BIBLIOTECA NUEVA - EUROPA Y LOS TRATADOS DE REPARTO

Europa y los tratados de reparto de la Monarquía de España, 1668-1700
VV.AA.

En apenas tres décadas la Monarquía Hispánica pasó de regir los destinos de Europa a ser un juguete roto en manos de las grandes potencias del continente. La gloria imperial se había desvanecido entre 1648 y 1659, una vez que la asfixia militar y la económica obligaron a claudicar a la Corona española. Los incontables frentes abiertos a lo largo del planeta habían desangrado sus ya exiguos recursos y abocado a sus dirigentes a hincar la rodilla ante sus homólogos europeos, quienes, también exhaustos, supieron resistir más que los españoles. Mientras se fraguaba la debacle española, tenía lugar un reordenamiento de las fuerzas en liza y un nuevo equilibrio de poderes emergía del hundimiento. Francia, con Luis XIV a la cabeza, se convirtió en la nación dominante, aprovechando la debilidad de su vecino. A la vez, Inglaterra se asentaba definitivamente como potencia de primer orden y los Habsburgo lograban, tras siglos de derrotas, arrebatar grandes extensiones de territorio a la Sublime Puerta.

Junto a los estragos en el campo de batalla, el destino y una política matrimonial endogámica hicieron el resto: el heredero de Felipe IV, Carlos II, era un niño débil, enfermizo e incapaz. El vacío de poder lo ocuparon, primero, la reina madre, Mariana de Austria, y posteriormente, la segunda esposa del monarca, Mariana de Neoburgo. Ambas hubieron de enfrentarse a las reivindicaciones de la nobleza, que reclamaba con insistencia un mayor papel en los asuntos de Estado. El Imperio, no obstante, seguía aún prácticamente incólume: las tierras del Nuevo Mundo no solo se habían conservado, sino que se incrementaron con nuevas conquistas; las posesiones en la península italiana se mantenían y, a pesar de la independencia de las Provincias Unidas y las concesiones hechas a los franceses, en los Países Bajos se había logrado preservar casi en su totalidad los territorios españoles. Tan solo la independencia de Portugal en 1668 había desgajado una parte importante del Imperio. Todavía quedaba mucho pastel por repartir.

Mientras que el siglo XVI y la primera mitad del XVII han sido profusamente estudiados, la segunda mitad de esta centuria no ha recibido tanta atención. No luce igual relatar las gestas victoriosas del pasado que detenerse en los episodios más pesarosos de nuestra historia. De ahí que el seminario organizado en noviembre de 2013 por un nutrido grupo de especialistas internacionales sobre la Monarquía de España y el equilibrio europeo en los siglos XVII y XVIII sea tan sumamente interesante. De él nace la obra colectiva que ahora reseñamos: Europa y los tratados de reparto de la Monarquía de España, 1668-1700*, coordinada por los catedráticos de Historia Moderna Luis Ribot y José María Iñurritegui y en la que colaboran académicos tan ilustres como Lucien Bély, Frederik Dhont, Daniela Frigo, David Onnekink, Christoph Kampmann, David Martín Marcos, Cristopher Storrs y José Rodríguez Hernández. Un trabajo especializado pero muy divulgativo que todo interesado en esta época haría bien en leer.

Dada la previsible muerte sin descendencia de Carlos II, las cancillerías europeas empezaron a barajar nombres para designar a un heredero. La política matrimonial seguida por las Casas Reales generó una compleja (y confusa) red de enlaces cruzados, en la que todos tenían cierta legitimidad. Al final, los principales candidatos al trono fueron Felipe de Anjou y Carlos de Habsburgo (hijos de Luis XIV y Leopoldo I, respectivamente, quienes a su vez eran nietos de Felipe III y primos carnales de Carlos II). Pero no fueron los únicos, pues también se postularon otros pretendientes como José Fernando de Baviera o Víctor Amadeo de Saboya.

Junto a la elección del candidato, también comenzó a vislumbrarse la posibilidad de desmembrar el Imperio español. Se iniciaron conversaciones secretas, que dieron como resultado tres tratados (1668, 1698 y 1700) en los que Francia, el Imperio, Inglaterra y los Estados Generales acordaban repartirse, al margen de los intereses de Madrid, las posesiones hispanas. El examen de estos acuerdos sirve a los autores del libro para indagar en el contexto europeo de finales del siglo XVII y principios del XVIII y en la aparición de un nuevo orden mundial.

Así explica José María Iñurritegui el objetivo del trabajo: “Su asunto y materia es la fórmula de intervención exterior de la soberanía hispana que en el atardecer del Seiscientos, y al compás de las incertidumbres sobre la sucesión de Carlos II, proyectaron una particular serie de tratados: los literalmente dichos de reparto de la Monarquía de España suscritos por Luis XIV en 1668 con el emperador Leopoldo I y en 1698 y 1700 con Guillermo III y los Estados Generales de los Países Bajos. Sitúa así en su punto de mira una trinidad de textos que no fueron dispuestos como un sumatorio sino como una cadena en la que cada eslabón cancelaba la vigencia del precedente, manteniéndose como constante invariable la potestad que se arrogaban los firmantes para disponer el orden sucesorio monárquico y para determinar, sin ninguna atadura jurídica, el destino de las diferentes piezas del complejo entramado territorial hispano si el rey católico moría sin descendencia directa”.

Las diez colaboraciones que constituyen la obra pueden dividirse en dos grandes bloques (aun cuando en el libro no existe tal separación y todos los epígrafes aparecen seguidos, sin agrupación alguna). El primero estaría integrado por los capítulos que hacen referencia al contexto político y al trasfondo legal que rodea a los Tratados. Varios autores inciden, especialmente, en la noción de “equilibrio” de poderes, configurada ya en la Paz de Westfalia y nuevamente desarrollada en estos acuerdos, cuya construcción más acabada se alcanzaría en el Tratado de Utrecht. En concreto, los artículos de Luis Ribot (“Los Tratados de reparto de la Monarquía de España. Entre los derechos hereditarios y el equilibrio de poderes”) y Lucien Bély (“El reparto del imperio español: la imposible búsqueda del equilibrio europeo”) abordan resueltamente esta cuestión. También son muy interesantes el estudio de Daniela Frigo sobre el papel de los embajadores y diplomáticos en las negociaciones o el de José María Iñurritegui sobre el debate “propagandístico” generado a raíz de los acuerdos y en pro de la elección del futuro heredero.

Los capítulos del segundo bloque descienden del enfoque general a la perspectiva nacional, explorando los intereses y las maniobras de los principales protagonistas durante las negociaciones de los Tratados. De este modo, conocemos qué se jugaban Portugal, Francia, el Sacro Imperio Romano Germánico e Inglaterra con el reparto de las posesiones de España y cuáles fueron las bazas que utilizaron en las negociaciones. Con este fin, los autores también abordan la política nacional y se detienen en los protagonistas implicados.

El último capítulo corresponde a la transcripción (en versión original y traducidos al castellano) de los tres tratados. Algo poco habitual en el mundo editorial y que hemos de agradecer, pues frecuentemente la información que nos llega de los documentos diplomáticos es indirecta y rara vez tenemos la oportunidad de observar el texto original. Además, el estudio introductorio que realiza Julio Arroyo Vozmediano facilita su lectura y su compresión. Como queda recogido en el prólogo del libro: “[…] No parece posible profundizar en ese proceso sin procurar de forma paralela la pronta reversión de la pésima suerte editorial que ha marcado y continúa marcando a la propia textualidad de los tratados. Y es justamente en función de ambos registros como los editores del presente volumen entienden que puede tener un cierto sentido disponer una serie de estudios a modo de estampas que gravitan sobre el eje de la edición en lengua original y traducción castellana de los tres textos”.

El testamento de Carlos II, en el que nombraba heredero a Felipe de Anjou, echó por tierra los acuerdos recogidos en el último de los tres tratados. Luis XIV aprovechó la oportunidad que le brindaba el legado del difunto monarca y reclamó para su nieto la Corona española. Poco después daría comienzo la conocida como Guerra de Sucesión española, una verdadera guerra mundial que sumió al planeta en una espiral de violencia durante más de una década

¿Por qué son importantes unos acuerdos que, al final, no tuvieron aplicación práctica? Su relevancia reside no solo en su contenido, sino en el contexto en que se producen, como descubrirá quien se anime a leer la obra. Europa estaba transformándose y estos tres documentos son la antesala del Tratado de Utrecht y de la conformación de lo que se conoció a lo largo del siglo XVIII como el equilibrio de poderes.

*Publicado por la editorial Biblioteca Nueva, octubre 2016.