“El olvido, e incluso diría que el error histórico, son un factor esencial en la creación de una nación, y de ahí que el progreso de los estudios históricos sea frecuentemente un peligro para la nacionalidad”. Con estas palabras, recogidas por Francesc de Carreras en el último capítulo de la obra colectiva 1714. Cataluña en la España del siglo XVIII*, Ernest Renan aludía en su conocido trabajo ¿Qué es la nación? a la complicada relación entre nacionalismos e historia. En los últimos años se ha producido una revitalización de los movimientos nacionalistas, no sólo en España sino también en todo el continente europeo, acentuada probablemente por la generalizada crisis que atravesamos y por la incapacidad de los gobiernos para dar una solución satisfactoria a las demandas sociales.
La intromisión del nacionalismo en el debate político implica, de manera habitual, la marginación de la razón y el uso indiscriminado de la propaganda. No es una novedad que los movimientos nacionalistas apelen a los sentimientos y utilicen profusamente la simbología para encontrar la legitimidad de la que de otra manera carecerían. La primera damnificada de este proceder es, sin duda, la historia o, más bien, la disciplina histórica. El pasado, dicho de una forma un tanto simple, es lo que fue y no lo que a algunos les gustaría que hubiera sido. Los hechos son incuestionables y tan solo la interpretación que de ellos se haga está abierta a debate. Es aquí, en la forma de entender las causas y las consecuencias de aquellos sucesos, donde entran en juego los intereses nacionalistas y donde la manipulación y tergiversación de la realidad se hace más evidente.
A diferencia de otras ciencias, en la historia no hay verdades absolutas, entre otras razones porque resulta prácticamente imposible conocer los motivos que llevaron a una persona a actuar de una manera. De ahí la importancia del papel desempeñado por los historiadores, cuya principal misión es (o al menos debería ser) aproximarse a la realidad mediante la objetividad y el rigor de su trabajo. El historiador ha de erigirse como primera de línea de defensa frente a los disparates y desmanes del envite nacionalista. Lamentablemente no siempre sucede así. Grandes figuras de la historiografía se han plegado en los últimos años a los cantos de sirena del nacionalismo y han apoyado interpretaciones del pasado que harían sonrojar a cualquier investigador serio.
Por suerte, sigue habiendo un nutrido grupo de expertos que no se dejan arrastrar por los intereses políticos (ni de unos, ni de otros) y buscan que la coherencia prevalezca por encima de las proclamas y de las banderas. Algunos de ellos se dieron cita en unas Jornadas de la Historia el 10 y 11 de abril de 2014 en la Fundaciones Ortega-Marañón. El título de las jornadas fue “La Nueva España borbónica y los comienzos de la centralización” y con ellas se quería rendir homenaje al profesor Miguel Artola. El resultado de las mismas fue la obra 1714. Cataluña en la España del siglo XVIII. Como explica su editor, Antonio Morales Moya, en el prólogo “se trata de un libro de historia, cuyos autores –dieciocho– de pensamiento plural, no homogéneo, pretenden acercar al lector unos sucesos trascedentes cuando ocurrieron, vivos todavía para una memoria histórica infiel muchas veces a la realidad de aquellos, al tratar de construir un universo mítico, inconsistente, arriesgado, por su carácter exclusivo, encaminado a la invención de la identidad catalana. Los diversos capítulos del libro permiten entretejer un relato, “traer a cuenta’ en expresión de Isaiah Berlin, una serie de elementos, de aspectos que ayuden a entender unos acontecimientos, sin pretender una explicación única, en su plural dimensión: en sí mismos, en sus circunstancias históricas internacional y nacional, en su elaboración e interpretación posterior”.
La obra pretende “comprender el pasado sin manipulaciones”, es decir, intenta explicar, alejándose de cualquier interés partidista, el impacto que supuso la llegada de los Borbones al trono español tras la Guerra de Sucesión, prestando especial atención a las consecuencias que tuvo para Cataluña. A través de los diversos artículos que la componen quedan esbozadas las transformaciones habidas en España durante el siglo XVIII y los cambios que se produjeron en la economía, la administración y la sociedad de la época. La finalidad de los autores es poner en perspectiva lo sucedido después de 1714 a la luz de las reivindicaciones nacionalistas actuales e intentar separar lo real de la mera propaganda.
El punto de partida se sitúa en la Guerra de Sucesión. Los artículos de Luis Ribot, Ricardo García Cárcel y David García Hernán analizan las causas y el desarrollo de la contienda. Una de las principales conclusiones que sacamos tras leerlos es el marcado carácter internacional de la guerra (se la llega a considerar la primera guerra mundial). Todas las grandes potencias europeas entran en liza y el campo de batalla se extiende por todo el planeta. Algunos intentan hoy potenciar exclusivamente la lucha peninsular y obviar el contexto más amplio en que se encuadra. De este modo se acentúa la naturaleza fratricida de la guerra y es más fácil identificar bandos. Sin embargo, en ningún momento asistimos a un choque entre “entidades nacionales enfrentadas” y, como expone el profesor García Cárcel, “hay que empezar por cuestionar que toda Castilla fuese borbónica, y la Corona de Aragón, austracista”.
Los siguientes capítulos están dedicados a analizar las reformas, principalmente administrativas, que introdujo Felipe V tras su victoria. En palabras de Enrique Orduño Rebollo “El final de la monarquía hispana supuso no solo el cambio de dinastía, o la alteración en el equilibrio de alianzas, sino la desaparición del sistema territorial compuesto, creado a fines del siglo XV”. El centralismo de cuño francés inspirado por Luis XIV influyó de manera decisiva en el reinado de Felipe V. El sistema polisinodial que había imperado bajo los Austrias fue paulatinamente deshaciéndose bajo los Borbones y dio paso a un nuevo sistema cuya figura principal fue el secretario. De forma paralela, la Corona impuso su autoridad en todo el territorio a través de los capitanes generales, los intendentes, los oidores y los corregidores. Como es natural, también se abordan los efectos que dichas medidas tuvieron en Cataluña.
Una vez tratado el alcance inmediato de la Guerra de Sucesión, los siguientes capítulos abordan el siglo XVIII en su conjunto. La centuria ilustrada ha pasado un tanto inadvertida para la historiografía contemporánea. Da la sensación de que nada sucedió durante aquellos años, que estamos ante un siglo de tránsito entre la decadencia española del siglo anterior y el inicio de la España contemporánea con las Cortes de Cádiz y la promulgación de la Constitución de 1812. Sin embargo, la realidad es bien distinta, pues el siglo XVIII acabó por ser un período de intensas transformaciones. Así lo reflejan los artículos de Roberto L. Blanco Valdés, quien describe los cambios producidos en el seno del ejército español, o de Gabriel Tortella, cuya ponencia, además de explicarnos la renovación económica y social de España en el dieciocho, pone de manifiesto el despegue de la economía catalana durante esta centuria (lo que contradice de lleno a quienes defienden que el centralismo borbónico anuló el dinamismo de la periferia).
También encontramos reflexiones sobre la aparición del “nacionalismo español” o de la idea de “nación española” a lo largo del siglo y sobre la propagación de las ideas ilustradas en Cataluña. Como señala Antonio Morales Moya en su artículo, “En la centuria ilustrada encontramos, desde luego, un proceso de construcción de Estado-nación o, quizás mejor, de asentamiento del mismo sobre nuevas bases, así como es patente la conciencia de pertenencia a una nación, más allá de la lealtad dinástica”. Sin embargo, el propio autor matiza a continuación que “[…] es la idea de patriotismo la que expresa mejor el pensamiento y la actitud de tantas figuras de nuestra Ilustración”. Esa misma cuestión es tratada por Enric Ucelay-Da Cal en el capítulo “Esbozo acerca de los nacionalismos: una hipótesis sobre ‘historicismo’ y ‘nocionalismo’”.
La última parte de la obra está más enfocada al debate historiográfico y político actual. Por un lado se analizan las interpretaciones realizadas sobre el siglo XVIII y la Guerra de Sucesión por historiadores españoles, y dentro de los españoles por los catalanes, y cómo han ido evolucionando hasta nuestros días. Por ejemplo, la ponencia de Juan Francisco Fuentes Aragonés examina las posiciones defendidas por historiadores de la talla de Pierre Vilar o Ernest Lluch y las diferencias que presentan con la historiografía catalana actual. Por otro lado, ya alejados de lo propiamente histórico, los últimos capítulos versan sobre las consecuencias económicas derivadas de la independencia de Cataluña y el uso del año 1714 como un instrumento político.
Como se puede observar, la obra coordinada por Antonio Morales Moya engloba un extenso abanico de cuestiones, preferentemente pero no sólo históricas, que tienen una especial incidencia hoy. El uso partidista y sesgado que se está haciendo de la historia en la agenda política convierte a este tipo de trabajos, basados en el rigor y en la profesionalidad de sus participantes, en un instrumento indispensable para combatir la parcialidad y la manipulación de algunos. Por desgracia, por mucho que los capítulos recogidos en el libro sean excelentes ponencias redactadas por reputados profesores o expertos, su incidencia será casi inapreciable sobre aquellos que insistan en negar la evidencia histórica de su pasado y busquen justificar o legitimar sus propios intereses en realidades creadas a su antojo.
*Publicado por la editorial Cátedra, septiembre 2014.