TAURUS - GENTE DE LA EDAD MEDIA

Gente de la Edad Media
Robert Fossier

Nos levantamos, nos pasamos el día trabajando, volvemos a casa, salimos a tomar algo o disfrutamos de la familia antes de ir a dormir, para repetir el ciclo un día más. La inmensa mayoría de los lectores se verán identificados con estas pautas rutinarias, pero ¿también lo haría un hombre del siglo XIX? ¿de la Edad Media? ¿de la Antigua Roma? ¿del Neolítico?

Uno de los grandes interrogantes del estudio de la historia es hasta qué punto somos distintos de nuestros antepasados ¿Verdaderamente hemos cambiado? Las películas, o las ficciones, que juegan con retrotraer al pasado, o con llevar al futuro, a sus protagonistas muestran a unos personajes desconcertados por los avances tecnológicos (o por su ausencia), pero rápidamente integrados en una sociedad de hombres que comparten las mismas inquietudes, ambiciones y pasiones. Es cierto que el progreso ha transformado nuestra forma de relacionarnos, e incluso ha afectado a nuestras pautas morales o espirituales; ahora bien, ¿tanto nos diferenciamos del hombre del Medievo?

Para responder a esta pregunta habría que hacer un ejercicio de malabarismo historiográfico y sondear los entresijos del comportamiento humano, de ahora y de antes. Sin una máquina del tiempo que nos ayude, es una tarea para la que solo contamos con las fuentes escritas (no muchas, todo sea dicho) y las materiales ¿Hasta qué punto nos ayudan a conocer cómo somos? La respuesta no es fácil, ya que las fuentes suelen tener un autor, y este unos intereses, que no siempre actúa espontáneamente y cuyos propósitos últimos pueden provocar tergiversaciones. Además, los autores de los testimonios pertenecen a un sector de la sociedad, las élites, que, aunque poderoso, apenas es representativo del conjunto. Gran parte de la sociedad ha quedado, de este modo, a espaldas de la documentación histórica a lo largo de los siglos, lo que, a su vez, ha provocado su marginación de los libros de Historia.

Para enmendar ese olvido, el historiador francés Robert Fossier ha escrito Gente de la Edad Media*. Como el propio autor señala, “No me he decidido por esta opción para evitar críticas fáciles. El hombre del que voy a hablar no es ni caballero, ni monje, ni obispo, ni «importante», ni siquiera burgués, comerciante, señor o culto. Es un ser humano a quien le preocupan la lluvia, los lobos, el vino, el dinero, el feto o incluso el fuego, el hacha, los vecinos, el juramento, la Salvación, todo aquello de lo cual sólo se nos habla ocasionalmente o por omisión, a través del prisma deformante de las instituciones políticas, las jerarquías sociales, las normas jurídicas o los preceptos de la fe. Por lo tanto, no encontraremos aquí ni una argumentación económica, ni una descripción de técnicas, ni luchas de clases; sólo a ese pobre hombre de todos los días”.

La historiografía tradicional ha puesto su foco en quienes adoptaban las decisiones con transcendencia política en la Edad Media. Es decir, en reyes, nobles, comerciantes o eclesiásticos. A pocos historiadores les ha interesado saber que hacía o qué le preocupaba al panadero de un pequeño pueblo del interior, cuya vida apenas tendría repercusión en el curso de historia. La mayoría de los grandes trabajos, especialmente los de historia política, se ocupan únicamente de las élites políticas de la sociedad medieval y recorren a vuelapluma al resto de sus integrantes. Robert Fossier huye de esa tendencia y convierte al hombre corriente, anónimo y mayoritario, en su protagonista, en el centro y en el objeto de su estudio. El historiador francés quiere, con su obra, adentrarse en las inquietudes de la masa, en sus rutinas y en los resortes que le mueven a actuar de una forma u otra.

GENTE DE LA EDAD MEDIA - BODA CAMPESINA

Fossier empieza su relato analizando físicamente al hombre medieval, una criatura frágil y amenazada por animales, por enfermedades y por sus propios congéneres. Sus diferencias con otras especies serían apenas perceptibles, a pesar de las transformaciones que ha provocado en su entorno natural. A su juicio, “el hombre está inmerso en el mundo animal, pero está convencido de que lo domina, porque Dios le habría confiado su cuidado”. A continuación, se adentra en las etapas de la vida de ese hombre, no sin antes preguntarse cuántas personas existían. El historiador francés estudia en estos primeros epígrafes cómo era la infancia, la madurez (que traía consigo el matrimonio, el trabajo y la familia) y, por último, la vejez y la muerte (y lo que se creía que había después de ellas) de los miembros de la sociedad medieval.

Una vez dejadas atrás las cuestiones más “materiales”, Fossier se ocupa de aspectos algo más abstractos, en los que se reconoce menos confortable (“He intentado seguir el hilo de las vidas cotidianas de la gente corriente, buscando qué les preocupaba, sobre todo en el aspecto material. Y, cuando he pretendido adentrarme en el ámbito del espíritu y del alma, me he sentido incómodo, sin duda porque carezco de todo sentido metafísico”). Aborda, en los respectivos capítulos, desde del encuadre del individuo en la comunidad al conocimiento (ya sea innato, como la memoria, o adquirido, como la escritura o la palabra), a la concepción del bien y el mal (incluidos los pecados, la tentación, la virtud y el perdón), a la Iglesia y a su presencia en la vida cotidiana. No trata de explorar las teorías filosóficas o teológicas de la Edad Media, sino de analizarlas desde la óptica de la gente corriente, exponiendo cómo las afrontaban.

La obra combina la alta divulgación con el poso académico de uno de los grandes historiadores franceses. Está escrita para un público amplio, pero también interesado y que cuente con unos conocimientos mínimos de la Edad Media. No hay en ella una descripción ordenada de los hechos y mucha información se da por sabida. Es un trabajo que quiere explicarnos una parte de nuestro pasado que rara vez nos han contado. Para ello, busca destruir estereotipos y reconducir la visión negativa, oscura y violenta, que se tiene sobre el Medievo y ofrecer otra más íntima, cercana y realista. Nos presenta al verdadero protagonista de la Historia, el hombre, y, desde una perspectiva comparada, nos muestra las similitudes y las diferencias de una sociedad que dejamos atrás hace tan solo quinientos años.

Concluimos con esta reflexión del historiador francés, que puede servir de ayuda para responder a los interrogantes que planteábamos al inicio de la reseña: “Ese ser humano cuyos avatares he seguido durante mil años, ¿es igual a nosotros? ¿Cabe deducir de mi análisis que sólo nos separan matices? En contra de la opinión de todos los medievalistas, estoy convencido de que el hombre medieval es como nosotros. Naturalmente se puede objetar que la economía es diferente […], que los criterios que fundamentan las jerarquías sociales de aquellos tiempos son muy distintos […]; que el clima espiritual no puede ser el mismo desde la pérdida de hegemonía del punto de vista cristiano; que la vida cotidiana no tiene nada que ver desde que tenemos una diferente concepción del tiempo, del espacio, de la velocidad. Todo esto es indiscutible, pero también es superficial; es el tipo de foto aérea que a menudo ofrecen los medievalistas. Pues la lectura atenta de cualquier noticia cotidiana nos hace abrir los ojos ante lo que realmente importa. Hoy, al igual que en aquellos tiempos lejos de los que hablo […] lo que importa a la gente es su profesión, son sus ingresos, los problemas de la vida cotidiana, la seguridad, la violencia y el amor, el juego y los discursos capaces de consolar”.

Robert Fossier es un historiador francés especializado en Historia medieval. Ha dirigido el departamento de Historia de la Sorbona, universidad de la que fue profesor emérito. Heredero de Marc Bloch y de la Escuela de los Annales, ha escrito más de quince libros relacionados con la sociedad medieval de Occidente y ha dirigido una importante obra colectiva en tres volúmenes, La Edad Media (1988).

*Publicado por la Editorial Taurus, junio 2017. Traducción de Paloma Gómez Crespo y Sandra Chaparro Martínez.