, 1930-1931, 1933-1936), ya no iban a cancelarse hasta 1975”.

Roberto Villa radiografía la vida política española de aquel turbulento 1917. El trabajo de investigación ha debido de ser colosal, pues el nivel de detalle plasmado en el libro se acerca al de un testigo presencial. Las discusiones internas, las dudas y los estados de ánimo de los implicados, las intrigas palaciegas… todo está recogido en él. Si ya es difícil sintetizar tanta información de modo asequible para un lector no especializado, lo es igualmente el intento de estructurar un relato coherente teniendo en cuenta la multiplicidad de actores y escenarios en los que se desarrolla la “trama”. El autor lo logra con creces. El eje cronológico que sigue facilita la ordenación de los diversos sucesos, pero hay que estar atento para no perder el hilo de cuanto acontece.

Los protagonistas de la revolución de 1917 que Roberto Villa destaca son tres grupos que, al menos en apariencia, apenas guardan conexión: por un lado, las izquierdas republicana, socialista y anarcosindicalista; por otro, el nacionalismo catalán; finalmente, ciertos sectores militares que, reunidos en las denominadas Juntas de Defensa, auxiliaron o facilitaron las acciones de los dos primeros. Su oposición al Gobierno minó la capacidad de respuesta de las fuerzas del orden y desestabilizó la actuación del Ejecutivo, arrastrado por una tormenta perfecta que a duras penas logró controlar. En opinión del autor, tanto la huelga revolucionaria del verano de 1917 como el golpe de Estado de las juntas militares en octubre de ese mismo año condujeron al abismo a España y abrieron la puerta a los movimientos que, años más tarde, liquidaron el incipiente sistema democrático que parecía estar alumbrando la Restauración.

La obra tiene como premisa que las acciones acometidas por esas tres fuerzas no fueron procesos independientes, sino entrelazados en una “acción revolucionaria común” cuya finalidad última era derribar el liberalismo constitucional imperante en aquel momento. Cambó, Largo Caballero y Benito Márquez mantuvieron contactos, no obstante sostener posiciones antagónicas. Los problemas políticos, diplomáticos y económicos provocados por la Gran Guerra (muy presente en los diversos capítulos de la obra) sirvieron como pretexto para iniciar las protestas y movilizar a la sociedad. Aunque el estallido de la violencia fue reprimido, el turnismo había quedado herido de muerte y la desafección por el sistema político se extendió por distintas capas de la sociedad, que jugarían un papel muy relevante tanto en la dictadura de Primo de Rivera como en la Segunda República.

Concluimos con esta reflexión del autor: “Los sucesos de 1917 tuvieron la fuerza extraordinaria de abrir las compuertas a la tragedia de los veinte años posteriores. Ese proceso revolucionario, cerrado en falso en marzo de 1918, echó abajo los fundamentos políticos trabajosamente construidos desde 1875, que ya no pudieron redefinirse para facilitar el tránsito a la democracia liberal. La hondura de la crisis provocada por la revolución de 1917 no solo impidió un reequilibrio democrático, sino que ofreció la coyuntura ideal para que triunfara la primera dictadura de 1923, que inauguró un ciclo autoritario del que España ya no se apartaría hasta la muerte de Franco”.

Roberto Villa, profesor titular en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, ha sido investigador invitado en las Universidades de Wisconsin-Madison y Paris IV-Sorbonne. Es autor de varios libros y artículos sobre partidos, elecciones y violencia política en la Restauración y en la Segunda República, entre los que se halla 1936. Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular.

*Publicado por Espasa Editorial, marzo 2021.