CRITICA - LOS ROMANOV - SIMON SEBAG

Los Románov. 1613-1918
Simon Sebag Montefiore

Parece que ha pasado de moda apodar, o calificar, a los monarcas, lejos ya de los tiempos en que abundaban sobrenombres tan curiosos y reconocibles como “El Cruel”, “El Sabio”, “El Terrible”, “El Calvo” o “El Deseado”. La monarquía se enfrenta en el actual sistema democrático a retos complejos y su encaje en él resulta cuestionable. Hasta la implantación de las ideas liberales, el poder requería para su legitimación de argumentos más divinos que terrenales, pero nadie, en su sano juicio, podría defender hoy la encarnación providencial de la figura del rey que propiciaba el absolutismo. Las tesis monárquicas han evolucionado y en sistemas políticos sumamente avanzados (Suecia, Noruega u Holanda, por ejemplo) tratan de justificar su pervivencia apelando a motivos de unidad nacional: la familia real aglutinaría a toda la sociedad, al margen de los intereses partidistas, deviniendo un símbolo o representación de toda la nación. La auctoritas política perdida por el monarca en las últimas centurias la han absorbido otras instituciones. Ahora bien, y salvando las distancias, ¿tanto difiere, en realidad, el poder que tenía un soberano del siglo XVI con el que ostentan actualmente los presidentes de los Estados Unidos, de China o de Rusia?

Hay muchas formas de estudiar el papel desempeñado por la monarquía en la Historia. No tiene demasiado sentido juzgarla con los ojos de un hombre del siglo XXI para atribuirle los calificativos de beneficiosa o nociva, que no llevan a ninguna parte. Su comprensión requiere el análisis del contexto en el que aparece, de su encuadre institucional y social, de sus protagonistas y de las teorías políticas que la sustentan, entre otros factores. Una vez que tengamos una imagen de conjunto seremos capaces de verter, cautelosamente, juicios sensatos y objetivos. Este proceso es el que lleva a cabo el historiador británico Simon Sebag Montefiore con una de las dinastías más famosas de todos los tiempos: en Los Románov. 1613-1918* recorre la historia de la familia real rusa —conocida por su grandeza, su despotismo, su crueldad, su pasión y su poder— desde sus orígenes hasta su caída a manos de los revolucionarios bolcheviques.

Como explica el propio autor al inicio de la obra, “En cierto sentido el presente libro es un estudio del carácter y los efectos devastadores del poder absoluto sobre la personalidad. En parte es la historia de una familia, de sus amores, matrimonios, adulterios e hijos, pero no es como otras historias de ese estilo: las familias reales son siempre extraordinarias porque el poder dulcifica y contamina la química familiar tradicional (el atractivo y la corrupción del poder a menudo se imponen sobre la lealtad y los afectos de la sangre). Es esta una historia de monarcas, de sus familias y sus cortesanos, pero es también el retrato del absolutismo en Rusia; e independientemente de lo que piense cada uno acerca de Rusia, su cultura, su alma y su esencia han sido siempre algo excepcional, una naturaleza singular que una sola familia tenía la pretensión de personificar. Los Románov se han convertido en la definición misma no solo de dinastía y magnificencia, sino también de despotismo, hasta el punto de constituir una parábola de la locura y la arrogancia del poder absoluto”.

Coronación del zar Alejandro III

Coronación del zar Alejandro III

El trabajo de Simon Sebag se centra principalmente en los zares y en su círculo familiar y personal más cercano. De forma sumamente amena y cercana, a pesar de las más de ochocientas páginas que conforman el libro, descubrimos los entresijos del poder en la Rusia imperial a través de un vivo retrato de sus titulares. Más allá de la condición divina atribuida a los soberanos, las historias que recoge el historiador británico son muy humanas. Amor, ambición, envidia, miedo, lujuria, locura, soledad… son las pautas dominantes de un legado familiar que perduró durante tres siglos, superando obstáculos extraordinarios en un escenario político terriblemente hostil. Cada personaje cuenta con sus propias peculiaridades, sus fobias y aspiraciones; no hay buenos o malos, tan solo hombres y mujeres que se encontraron ante la titánica tarea de regir el destino de un reino de millones de habitantes y kilómetros cuadrados. Algunos sucumbieron ante la presión o ante su propia ineptitud, mientras que otros se convirtieron en leyendas.

A diferencia de otras dinastías europeas, los Románov rara vez se casaban entre sí. Tampoco tenían inconveniente en contraer matrimonio con personas que no fuesen de su misma condición social. De hecho, eran frecuentes lo que Simon Sebag denomina “concursos de novia”, eventos en los que el zar elegía a su futura esposa entre las candidatas que se le presentaban. Europa siempre observó a su vecino oriental con cierta perplejidad, temor y superioridad y hasta finales del siglo XVIII, bajo el reinado de Catalina la Grande, no empezó a tenerle en cuenta en los asuntos políticos del continente. Y aun entonces el Imperio ruso no era visto como algo plenamente occidental: no casaban con las costumbres europeas sus tradiciones, su cultura, su etiqueta o su forma de gobernar, impregnadas de cierto exotismo que atraía y provocaba el rechazo al mismo tiempo.

El historiador británico aborda la estructura política del Imperio en estos términos: “Cuando se oye hablar de la deriva caótica y de la caprichosa decadencia de los zares más débiles de finales del siglo XVII y de las emperatrices hedonistas del siglo XVIII, el historiador (y el lector de este libro) tiene que preguntarse ‘¿Por qué salió adelante Rusia, cuando parecía que era gobernada de mala manera por unos personajes tan grotescos?’. Pero incluso cuando era un niño o un idiota el que ocupaba el trono, la autocracia podía seguir funcionando. ‘Dios está en el cielo y el zar se halla muy lejos’, decían los campesinos, que en sus remotas aldeas se preocupaban muy poco —y sabían todavía menos— de lo que sucedía en San Petersburgo, siempre y cuando el centro aguantara. Y el centro aguantaba porque la dinastía Romanov era el vértice y la fachada de un sistema político de conexiones familiares y personales que actuaban unas veces en rivalidad y otras en cooperación, para gobernar el reino como socios menores del trono”.

El círculo cercano del zar lo constituía un variopinto grupo de personajes, desde la familia más cercana (hermanos y primos) hasta hombres provenientes de todos los rincones del imperio y de dispar extracción social. Si algo caracteriza a la mayoría de los soberanos rusos es la laxitud al elegir subordinados. Rasputín, Witte, Orlov… ninguno de ellos provenía de una familia de abolengo y, no obstante, se hicieron con los resortes del poder. Lógicamente, ser amante del zar o de la zarina ayudaba a ascender en la escala social. Simon Sebag Montefiore explora, sucesivamente, el funcionamiento de la Corte; las idas y venidas de amantes y pretendientes; la relación entre nobleza y el soberano; o la difícil convivencia entre familiares que aspiraban al poder (no fueron pocos los zares asesinados por alguno de sus allegados).

El zar Nicolás II y su familia

El zar Nicolás II y su familia

No es frecuente encontrar relatos tan personales de monarcas europeos, y aun menos de toda una dinastía, pero el historiador inglés logra despojar a los protagonistas de toda aura de solemnidad, mostrándolos como realmente fueron, con sus aciertos y vicios, con sus miserias y grandezas, todas ellas magnificadas por el catalizador que es el poder. Despojados de su poder apenas los distinguiríamos de cualquiera otra persona, pero el destino llevó a veinte monarcas a gobernar, a lo largo de trescientos años, uno de los mayores imperios de la Historia. Sus vidas, por tanto, no pueden ser calificadas de normales: en una monarquía autocrática como la que rigió el destino del Imperio ruso, la frontera entre lo público y lo privado era prácticamente inexistente.

El dicho de que la historia está condenada a repetirse suele tener la (molesta) costumbre de cumplirse, y quizá el ejemplo de Rusia resulte paradigmático cuando observamos la ascendencia de Vladimir Putin sobre la sociedad rusa. Nadie osa, entre otras cosas por miedo a las represalias, hacerle sombra ¿Podríamos equiparar a Putin con un zar? El poder absoluto tiende a ser adictivo y los regímenes autocráticos son en extremo apetecibles para personajes ambiciosos y sin escrúpulos. Aunque la obra de Simon Sebag Montefiore no pretenda criticar el presente, puede ser una llamada de atención -así lo afirma el propio autor- para quienes observan los derroteros actuales de la política rusa.

Simon Sebag Montefiore estudió historia en el Gonville & Caius College de Cambridge. Durante la década de 1990 viajó por la antigua Unión Soviética, especialmente por el Cáucaso, Ucrania y Asia central, y escribió sobre Rusia para el Sunday Times, el New York Times y el Spectator, entre otros periódicos. Ha presentado documentales para la televisión y entre sus ensayos destacan King’s Parade (1991) y Prince of Princes: the Life of Potemkin (2000), nominado a premios de biografía Samuel Johnson, Duff Cooper y Marsh. En Crítica ha publicado Llamadme Stalin (2007), La corte del zar rojo (2004), Titanes de la historia (2012) y Jerusalén. La biografía (2011).

*Publicado por la editorial Crítica, septiembre 2016.